jueves, 11 de agosto de 2011

El banquete de los perfectos

Para Paulina Sánchez Baranda, 
quien está en estado de coma por la 
ineptitud de dos médicos.



Presentación
       Recientemente en medio de un caos de papeles encontré el texto de un cuento que escribí en 1996, cuando tenía 20 años y estudiaba la Licenciatura en Psicología. Decidí darle unos cuantos retoques y publicarlo en el blog, para compartir con las lectoras y los lectores un cuento cuya redacción disfrute enormemente.

El banquete de los perfectos
La mesa está puesta. Los sirvientes se han encargado de distribuir platos, copas, cubiertos, servilletas y lo más importante: las vasijas. Las que al final de la reunión estarán llenas de la viscosidad proveniente de los razonamientos de los siete comensales de la mesa heptagonal, labrada cuidadosamente para dar cabida solamente a una persona en cada lado, evitando así el riesgo de cualquier pretensión de invasión profana.
El anfitrión, Julius, debe su nombre al hecho de haber nacido el día siete del séptimo mes del año. Sus padres, convencidos de su perfecta creación, decidieron rendir homenaje al número siete, símbolo de la perfección.
Los perfectos tienen como costumbre reunirse los días siete a la séptima hora, para lo cual faltan unos minutos.
Julius se encarga de revisar los últimos detalles, que los siete platillos se encuentren listos, así como los mozos que se encargarán de servir la mesa. Los sirvientes siempre deben sumar siete o múltiplos de siete. El anfitrión no guarda dudas sobre el éxito de la reunión, ha preparado su discurso y durante todo el mes ha condicionado su psique para que en el momento que se realice el rito vomitivo, no tenga ningún contratiempo que lo pudiera poner en ridículo.
El reloj indica las siete, antes de que concluya el sonar de las campanadas, el mayordomo anuncia la llegada de los seis caballeros.
Julius sonríe mientras saluda a cada uno de los perfectos. Inicia la ronda con Henry, conocido como “El caudillo de la armonía perfecta”, sobrenombre ganado por su virtud en la música, dominando la composición, la ejecución y la percepción. El siguiente en recibir el saludo de Julius es Charles, “El príncipe de la perfección poética”, su obra El ego sufriente, es considerada la cumbre de las letras universales.
El anfitrión se entretiene halagando a Charles por la perfección de su obra, por lo que Sir Christian se adelanta a saludarlo, es falta grave hacer esperar a un perfecto. Julius abandona su charla, otorgándole su mano al reconocido mago y vidente, quien recibió la condecoración de “Maestro del imperio” a manos del emperador Omnipotencius III. Después de cruzar unas palabras con Sir Christian, Julius estrecha la mano de Johannes, acaudalado petrolero de los países orientales, conocido como “El perfecto idiota”. No con intención de considerarlo humano de rango inferior, al contrario, su sabiduría es tan profunda que al expresarse nadie lo entiende, sus palabras son ininteligibles para el vulgo. De ahí su sobrenombre, sin embargo, los perfectos no conocen los límites intelectuales, así que los dichos de Johannes son para ellos claros como estornudos.
Julius siente una mano que lo toma por el hombro, voltea consternado, mientras se pregunta encolerizado: “¿Quién osa tocarme sin mi consentimiento?”. Pero al descubrir el rostro del sacrílego, una sonrisa se apodera de su expresión. Era su Excelentísimo Serenísimo amigo Carlos de Astud, el conde masón, con quién compartió  sus tiempos de estudiante de leyes. Hijo de una de las familias más renombradas y acaudaladas del sur del país, se había visto en la necesidad de mandar construir un archivo de siete plantas para poder poner en orden la incontable cantidad de títulos y reconocimientos de los que había sido merecedor en su no tan extensa carrera profesional. Los dos perfectos estrecharon sus manos con el saludo obligado de los grado 33 de la logia de los iluminados, para luego fundirse en un abrazo.
Julius percibió que se estaba extendiendo demasiado en los saludos, descortesía que podía valerle el señalamiento ignominioso como “humano demasiado humano, esclavo de sus afectos”, la represalia más temida por los perfectos. Así que decidió proponerle a su gran amigo conversar en otra ocasión y darle la bienvenida al reconocido maestro de la seducción y de las artes románticas, Chorers Jull. A la fecha se le reconocen 4000 conquistas, sin incluir sus amores de infancia. Ha cruzado el mundo en busca de aventuras y a su paso ha dejado ríos de sangre y lágrimas, nacidos de los corazones estallados de cientos de mujeres inflamadas por su pasión.
Al concluir la recepción, el ilustre anfitrión exhorta a sus invitados a tomar asiento alrededor de la mesa, donde cada silla tiene grabada en una placa de oro el nombre de cada uno, indicando el lugar que deben ocupar.
Durante el mes previo, los perfectos dedicaron largas jornadas a la preparación de sus discursos, que son el rito neural de las reuniones. Es una tradición la cual inicia con un discurso tan altamente erudito que congestiona primero su cerebro para después saturar con sapiencia hasta los más recónditos recovecos de su vientre, llevándolos a la nausea y al vómito. La regurgitación es lanzada a una vasija. Una vez que los siete perfectos han depositado el contenido de sus entrañas, lo vacían en el perfecto que se encuentra sentado a su derecha, quien logré mayor inmovilidad en un comensal, obtiene del Soberano Gran Inspector General “El ojo dorado” al dueño del líquido más viscoso, lo que denota el grado de erudición de su discurso. Quien a través del tiempo acumula siete ojos de oro, recibe el la condecoración del compás y la escuadra.
Los meseros sirven la comida, la cual es deglutida bajo las más estrictas normas. Se prohíbe cualquier tipo de expresión mientras se ingieren los alimentos. Es por esto que los halagos al arte de gourmet de Julius, esperan hasta el final del banquete.
La comida es seguida por la distribución de copas servidas con Louis XIII. Tras paladear la bebida, los perfectos invitan a Carlos de Astud a tomar la palabra. Es precepto antiguo de esta logia, el que las sesiones sean abiertas por aquel miembro que haya recibido el máximo reconocimiento en la sesión previa, distinción que tuvo el distinguido masón.
         Luego de tomarse unos minutos para relajarse, el primer orador del día se puso en pie e inició su intervención:

Excelentísimos señores, es un honor para mí fundar la isla de erudición que seguramente hoy emanará de esta mesa, sé también que para ustedes es un gran honor poder escucharme.
Esta mañana trataré sobre pensamientos enraizados en las profundidades del raciocinio humano, debatiré sobre las leyes morales que deben regir a los seres humanos.

El conde razonó siguiendo los más doctos caminos, estaba casi por terminar el contenido preparado cuando su vientre se vació en la vasija. El casi llegar al final de su discurso fue una claro indicador de que no sería el triunfador de esa mañana, lo sabía por propia experiencia, en una ocasión sus palabras iniciales fueron tan sapienciales, que vomitó al instante, obteniendo sin competencia “El ojo dorado”.
Uno tras otro, los perfectos derramaron omnisciencia. Se abordaron temas como GADU, las Leyes, la Verdad, la Libertad, en fin, los más altos principios de las agrupaciones humanas.
Al concluir los discursos, los siete perfectos se pusieron en pie, tomaron su vasija y derramaron su contenido sobre el comensal de la derecha. Esperaron unos minutos, antes de que el Soberano solicitara hacer los movimientos estipulados en los códigos, los cuales permiten valorar el nivel de inmovilidad.
Al iniciar los balanceos, todos los perfectos, a excepción de Charles, quedaron estupefactos al notar a Julius como el más entumecido. La conmoción no se debía  al hecho de que fuera el anfitrión, muchos  dueños habían sido petrificados anteriormente. El origen del espanto era que quien había lanzado su vómito sobre Julius era Charles, quien además de ser un perfecto nombrado recientemente a raíz de la publicación de su famoso poema, su discurso trató sobre el amor. Todos se preguntaban: ¿cómo un tema tan vehemente puede condensar tanta viscosidad?
No había registros desde la Edad Media de un antecedente similar, aceptar el triunfo implicaba la extinción de la logia, el amor no podía triunfar sobre la razón. Se miraron de soslayo, Chorers Jull tomó su vasija y golpeó la cabeza de Charles con toda la fuerza que le dejó disponible el poco viscoso líquido de Carlos Astud. El poeta sólo alcanzo a gritar “¡Egooooo!” antes de caer muerto.
Un lugar quedó vacío, situación inconcebible para una logia de perfectos. El protocolo era explícito, el Soberano Gran Inspector General hizo traer al mayordomo. Primero le pidió arrastrar los desagradables restos de Charles del comedor, luego le ordenó arrancar la placa de oro, tras lo cual le pidió trajera de la calle a cualquier humano que pudiera suplir su lugar en la suma de los múltiplos de siete de los sirvientes y luego le entregó “El ojo dorado” reconociendo la implacable erudición de su silencio. Todos aplaudieron al tiempo que enunciaron: “¡Elogio al Celebérrimo Mayordomo del Gran Arquitecto del Universo, el séptimo de los siete perfectos!”.
El Soberano clausuró la mañana con el lema de la agrupación: “Supremacía y Razón, sucumban los esclavos de la pasión”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario