sábado, 23 de abril de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Ira




Presentación
En su pregunta XV, titulada “En la que se demuestra que, a causa de los pecados de las brujas, los inocentes son encantados a veces por sus propios pecados”, Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, autores del Malleus Maleficarum, mejor conocido como el manual de los inquisidores citan a Graciano, quien expone las cinco razones por las cuales el dios cristiano castiga a los hombres en vida:

1.- Para que sea glorificado y se revela cuando milagrosamente cesan la pena y el castigo.
2.- Si faltara la primera razón, se castiga para que el mérito aumente mediante el ejercicio de la paciencia y para que la virtud se haga evidente.
3.- Para preservar la virtud mediante la humillación del castigo.
4.- El castigo eterno debe comenzar en esta vida, porque debe quedar demostrado, de alguna manera, lo que se va a sufrir en el infierno.
5.- El hombre debe purificarse.

         Esta es la herencia cristiana del binomio pecado-castigo en la que un ser humano desde que nace ya tiene una culpa, o lo que es lo mismo, un adeudo con la divinidad por el solo hecho de compartir la condición humana. El dios judeo-cristiano es iracundo y exige sacrificios al igual que las deidades de otras tradiciones. Desde el primer instante en que sus creaturas no obedecen sus designios, los castiga con dolores, esfuerzos y sobre todo con la muerte. De ahí en adelante los humanos tendrán que rendirle cuentas de sus pensamientos, sus obras y sus omisiones, aceptando como justas todas sus sanciones, pues su voluntad es inescrutable. Es el antecedente referencial de cualquier sistema totalitario donde una entidad ordena un universo de acuerdo a sus propias leyes. El castigo a los súbditos es en primer lugar una manifestación del poder y la gloria de quien gobierna, luego un recordatorio para el mismo súbdito de cual es su lugar en el sistema y de su obligación de “purificarse” si no quiere arder en las llamas del infierno, ser torturado a manos de los verdugos justicieros o encarcelado a perpetuidad.
         En este escrito sobre la ira, expondré las consecuencias de una tradición donde la ira es temida en el creador y castigada en la creatura, donde en el primero es manifestación de omnipotencia mientras que en la otra es expresión de pecado y desobediencia.
         Antecedieron al presente las entradas abordando los temas de: soberbia, gula y avaricia. En las semanas siguientes trataré los pecados de lujuria, pereza y envidia.
Para leer la presentación general de la serie, pueden seguir este link:


IRA

El miedo es el camino al lado oscuro.
El miedo lleva al odio, el odio lleva a la ira, la ira lleva al sufrimiento.
YODA


Entonces Yavé le dijo: «¿Qué has hecho? Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra. En adelante serás maldito, y vivirás lejos de este suelo fértil que se ha abierto para recibir la sangre de tu hermano, que tu mano ha derramado. Cuando cultives la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo sobre la tierra.» Caín dijo a Yavé: «Mi castigo es más grande de lo que puedo soportar. Tú me arrojas hoy de esta tierra, y me dejas privado de tu presencia. Si he de ser un errante y he de andar vagando sobre la tierra, cualquiera que me encuentre me matará.» Yavé le dijo: «No será así: me vengaré siete veces de quien mate a Caín.» Y Yavé puso una marca a Caín para que no lo matara el que lo encontrara.  (Génesis, 4, 10-15)  
“¿Qué has hecho?”,  dos veces repite Yavé este cuestionamiento en el libro bíblico del Génesis. En la primera ocasión lo lanza a Eva, después de que ésta ha sido señalada por el flamante primer varón creado, como la culpable de convencerlo de comer el fruto del árbol prohibido. La otra es la citada anteriormente, que corresponde a la segunda generación de humanos y la hace el creador a su creatura  ante el primer acto violento registrado en la tradición judeo-cristiana. Con la primera se inaugura la ley entre el creador y los humanos, con la segunda, la ley de convivencia entre los mismos humanos. El código se consolidará siglos después en el Monte Sinaí cuando el creador dicte los diez mandamientos a Moisés.
En la historia reciente de Europa se tejió una red de crueldad, cuyas consecuencias todavía no logramos elaborar y por tanto recurrimos a contar una y otra vez la historia para preguntarnos nuevamente: ¿Qué han hecho? Y con esto me refiero a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y en especial los registrados en Auschwitz, lugar que llegó a conglomerar cuarenta campos de concentración y donde los registros dan cuenta del asesinato de más de un millón cien mil personas, las cuales se distribuyen de la siguiente manera: cientos de homosexuales y Testigos de Jehová, quince mil prisioneros de guerra soviéticos, veintiún mil gitanos, setenta mil presos políticos polacos y un millón de judíos (de los cuales doscientos mil eran niños). En la actualidad hay un movimiento cobrando fuerza, cuyo fin es negar el Holocausto. Considero un ejercicio ocioso y perverso ponerse a discutir si fueron cien mil o un millón los ejecutados en Auschwitz, cuando lo realmente dramático fue que se diseñara toda una maquinaria específicamente para asesinar personas y eliminar de manera masiva sus cuerpos.  A lo cual se sumó que posteriormente a la liberación, los soldados rusos se encargaron de violar a las mujeres de los campos de concentración y al volver a sus hogares quienes estuvieron en cautiverio descubrieron que sus propiedades habían sido invadidas por otras familias, tomando ventaja de la desorganización propia de la guerra. Uno de los grandes peligros para la humanidad develados durante el siglo XX, fue la posibilidad de quedar cegados ante la crueldad por prejuicios, creencias o ideologías, la crueldad es crueldad se dirija a quien se dirija. De ahí que también resulten escandalosas las acciones ejecutadas por el  Mossad, el Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel, como respuesta frente a los que consideran sus enemigos.
Theodor Adorno afirmaba: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", difiero completamente de él, considero que si algo es necesario hacer después de Auschwitz, es escribir poesía, es la única vía posible para conservar nuestra humanidad y salir de la absolutización del yo.
Al escribir sobre Auschwitz no pretendo recargarme en un cómodo lugar común, sino retomar el ejemplo más documentado de la historia sobre la violencia de Estado, la cual Walter Benjamín asocia directamente con la idea de soberanía del Estado. En su maravilloso texto Crítica de la violencia, dicho autor nos muestra como los Estados actuales lejos están de combatir la violencia, su verdadero interés no es erradicarla sino monopolizarla. Viviendo en México no es necesario leer a Benjamín para entender esto, basta con revisar los discursos de Felipe Calderón para darnos cuenta que su verdadera molestia es tener una fuerza antagonista que le impide el logro de este monopolio y con esto no estoy haciendo una apología de los narcotraficantes, quienes al utilizar el miedo y la crueldad como recursos de poder pertenecen a lo más ruin de la especie humana. Más bien, quiero enfatizar lo que dije anteriormente, la crueldad es crueldad vaya dirigida a quien vaya dirigida y con esto no me limito a los humanos, también, como dice Derrida, me resisto a la violencia contra los animales y todo ser existente el cual pueda ser víctima de crueldad. Quizá uno de los grandes beneficios de la legalización de las drogas, sería que los consumidores no tendrían una doble carga, esto es, la de su adicción y la de ser cómplices de la violencia al financiar las armas de los narcotraficantes con sus compras. Aunque  si se legalizaran las drogas, financiarían las armas del Estado a través del pago de sus impuestos.
La palabra crueldad  remite a lo que “se recrea en la sangre”, esto es, a la más brutal violencia. En el año 2000 en un evento denominado Estados generales del psicoanálisis el cual reunió a mil psicoanalistas de todo el mundo en el anfiteatro de la Sorbona de París, Jaques Derrida les mostró que el psicoanálisis tenía una tarea pendiente, abordar el tema de la crueldad con el fin de combatirla.
 Para Derrida, la crueldad es sufrir por sufrir, es el hacer sufrir, el hacerse sufrir o el dejar sufrir, todas, posibilidades orientadas al placer de sufrimiento. Este autor afirma: “Crueldad hay. Hubo crueldad, antes de toda figuración personal , antes de que ‘cruel’ se volviera atributo, y menos aún, culpa de alguien”
Derrida nos quiere transmitir que la crueldad se origina en el sufrimiento y al ser éste inherente a nuestra condición humana, todos somos susceptibles de ser crueles o víctimas de crueldad. Esto nos lleva a la conclusión de que no podemos erradicar la fuente de la crueldad, pues es nuestro propio sufrimiento. A partir de este esclarecimiento se pregunta por las bases que tendría que tener el derecho a la vida, si se deja de lado nuestra biología o nuestra idiosincrasia, desde las cuales siempre podrá justificarse la crueldad. Propone entonces que el derecho a la vida solo se puede sostener en una super-vivencia que no le debe nada a un más allá mito-teológico. De esta manera se confronta con las religiones y con el psicoanálisis, pues estas perspectivas se orientan por coartadas (esto es: vivimos para…si haces esto es porque…) que justifican la vida, cuando la vida debería ser vida por sí misma. Sin renegar del psicoanálisis, plantea que al interior de éste se han desarrollado ampliamente: la instancia constativa que se refiere al saber científico; la instancia preformativa que es la simbólica y regulación institucional; pero no se ha trabajado del todo la instancia del acontecimiento imprevisible. Para Derrida, el psicoanálisis no podrá hacer esto mientras no delimite los alcances de su eje económico, el cual se refiere a las energías que envuelven nuestras representaciones del mundo y de las personas.
Aunque esto puede traerme como consecuencia ser señalado como hereje del psicoanálisis (lo cual no me mortifica), coincido con Derrida. Quizá es momento de replantear muchos aspectos no sólo del psicoanálisis, sino de las ciencias en general, pues se han limitado a describir y a explicar la crueldad pero no han logrado combatirla. Esto sólo será posible desdibujando la radical diferencia que se marca actualmente entre el yo y el otro, pues mientras esto no se logre, quedarán pendientes las llamadas por Derrida “figuras de lo incondicional imposible”, las cuales son vías necesarias para resistir a la crueldad: la hospitalidad, el don, el perdón y la imprevisibilidad.
Resulta relativamente sencillo convivir con el otro cuando hay previsibilidad sobre quien es, en que cree y que hará. Lo complicado es confrontar nuestro saber y nuestros referentes simbólicos e institucionales ante la llegada sorpresiva de un otro imprevisible. Como dice Derrida: “Prestar oídos al otro sin coartada”.
Parece coincidir con algunas de las propuestas budistas para combatir la ira. En general, los budistas  consideran la absolutización del yo como uno de los grandes errores de la mente. Robert Thurman, autor del libro Ira y presidente de Casa del Tíbet de Estados Unidos, refiere que para Buda, la causa fundamental del sufrimiento es la adicción mental al engaño, la ignorancia y el desconocimiento. El engaño de ser uno mismo absoluto, “causa sufrimiento al colocar a la persona en la  imposible situación de ser un yo fijo, absoluto e intrínsecamente real frente a un universo real, lo que de modo inevitable supone salir perdiendo ante ese universo de seres y cosas por la enfermedad, el envejecimiento, la muerte, el dolor, la pérdida, el tormento y demás”.
Otra adicción de la mente es al deseo, esto es, querer incorporar a uno mismo tanto universo como sea posible, intentar “tragarse el universo”.
La adicción a la ira se manifiesta como “ira hacia el universo por no querer incorporarse  a uno mismo; ira surgida del miedo a que el universo acabe engulléndole a uno; ira que desea destruir para siempre el universo contrario, como defensa del yo engañoso”.
Finalmente quienes están centrados en sí mismos e intentan escapar del sufrimiento hacia la felicidad, alejándose cada vez más de su sentido común.
La virtud frente a la ira es la paciencia. Para Savater la paciencia es operativa cuando confiamos en que nos llevará a participar en un cambio de circunstancias, a mejorar la situación, pero “cuando pierdes la esperanza de lograr un cambio, entras en el peor de los mundos”.
Combatir la ira, la violencia y la crueldad requiere desconfiar de la soberanía del yo con todas sus vertientes, confrontar nuestras adicciones mentales para  ser hospitalario al don del otro, asumiendo los riegos que esto implica, y perdonar en el otro aquello que podemos reconocer en nosotros mismos, esto es, toda las posibilidades de la condición humana entre las que se encuentra la crueldad. Como decía Gandhi, si todos seguimos la lógica del “ojo por ojo”, que es la que inspira la violencia de Estado, todos quedaremos ciegos.

domingo, 10 de abril de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Avaricia

















PRESENTACION
         En su libro Avaricia Phyllis A. Tickle plantea que tres son los filamentos de las religiones: la espiritualidad, la materialidad y la moralidad. Desde su perspectiva la moralidad es “el filamento religioso que más nos atemoriza y que nuestra época apenas está empezando a inspeccionar atentamente… La moralidad, en tanto que afecta a la conducta y la gobierna tanto la privada como la colectiva, es la parte más nervuda del cable de la religión y una de las más susceptibles de secularización”.
         Retomando datos estadísticos mundiales, la autora señala que nueve de cada 10 seres humanos en el mundo creen en la adhesión a un sistema religioso. El dato llamó mi atención e hizo retornar a mi mente una pregunta que me he hecho por muchos años: ¿por qué la gente necesita de una religión?
       En general las personas obvian las creencias religiosas, entre ellas se preguntan “¿en qué crees?”, pero muy pocas veces he escuchado la pregunta “¿por qué y para qué crees?”.
No responderé a estas preguntas, pues son de una gran complejidad y requerirían un consenso, sin embargo, en lo que concierne a la moralidad considero que ante la dificultad de los seres humanos a reconocernos unos a otros en nuestra alteridad, nos recargamos en sistemas morales sustentados en convicciones metafísicas, dejando como último responsable de evaluar nuestras acciones a entidades omnipotentes o leyes establecidas por energías intangibles.
         En esta tercera entrega, abordaré el tema de la Avaricia, el cual fue precedido por la soberbia y la gula.
         Para leer la Presentación general a la serie pueden seguir este link:
 


AVARICIA

Radix
Omnium
Malorum
Avaritia (Timoteo, 6, 10)

        La raíz de todos los males es la avaricia, sentencia enunciada por Pablo de Tarso en la primera carta a Timoteo y retomada en los siglos IV y V entre los fieles cristianos para graffitearla en las paredes de la capital del Imperio romano, pues distribuida como acróstico forma la palabra ROMA, logrando así denunciar los abusos de poder de los Emperadores.
          En medio del descontento ciudadano, el poeta Aurelio Prudencio Clemente, escribe Psicomaquia. Traducido, significa “La batalla del alma” o “La batalla por el alma”. Prudencio fue el primer autor en personificar los siete pecados capitales, desde aquel siglo cuarto de la era común hasta el largometraje Se7en de David Fincher, han desfilado incontables interpretaciones de los siete pecados capitales. En la historia escrita por Prudencio, Lujo precede a la Avaricia en escena, pero es vencido por Sobriedad. En medio de una cruel batalla Amor, Pompa, Gracia, Discordia y Voluptuosidad, dejan regadas por el campo sus pertenencias. Concluida la violencia aparece Avaricia acompañada de sus hijos: Preocupación, Hambre, Miedo, Ansiedad, Perjurio, Temor, Corrupción, Falacia, Ficción y Ruindad. Una vez robados todos los bienes se unen a  este selecto grupo todos los Crímenes, en conjunto se dirigen a tentar a un grupo de sacerdotes  quienes han llevado “una vida pura dedicada al Señor”. A punto de lograr su objetivo aparece Razón y libera a gran parte de los leales. Vencida, Avaricia se disfraza de Frugalidad y se autonombra “preocupación maternal” aduciendo que su intención última al cometer sus fechorías era alimentar a sus hijos. 
         La asociación de “preocupación maternal” con la Avaricia resulta sumamente interesante si se vincula con el hecho de que si bien Los siete pecados capitales es una enunciación en masculino, los siete pecados son femeninos, al menos en castellano. Sin pretensión de sobre-interpretar pero considerando que los pecados capitales se asocian a posicionamientos narcisistas y la regulación del narcisismo se define en la relación con la madre, no resulta desatinado encontrar el origen de las tendencias hacia los comportamientos “pecaminosos” en el tipo de relación establecido con la madre. Lo anterior cobra mayor sentido cuando entendemos que en sentido último, desde la tradición cristiana, los pecados son actos, palabras u omisiones que alejan a los humanos de su dios, implican desatender la Ley Máxima dictada a Moisés en el Monte Sinaí: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.
         Desde la perspectiva psicoanalítica la función del padre es precisamente establecer la ley para separar al hijo o la hija de su madre, delimitando el narcisismo desbordado reinante en la psique de los bebés y darle cauce por el eje del lenguaje, del simbolismo cultural, a través del cual el narcisismo solipsista se orienta hacia códigos compartidos que posibilitan la convivencia con la alteridad. En el caso particular de la Avaricia sucede lo que plantea claramente Savater, el avaro guarda para sí algo que es un bien común destinado a circular, por tanto la Avaricia remitirá a un profundo temor de compartir el dinero bajo la premisa de que es precario y puede agotarse en cualquier momento. De ahí que el avaro no solamente resguarde su dinero sino también sus afectos, su propia vivencia infantil, el apego a una madre con limitantes afectivas o inconstante en sus afectos, le hicieron desconfiado y suspicaz con respecto a los demás, por tanto debe acumular pues nunca tiene la certeza de poseer algo permanentemente.
         La teoría y la clínica psicoanalítica han encontrado una tendencia a la Avaricia en los caracteres obsesivos, especialmente en los denominadas neurosis obsesivas. Para Lacan al obsesivo lo mantienen ocupado las preguntas sobre la contingencia de su vida: “¿Ser o no ser?”, “¿Estoy vivo o estoy muerto?” o “¿Por qué existo?”. El neurótico obsesivo gira incesantemente alrededor de su deseo sin tocarlo, por eso acumula, acumula y acumula, preparándose para ese momento mágico donde la vida llegará y podrá “ser feliz”. También se reserva la expresión afectiva porque lo imagina como un bien no renovable, cuando se logra distraer y expresa sentimientos de más, posteriormente se recrimina por el derroche.
         La siguiente es una extensa cita textual de Savater pero que considero de una gran sabiduría: “Uno debe saber, como contrapartida, que por mucho dinero que tenga , no va a poder encontrar más cosas de las que se pueden hallar. Porque al final, una vez que has comido tres veces al día, has hecho el amor razonablemente, has visitado algunos lugares del mundo  y tienes buena salud, no queda gran cosa por hacer. Puedes dedicarte a la poesía, a escuchar grandes obras musicales, a escribir, pero no mucho más? Los placeres materiales tienen un catálogo muy  reducido… Mientras tienes en la cartera [el dinero] imaginas que existen posibilidades ilimitadas de conseguir cosas, que pueden llegar a ser decepcionantes una vez que has cumplido con esos deseos”.
           Este fragmento expone claramente lo que para Lacan es la ética emanada del psicoanálisis, una ética del deseo la cual se sustenta en el respeto básico de las personas a resistirse a la dominación. Dice Savater: “Alguien que sólo quiere dinero es predecible”, es por eso los gurús del mercado intentan denigrar el valor de “lo que no tiene precio”, pues mientras las personas se interesen más por cosas que “el dinero no puede comprar”, menor es su capacidad de predicción. Mi pretensión no es argumentar contra el dinero, es más coincido plenamente con Savater cuando afirma: ”La gracia del dinero es que tiene un número y no te dice lo que puedes hacer con él”, en este sentido el dinero amplia el espectro de elección y reduce la dominación al momento de decidir.
          El daño deriva de la acumulación de riquezas de unos cuantos, lo cual provoca que el dinero improductivo no llegue a la gente que no lo posee. Por eso la virtud que se contrapone a la Avaricia es la Generosidad, cuando se tienen excedentes se puede ayudar a otros a salir del estado de necesidad para que accedan a la posibilidad deseante, se puede colaborar para liberar de la dominación a los congéneres. Con esto no me refiero solamente al dinero, también hay otros bienes de gran valor como el tiempo, los afectos o la misma creatividad, los cuales pueden ser compartidos con los demás.
          Cierro el texto con un dato ofrecido por Tickle, el cual no comentaré dejando a la lectora o al lector la libertad de escribir la conclusión: “En el año 1998, mil millones de dólares suponían el rendimiento de toda una vida de dos mil trabajadores estadounidenses, y cada multimillonario absorbía toda una vida productiva de otros dos mil de sus conciudadanos cada vez que incrementaba  su propia fortuna en otros mil millones”.

sábado, 2 de abril de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Gula




¿No será acaso que esta vida moderna está
teniendo más de moderna que de vida?
Mafalda

Presentación
En la actualidad la permanente búsqueda de la felicidad convive con la era de las dietas, dietas de comida, de pensamiento, de inteligencia, de pasión, de existencia. La aspiración al Nirvana en la tierra: No pensar, no mortificarse, no sufrir, no, no, no. La vida en negativo, la restricción como valor supremo asociado a la voluntad de los “winners”. Retorno al útero, entregados completamente a la satisfacción de la necesidad, adormeciendo lo más posible el deseo, del cual se le presume insalubre.
En esta segunda entrega de la serie, abordaré el tema de la gula como el gran pecado de estos tiempos, donde la gordura es concebida como sentencia de muerte física, social, sexual y amorosa.
       A la presente entrega le precedió la que abordó el tema de la soberbia y le seguirán los restantes pecados capitales: avaricia, ira, lujuria, pereza y envidia.
       Para leer la Presentación general a la serie pueden seguir este link:



Gula
“Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Sin embargo, los hijos de la Sabiduría la reconocen en su manera de actuar” (Lucas 7, 33-35). Así se expresa el buen Jesús sobre sus propios hábitos, así habla el redentor de los cristianos quien inició su vida pública con el milagro de la transformación de agua en vino en una boda y se despidió de ella con una cena acompañada de pan y vino.
Es cierto que para la tradición judaica la acción de comer  es una santificación, de ahí que los judíos apegados a la ortodoxia, desprecien la comida rápida y las comidas de trabajo. Compartir la mesa es algo sagrado, pues esa tabla con cuatro patas utilizada en casi todos los hogares es la traducción simbólica del altar de sacrificios, siendo la palabra sacrificio una derivación de la palabra korbán que significa “lo cercano”, “lo próximo”. Así, lo que se pone en la mesa es lo más próximo.
En un país como México la comida se sazona con profunda afectividad, al grado de vivirse como un profundo desaire rechazar un platillo cuando se ha sido invitado a comer. Las mujeres son las sacerdotisas, las que toman en sus manos el fruto del sacrificio y lo cocinan para convocar al grupo alrededor del altar, lugar donde las voces se levantan en una oración común y donde se espera se olviden los dolores y los agravios, pues la violencia se ha descargado sobre la víctima ofrendada, dejando limpios de espíritu a los comensales. Es por eso que pararse de la mesa antes del fin del banquete es un agravio, es la interrupción de un ritual que debía llegar hasta el final marcado por la saciedad, la embriaguez y el sopor.
Para Freud, el placer obtenido por los bebés con el chupeteo provoca un deseo de repetir la satisfacción, deslindando lentamente la función primaria de la boca de ser una abertura de ingreso de substancias que procuran energía al cuerpo, en una zona altamente erotizada. Lo cual explica la consideración de la gula como pecado, pues comer más allá de la necesidad corporal es un acto de autoerotismo que conlleva el olvido de la divinidad y de los otros. Comer en exceso es el deseo de mamar el mundo, poseerlo en su totalidad, probar cuanto universo puede albergar el vientre.
Gregorio Magno proponía una fórmula para definir si se incurría en gula: Demasiado pronto, con demasiada delicadeza, a un precio demasiado alto, con demasiada voracidad, demasiado. Cual lista de criterios diagnósticos, Gregorio nos invita a observar nuestros hábitos para saber si cometimos pecado. Pero al mismo tiempo deja claro que el pecado no está en comer sino en “el demasiado”. Con él también inicia la hermandad entre gula y lujuria, pero al igual que todos los llamados Padres de la Iglesia no le fue posible proponer la erradicación de la comida y el sexo, puesto que esto implicaría nuestra desaparición como especie. Dificultad de la cual surgió este argumento de lo más risible: “Se nos permite comer y practicar el sexo, siempre y cuando no nos guste” (Savater). Evidentemente no estaban muy bien informados sobre la fisiología de la reproducción, la cual requiere una eyaculación por parte del hombre y esta a su vez requiere de un orgasmo que a su vez tiene que ser precedido por el placer.  
En su libro La Gula, Francine Prose afirma: “Los castigos que sufre el glotón moderno son, al mismo tiempo, más complejos y sutiles que la condena eterna. Ahora que la gula ha pasado  a ser, más que una ofensa a Dios, una afrenta para los actuales patrones de belleza y salud, el precio del pecado ha cambiado y actualmente implica una versión del infierno en la tierra: la compasión, el desprecio y la repugnancia de los demás mortales”. Satanás ha visto mermada la cantidad de sus clientes a causa de un gran competidor, el espejo, el cual puede ser ese objeto reflejante o la mirada de los demás. Él sabe que las mujeres le temen más al juicio de las otras mujeres que a las llamas del averno, no hay condena más terrible que un pantalón que antes se ajustaba perfectamente al cuerpo y ahora ya no cierra. Pero no se crea que el Creador la pasa mejor, pues ahora el paraíso se encuentra en el gimnasio y la virtud más alta es la talla cero.
Vivimos actualmente en un mundo paradójico donde tres mil quinientos millones de personas en situación de miseria no tienen que comer, mientras los clasemedieros y ricos no quieren comer. Se ha abandonado la mesa como altar de sacrificio, ahora las personas se entregan voluntariamente como víctimas de sacrificio, arrojándose sobre los nuevos altares: caminadoras, elípticas, bicicletas fijas, en fin. Los nuevos sacerdotes son los nutriólogos, los entrenadores y por encima de todos, los cirujanos plásticos. Mujeres y hombres se arrebatan el turno para ser mutilados en planchas quirúrgicas con la esperanza de que al resucitar  obtendrán el amor de todos los seres humanos, ganarán la gracia de la juventud y la belleza eterna.
Agrega Prose: “Nuestros sentimientos con respecto a la comida revelan nuestras creencias más profundas sobre quienes somos y en qué nos convertiremos, y sobre las relaciones y los conflictos que mantienen las necesidades del cuerpo y las ansias del espíritu”. Por tanto podemos entender la anorexia y la bulimia como una incapacidad para reconocer las necesidades del cuerpo e integrarlas en una vivencia total del ser.
Podemos decir desde el psicoanálisis que el cuerpo de las anoréxicas y las bulímicas es un cuerpo que sufre, donde se reproduce de manera inconsciente la relación que tuvieron con sus madres quienes renegaron de su lugar nutricio para colocarse como jueces permanentes de los hábitos alimenticios de sus hijas a las cuales prefieren  anémicas o muertas,  que “gordas”.
         Desde la perspectiva de Savater, los seres humanos comemos y bebemos con la imaginación, pensamos que un plato bien arreglado sabe mejor y un vino en una costosa botella tiene más espíritu. En el caso de los trastornos de alimentación, la comida es imaginada como un ente maldito capaz de arrebatar el bien más preciado, que es la imagen. Esa imagen del yo que siempre es ficticia y fragmentada pero se vuelve la meta existencial de quienes padecen estos males, la comida y su control se convierte en el núcleo de  su ser en el mundo.
          La anoréxica es la ascética, la pura, la inmaculada. Delgada, de voluntad férrea y asexual, la anoréxica confía en que será digna del paraíso de la mirada si cumple sus tiránicos imperativos. La bulímica es la que ha sido poseída, la que en arrebatos casi convulsivos se deja atraer por el refrigerador o la alacena y se entrega a una cópula obscena con el demonio de la gula.  Por tanto requiere de un exorcismo, debe vomitar al espíritu maligno antes de que le procure la peor condena: engordar.
Las anoréxicas y bulímicas suelen provenir de  familias donde la locura habita como un viejo conocido o de familias ampliamente generosas, complacientes, en fin, perfectas. Familias que atrapan a sus hijas en jaulas invisibles en las cuales se pueden mover libremente, siempre y cuando no pretendan volar. De ahí que la sintomatología sea más una protesta que un pedido de auxilio, la anoréxica se infantiliza y reduce sus posibilidades reproductivas para detener el avance de la genealogía, la bulímica se atasca intermitentemente de comida, de sexo y en ocasiones de drogas, entregándose totalmente a lo que Jaques Lacan llama “el goce”, ese incesante placer  impulsado por la pulsión de muerte. Las bulímicas son empujadas por el imperativo “gozarás para no desear, pues el deseo te separa de tus padres”.
         Tradicionalmente la templanza ha sido el contrapeso de la gula. Esta palabra de largo arraigo en Occidente, es hija de la sophrosyne griega que en su origen designaba “la cualidad de tener una mente sana”. En las narraciones homéricas se asocia a la moderación y a la restricción frente al exceso. Para Aristóteles la sophrosyne supera en virtud a la enkrateia, pues mientras la segunda define el autocrontol, el sophrón es quien siente placer al actuar correctamente. Es Tomás de Aquino quien al incluir todo un tratado sobre la templanza en su Summa Theologiae, la convierte en una de las virtudes cardinales.
         Coincido con Savater, quien al hablar de la gula plantea que el verdadero pecado es comerse el alimento de otros, que unos cuantos se colmen de comida, mientras una mayoría se alimenta de sus propias entrañas.  En estos términos, la templanza sería concebir la comida como “la aceptación de la vida” evitando “matarse por el exceso” y colaborar para que ningún ser humano en el mundo sufra hambruna.
         Lo cierto es que mientras continúe la tendencia al desprendimiento del ser, las personas se seguirán atiborrando o sacrificando en un intento por disminuir la  ansiedad y la angustia que les quema detrás los ojos.