sábado, 14 de mayo de 2011

Atisbos psicoanalíticos a los siete pecados capitales: Envidia


Presentación
        Con esta publicación se clausura la serie sobre los pecados capitales. Dejar al final la envidia no fue una decisión azarosa, pues constituye quizá el “mayor pecado” de nuestra época, el sistema socioeconómico en que vivimos se vitaliza por la envidia, sin ella, la publicidad nada sería.
         Reflexionar sobre la envidia es cuestionarnos nuestros deseos más profundos, lo más obscuro de nuestra subjetividad. Como psicoanalista, he sido testigo de cómo los pacientes regularmente se reservan dos temáticas durante sus sesiones: la cantidad de dinero que ganan o tienen y la sus envidias. Hemos acuñado el concepto “envidia de la buena”, sin la intención  de ofender, he de informarles que eso no existe, la envidia siempre es envidia, sólo varía en intensidad, no es lo mismo pensar “esa casa debería ser mía” a intentar asesinar al dueño para apoderarse de ella.
         A esta entrada le precedieron las de soberbia, gula, avaricia, ira, lujuria y pereza. Para leer la presentación general a la serie pueden seguir este link:




Envidia

El Adán se unió a Eva, su mujer, la cual quedó embarazada y dio a luz a Caín. Entonces dijo: “Gracias a Yavé me conseguí un hijo”. Después dio a luz a Abel, el hermano de Caín. Abel fue pastor de ovejas, mientras que Caín labraba la tierra. Pasado algún tiempo, Caín presentó a Yavé una ofrenda de los frutos de la tierra. También Abel le hizo una ofrenda, sacrificando los primeros nacidos de sus rebaños y quemando su grasa. A Yavé le agradó Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Caín se enojó sobremanera y andaba cabizbajo. Yavé le dijo: “¿Por qué andas enojado y con la cabeza baja? Si obras bien, andarás con la cabeza levantada. En cambio, si obras mal, el pecado está a las puertas como fiera al acecho: ¡tú debes dominarlo!”. Caín dijo después a su hermano Abel: “Vamos al campo”. Y cuando estaban en el campo, Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató (Génesis, 4, 1-8). Tres de los siete pecados capitales se dirigen al otro: envidia, ira y lujuria. De estos, los que llevan implícitos el odio y el deseo de destruir, se inauguran en la traición judeo-cristiana con la relación entre Caín y Abel, esto es, en un vínculo entre hermanos. Acaso las emociones más intensas se detonan por la presencia de los seres similares más allegados, por tanto, la mayor amenaza también la representan estos mismos. Bien conocido nos resulta el descontento de muchas hijas y muchos hijos frente al nacimiento de sus hermanas o hermanos. Especialmente los mayores, quienes pudiendo haber tenido la oportunidad de no competir por la mirada y el amor de sus padres, la pierden al aparecer otros cuartos, quintos o sextos en escena. Por lo mismo, tampoco es poco frecuente que los primogénitos absorban más de la savia de sus padres que los menores. Muchos ejemplos históricos muestran como los personajes conservadores regularmente ocupan los primeros puestos en sus familias, mientras los revolucionarios se posicionan entre los menores. No por esto hay que apresurar conclusiones simplistas, la envidia puede ser multidireccional y en tiempos donde el orden familiar es tan diverso, tenemos que considerar otras posibilidades como la relación entre medios hermanos.
En la sexta nota a pie de página de su texto Envidia y Gratitud, Melanie Klein agradece a Jaques Elliot por señalarle el origen de la palabra envidia, la cual deriva de la voz latina invidia que a su vez proviene del verbo invideo, esto es: “mirar maliciosa o rencorosamente dentro de, dirigir una mirada maligna sobre”. La vista y el oído son sentidos de distancia, no requieren de contacto, de ahí su poder de percibir sin que necesariamente el otro se percate de ello. Salvo en casos de ceguera, la vista predomina en la constitución de nuestra dimensión imaginaria. Podemos afirmar que la envidia se encuentra en este registro, no se envidia lo que es, se envida lo que parece, es el yo, con sus tendencias a fascinarse quien nos engaña con la fantasía de que existe gente “feliz” y “completa” confrontando nuestra representación de nosotros mismos como seres en falta.  Cuando alguien desafía nuestra imagen de nosotros mismos al grado de sentirla amenazada, entonces emana la envidia, el impulso a mirar obsesivamente a otro, ya sea para ambicionar sus placeres y posesiones  o para ser testigo de sus momentos de fracaso.
Epstein, en su libro Envidia, nos ofrece un dato curioso, los filósofos reconocidos que han escrito con mayor detalle sobre la envidia eran solteros: Kant, Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche.  Este último afirmaba que “un filósofo casado era un filósofo de pega”. Cada quien puede interpretar este dato como le resulte más conveniente. Lo importante de estos autores es su obra, y en el caso del presente escrito, su obra asociada a la envidia. Entre ellos, sobresale Schopenhauer, quien decía: “Como se sienten desdichados, los hombres no pueden soportar la visión de alguien a quien consideren feliz”. Para el filósofo, la envidia se intensifica frente a la capacidades innatas y el talento de los demás: una inteligencia extraordinaria, un don específico o la belleza. Si Schopenhauer estuviera entre nosotros y viera la cantidad de revistas, contenidos de televisión e internet que son consumidos en la actualidad, todos saturados de imágenes inspiradoras de envidia, muy probablemente nos percibiría como aficionados a la desdicha, ya que nos arrojamos voluntariamente a la fuente de la envidia.
Melanie Klein propone distinguir entre la envidia, los celos y la voracidad. La primera la conceptualiza como “el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Además la envidia implica la relación del sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más temprana y exclusiva con la madre”. Por su parte, los celos “están basados sobre la envidia, pero comprenden una relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo, por su rival”. Finalmente la voracidad “es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable y que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar”.
En el maravilloso texto de Envidia y Gratitud, la Sra. Klein nos explica el origen de la envidia y la capacidad o incapacidad para la gratitud. Para la autora, los primeros meses de vida determinan gran parte de nuestra subjetividad, principalmente el vínculo temprano con la madre y su función nutricia. El pecho tiene un lugar protagónico, sea este real o simbólico (mamila). Klein nos explica como el bebé integra el pecho como parte de su yo, como una manera de sostenerse frente a la ansiedad de abandonar la vida intrauterina, logrando que “el niño, que antes estaba dentro de la madre, tiene ahora a la madre dentro de sí”. El juego de frustraciones y gratificaciones con el pecho, definirán la posibilidad del sujeto de sentirse capaz de nutrir a otros o al contario, vivirse permanentemente privado de gratificaciones imaginarias las cuales considera le corresponden. Para la psicoanalista, “la gratitud está estrechamente ligada a la generosidad. La riqueza interna deriva de haber asimilado el objeto bueno, de modo que el individuo se hace capaz de compartir sus dones con otros”. Por eso mismo, desde una perspectiva clínica, la incapacidad para agradecer y ofrecer a los otros son indicadores de envidia. Solamente se niega a dar, quien siente que al dar pierde algo de sí mismo.
Otra dimensión de la envidia es la idealización. En contra de la lógica del mercado, la cual nos empuja constantemente a “vendernos”, el psicoanálisis nos advierte sobre los riesgos de ser idealizados, pues es altamente probable que quien en un primer momento nos idealice posteriormente deseé destruirnos. Idealizar, según Klein,  es el mecanismo de las personas incapaces de poseer un objeto bueno, esto es, portar dentro sí mismas la representación de un vínculo de amor que fue tan legítimo y espontáneo que no se requiere buscarlo afuera, agrega “aquél objeto idealizado a menudo llega a ser percibido como un perseguidor… y en él es proyectada la actitud envidiosa y crítica del sujeto”.
Los antiguos griegos diseñaron dispositivos para contrarrestar la envidia social, era un recurso jurídico al cual llamaron ostracismo, el cual consistía en exiliar durante diez años a los ciudadanos que despertaban la envidia general. No perdían sus propiedades ni sus derechos y se procuraba que regresaran tras este periodo. En este sentido, para John Rawls, una sociedad bien organizada tendría que intentar mitigar las condiciones que favorecen la envidia.
Frente a esto cabe preguntarnos ¿qué sería el capitalismo sin envidia?, ¿podría sostenerse el sistema sin el deseo de poseer lo del otro o imponerse sobre el otro?, personalmente lo considero muy difícil. Se han hecho investigaciones en las cuales una mayoría expresa que preferiría ganar 85, 000 dólares anuales a 100, 000 dólares, siempre y cuando en el primer caso los demás ganaran 70, 000 y en el segundo 125, 0000 dólares. Esto es, el valor en el capitalismo no necesariamente está dado por lo que se desea sino por lo que le falta al otro. En el capitalismo el pobre se vuelve rey frente al miserable.
Pero esta dinámica conlleva el riesgo de expandir el resentimiento,  como lo definió Max Scheler en su libro El resentimiento en la moral. El resentimiento es un sentimiento de impotencia, es cuando alguien descubre que no puede alterar una situación pero no le agrada y no se resigna. Escribe Scheler, el resentimiento “es un veneno de la mente que tiene unas causas y consecuencias bastante determinadas. Es una actitud mental duradera, causada por una regresión sistemática de ciertas emociones y afectos que, como tales, son componentes normales de la naturaleza humana. Su represión lleva a una tendencia constante a entregarse a ciertas formas de valores ilusorios y a los juicios de valores correspondientes. Las emociones y afectos principalmente implicados son la venganza, el odio, la malevolencia, la envidia, la tendencia a desvirtuar y el rencor”. Para Scheler la moralidad tras la Revolución francesa, dejó atrás al cristianismo para asentarse en el resentimiento.
La consecuencia del resentimiento es la Schadenfreude, esto es, la satisfacción por la caída o fracaso del otro. Esto nos ofrece claves para entender esta bipolaridad capitalista de winners y losers, o lo que es lo mismo, si no ganas, pierdes. Por lo cual los concursos, los deportes de competencia y la vida empresarial se vuelven tan atractivos, son vías regias para celebrar la caída del otro, donde impera el principio de Soy donde fracasa el otro.
 La tradición cristiana propone enfrentar la envidia con la caridad, un dar sin esperar nada a cambio. En su encíclica DEUS CARITAS EST, el actual jerarca de la iglesia católica, Benedicto XVI, hace referencia a las tres formas del amor heredadas de la tradición greco-latina: Agapé (Cáritas), Philia y Eros. Escribe: “Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor. En la crítica al cristianismo que se ha desarrollado con creciente radicalismo a partir de la Ilustración, esta novedad ha sido valorada de modo absolutamente negativo. El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?”. Tras estas preguntas el autor argumenta a favor de la caridad. Oponerse a la caridad quizá sea una postura necia, pero conformarse con ella también lo es. Considero que los tres amores son necesarios: amar al otro como ser en sí, amar al otro como similitud y amar al otro como diferencia.
La triada nos permite experimentar y expresar compasión, solidaridad y gratitud. Quizá estos sean los demonios del capitalismo, pero son nuestra opción para menguar la envidia y en última instancia, ser menos violentos.

5 comentarios:

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  2. Un caso de envidia que siempre me ha fascinado es el de José ‘el soñador’. La historia de las tribus de Israel, tiene su origen en una competencia feroz entre hermanas y sus hijos son el producto de esta competencia. A primera vista podríamos pensar que compiten por el amor de Jacob, pero no, el viejo Jacob es solamente un semental pasivo en esta historia: “Al ver que no podía dar hijos a Jacob, Raquel tuvo envidia de su hermana, y dijo a su marido: «Dame hijos, porque si no, me muero».” A Raquel no le basta ser la consentida de Jacob, su deseo se enfoca en superar en todo a la prolífica Lia, el motor de su vida no es ni Dios ni su marido, sino su hermana. Lia no se queda atrás, esto se refleja en los nombres que va dando a sus hijos, en los cuales se puede ver una progresión que va desde la tristeza total por el aparente triunfo de Raquel (Rubén), hasta la alabanza a Adonai por todos sus bendiciones (Judá), es decir por la esterilidad de su hermana. Es en este ambiente lleno de bendiciones donde nace el buen José, hijo de Raquel y penultimo hijo de Jacob. No repito la historia, la cual es ampliamente conocida, el hecho esencial es que José era el predilecto de Israel y esto despertó la envidia de sus hermanos quienes hicieron todo para asesinarlo, lo cual no sucede gracias a la intervención de Judá, quien evita el linchamiento de su hermano vendiéndolo a una caravana. El rol de Judá en esta historia parece secundario, pero es interesante notar que el Mesias, según las profecías, no desciende del brillante José, sino del cuestionable Judá.
    Las similitudes con el texto de Caín y Abel, no son meras coincidencias, ya que señalan a lo mismo, lo que me gusta de la historia de José, es que el mecanismo se repite simbólicamente (los hermanos hacen creer a Jacob que José está muerto), pero no hay un asesinato real. Esto es ya un enorme cambio.

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  3. Mike, la redacción de tu comentario es de una gran belleza, lo estructuraste de una manera que transmite mucha fuerza lo cual confirma lo que tu mismo dices, que la historia de José te fascina. Coincido contigo, decidir no matar (porque es una decisión) es un paso atrás en la intensidad de la violencia. Con José, se cumple lo que Schopenhauer nos dice con respecto a la envidia hacia los talentos innatos, este joven interpreta sueños y profetiza sin que le impique un gran esfuerzo. Por otro lado, cuando sus hermanos llegan suplicantes a Egipto, él expresa la triada del amor de la que hablo en el texto: compasión, solidaridad y gratitud; rompiendo la cadena de la envidia. Un abrazo.

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  4. Hola Juan Pablo, coincido contigo, el mayor pecado en nuestros días es la envidia, expresada en la soberbia y el egoísmo de muchos de nuestros líderes en todos los terrenos: ¿por qué yo Director o CEO he de ser igual a mis subordinados?, ¿por qué yo alto funcionario público he de carecer de las alabanzas y la subordinación absoluta de mis subalternos? Ellos se piensan elegidos por Dios, así que no tienen porque cumplir con sus mandamientos.

    Pero también en el ámbito personal me sorprende encontrar cuántos sentimientos envidiosos encerramos y cuánto nos cuesta aceptar nuestras debilidades. Cuántos celos sentimos por nuestros compañeros de escuela, de trabajo y nuestros parientes. En el ámbito universitario, en medio del cual he vivido más de 40 años siempre me han sorprendido las profundas envidias por las ideas y logros de nuestros pares. Como nos sentimos superiores a las grandes masas aunque pregonemos que las defendemos.

    Tienes razón Juan Pablo, es el más terrible pecado de nuestros días y nos toca absolutamente a todos, y difícilmente nos aceptamos culpables.

    Felicidades por el buen término de tu serie sobre los pecados mayores.

    Ricardo.

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  5. Ricardo, muchas gracias por tu comentario y tu felicitación. Joseph Epstein, autor del libro "Envidia", enfatiza la envidia en el campo educativo, tanto entre académicos, como de éstos hacia por ejemplo los empresarios. Dice algo que podría mover varias conciencias académicas. Afirma que muchas personas deciden trabajar en universidad porque obtuvieron tantas glorias cuando fueron estudiantes que no pueden renunciar a ellas y creen que la dinámica de ser el de "10" prevalecerá el resto de su vida. Pero al paso del tiempo, cuando se dan cuenta que el compañero haragán gana 10 o 20 veces más que ellos, se sienten profundamente frustrados.
    Todo un tema. Un abrazo

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