domingo, 13 de marzo de 2011

¿Por qué todo ser excepcional es melancólico?


Se dice (1) que la melancolía tiene tres cabezas: un temperamento, una enfermedad y la característica del genio.
Temperamentum es la medida de una persona. El ser con temperamento melancólico es agitado permanentemente por fuerzas de contraste, la bilis negra lo muerde empujándolo a calmar su dolor a través de los placeres. Urgido de sosiego para su cuerpo e intolerante a la vida fría y sobria, actúa bajo el imperativo de la diversión, es inasible pues si se detiene, los segundos lo carcomen. El melancólico ríe y en su jolgorio es señalado como loco por “los normales”, es Demócrito carcajeándose de la seriedad de los ignorantes, quienes incapaces del éx-tasis (“estar fuera de sí”) quedan encerrados en sí mismos temerosos de perder su identidad. Al melancólico se le revela el destino a través de la trama trágica de la peripecia (“inversión de las cosas en sentido contrario”), la anagnórisis (“cambio de ignorancia a conocimiento”) y la pasión (“acción que hace sufrir o morir”). Sólo la risa le permite sobrevivir a esta clarividencia, la cual le ha mostrado la miseria del ser humano impotente ante el cosmos y ridículo frente a sí mismo (2).
Cuando en su trayecto trágico el melancólico se arroja exclusivamente al pathos, sufre una metamorfosis a ser patético, es el doliente aferrado a un objeto muerto o desparecido al cual invoca compulsivamente. Es cuando cesa el juego de ser otro para mimetizarse con eso otro, es cuando  deja de ser metáfora para convertirse en cosa entregada totalmente a la voracidad del tiempo y por tanto a la muerte.
Frente a la tercera cabeza de la melancolía Jackie Pigeaud se pregunta: “¿cómo la inconstancia, cómo la variabilidad, cómo los avatares del melancólico pueden explicar el esplendor, la creatividad, el genio…?” Cuestión que le inspira el Problema treinta atribuido a Aristóteles, pero más cercano a las ideas de su discípulo Teofrasto: “¿por qué todo ser excepcional es melancólico?”.
Para los griegos antiguos, crear era imitar, por tanto la creatividad “es una irreprimible incitación a convertirse  en otra persona, a convertirse en todos los demás”. Aristóteles consideraba que el arte poética (crear) era un don exclusivo de los dotados por naturaleza o de los locos. Los primeros capaces de moldearse a sí mismos hasta hacerse otro (personaje), lo otros proyectándose  fuera de sí mismos pudiendo adoptar todos los posicionamientos humanos. La frontera entre el dotado y el loco es borrosa, su raíz es la misma: la melancolía; su única diferencia: el grado de melancolía.
El cristianismo sujetó la melancolía al pecado, denegando el pensamiento socrático, el cual sostenía cuatro delirios divinos de los cuales emanan la inspiración profética (Apolo), la inspiración mística (Dionisio), la inspiración poética (Las musas) y la inspiración erótica (Afrodita y Eros).   Agrupando melancolía con la acedia (negligencia), los cristianos la condenaron como vicio. Evagrio Póntico afirmaba: “La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha generado” y “No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso”.
Con su Grabado Melencolia I, Durero hace retornar a la melancolía al terreno de las fuerzas impulsoras de la creación humana. Junto con muchos otros, renovará el pensamiento clásico para cimentar los pilares de la modernidad, la cual recluirá al ser humano en la razón, sofocando las llamaradas de la pasión e inaugurando la era del tedio, donde se combate la locura y el misterio cómo síntomas de la sinrazón.
Será Schopenhauer quien delatará los excesos de los ilustrados, afirmando que “el hombre común delira, equivoca constantemente el objeto de su deseo, mientras que el genio melancólico responde siempre a una revelación que perseguir” (3). Tras él, llegan Freud y Heidegger, el primero delineando el duelo y la melancolía, el segundo invitando a invertir el proceso faústico, al transitar del tedio a la melancolía. Para el filósofo, el aburrimiento es la angustia que precede a la pregunta por el ser y sólo a partir de esta pregunta procede la cura del ser, atravesando necesariamente por la melancolía, la cual es incurable. Quien se ha hecho consciente de su ser para la muerte, sólo puede habitar en el mundo saciando parcialmente su hambre ontológica y este apetito sólo se satisface viviendo poéticamente, creando instantes poéticos, musicales, plásticos, eróticos, en fin, creando para ensanchar el tiempo.
Julio Hubard nos dice: “Negar la zona oscura donde irrumpe la melancolía o donde surge la locura, quererla extirpar es efectuar el paso de Fausto y, ante tal perspectiva, solamente quedaría, como ha dicho Cioran, sentarse a administrar el tedio”. Este maravilloso fragmento de verdad es la respuesta al Problema aristotélico, todos los seres excepcionales (entendidos como creadores) son melancólicos, porque solamente quien se ha permitido transitar del tedio a la tristeza, mirando de frente la fragilidad de la cordura y la existencia, puede sentir un impulso legítimo a crear. En un tiempo donde pululan los llamados “creativos” resulta necesario preguntarse sobre el origen de sus “obras”, las cuales suelen emanar no de una creación de un otro, sino de una re-creación de sí mismos y de sus percepciones del mundo. Su don, si así se le puede llamar, no es el de la creación, no es poético. Son ordenadores de signos, administradores del tedio, cuyos productos tan solo inspiran a consumir realidad, obstruyendo las vías del “éx-tasis”, negando a como de lugar la melancolía, cuya presencia es un peligro para toda pretensión de hegemonía.


(1) Klibansky, R., Panofsky, E. y Saxl, F. (1991). Saturno y la melancolía. Madrid: Alianza.

(2) Pigeaud, J. (2007). Prólogo. En Aristóteles. El hombre de genio y la melancolía (problema XXX) [9-76]. Barcelona: Acantilado.

(3)  Hubard, J. (1993). Prólogo. En Aristóteles e Hipócrates. De la melancolía [7-52]. México: Vuelta.

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