martes, 14 de diciembre de 2010

We all live in the submarine’s negligence


Madre, tu me tuviste, pero yo nunca te tuve.
Yo te quise, pero tu no me quisiste.
Por eso tengo que decirte
Adiós, Adiós.

Padre, tu me dejaste, pero yo nunca te dejé
Yo te necesite, pero tu no me necesitaste.
Por eso tengo que decirte
Adiós, Adiós.

Niños, no hagan lo que yo hice
No pude caminar así que traté de correr.
Por eso tengo que decirles
Adiós, Adiós.

Mamá, no te vayas.
Papi, regresa a casa.

      Canto a la negligencia, oda a los abandonadores, himno para quienes pudiendo donar su presencia optaron por arrojar migajas de recuerdo. John Lennon nos obsequió la pieza Mother, una de sus maravillosas líricas, esos fragmentos de verdad emanados de su profundo compromiso con la vida. Bajo esa imagen icónica de pacifista, en los sótanos de la epidermis del ideólogo asesinado hace treinta años, brotaban ráfagas de un arrebatado narcisismo cuya salva encontró en la música un blanco no violento. 
     Nowhere Boy,  es un contorno cinematográfico de John Lennon, fundador adolescente de The Quarrymen, banda que en 1958 pisaba por primera vez un estudio de grabación para plasmar en la cinta magnetofónica la simple y hermosa canción In spite of all the danger, único sencillo cuya composición se atribuye a la mancuerna McCartney – Harrison, quienes corean a Lennon entonando: “a pesar de todo el peligro, a pesar de todo lo que pueda ser,  voy a hacer cualquier cosa por ti, todo lo que quieras de mi, si vas a ser fiel a mi”.
     Este largometraje nos muestra a John como migrante de la tierra de la ausencia, infante rescatado por su tía Mimi del limbo a donde fue arrojado por sus padres incapaces de tramitar su desencuentro. Tras leer la letra citada al inicio podría pensarse en un Lennon corroído por el reproche a unos padres sobrevivientes, uno de la segunda guerra mundial y otra de las batallas de la bipolaridad. Pero el vínculo con la fuerte Mimi le permitió integrar el dolor de su infancia a sus talentos innatos a través de la creación, logrando lo que Didier Anzieu expresa soberbiamente “crear es no llorar más lo que se ha perdido y se sabe irrecuperable, y reemplazarlo por una obra tal, que al construirla uno se reconstruye a sí mismo”.
      En 1980, unos meses antes de morir, Lennon hizo las siguientes aseveraciones en una entrevista:

Había cinco mujeres que eran mi familia. Cinco inteligentes y fuertes mujeres. Cinco hermanas. Una de ellas resultó ser mi madre (...) No sabía como enfrentarse a la vida. Tenía un marido que se escapó al mar, y había guerra, no podía hacerse cargo de mi. Por aquel entonces yo tenía cuatro años y medio. Al final acabé viviendo con su hermana mayor. Aquellas mujeres eran fantásticas (...) esa fue mi primera educación feminista (...) aquel conocimiento y el que yo no estuviera con mis padres me hizo ver que los padres no son dioses.

      Infinidad de personas mueren sin desterrar a sus padres del Olimpo, el líder de The Beatles al afirmar sobre su madre: “No podía enfrentarse a la vida”,  la coloca en su condición humana e histórica, reconociendo también que si bien su madre no le ofreció cuidados le entregó su tesoro más valioso, la música, por lo cual no duda en darle a su primer hijo el nombre de Julian, variación masculina de Julia, como se llamaba su madre.
      En contraste tenemos a Nick y su hermano, personajes de la novela Submarino de Jonas T. Bengtsson y llevada magistralmente a la pantalla grande por Thomas Vinterberg, director que ascendió a la gloria del séptimo arte con su película Festen (La Celebración). Hijos de una madre alcohólica, los hermanos asumen la responsabilidad de su hermano Martin, siendo todavía unos niños. Tras un encuentro crítico con su madre donde el único reducto deseante de ella se manifiesta como un balbuceo: “¿Dónde está mi Cinzano?”, los hermanos organizan su propia fiesta, danzando bajo el efecto de elixires etílicos, ensordecen frente al llanto de su pequeño hermano, quien a la mañana siguiente los recibe con un silencio tan profundo, que en un bebé sólo puede significar algo: muerte.
      Los años pasan, Nick roza el misticismo alcohólico, su vida es beber, contemplar y de vez en cuando follar con la vecina. Su hermano, de quien nunca nos dicen el nombre, ha enviudado quedándose con su hijo de aproximadamente 6 años, al cual ha llamado Martin, intentando probablemente librarse de la siniestra visión de la cadavérica inocencia de aquel otro pequeño. El hermano de Nick es heroinómano de grandes ligas, de esos que piensan que el éxtasis de la intoxicación se materializará algún día en un hecho milagroso que lo liberará de la droga para darle una vida de plenitud económica y personal. Incapaz de asumir la responsabilidad de su hijo toma decisiones que él considera geniales, como invertir el dinero de la herencia de su madre en droga para vender y arribar así al paraíso tan esperado. 
      No cuento más, no es mi intención negarles la oportunidad de disfrutar con un filme de primer nivel adelantándoles el final. Lo cierto es que Nick y su hermano (no así el primer Martin) son sobrevivientes del maltrato por negligencia, a diferencia de Lennon, no apareció una tía salvadora que los liberara del tufo etílico-desencantado de su madre, su vida fue árida creativamente y su única posibilidad para experimentar lo sublime fue a través del uso de substancias.
      Como lo hizo en Festen, Vinterberg concede respiro al espectador  hasta el final de la película, cuando cada una de sus neuronas grita: “¿qué alguien haga algo?”. Este director nos muestra como la omisión en el cuidado de los niños es tan dañina como una historia de golpizas. La negligencia no es amor, no es odio, es un vínculo seco, un lazo amarrado caprichosamente por el destino.