jueves, 22 de septiembre de 2011

Risa y Libertad: El camino del Héroe


La risa me atrapó como nunca antes, mi faceta de psicoanalista me susurró: “finalmente sucedió… te volviste loco”.  Mas el diagnóstico no menguo ni un ápice la risa, quizá la incrementó, pero eso no parecía posible. Opacados todos los sonidos por el íntimo jolgorio, mi ser levantó su voz para decir: “ya no hay tristeza, ya no hay enojo, ya no hay miedo, ya no hay nostalgia, solo risa…. ERES LIBRE” y cesé inmediatamente de reír, simplemente para escucharlo nuevamente y de manera plena: “ERES LIBRE”. Superado el impacto, supe que dicho paso no merecía menos que un ritual e inicie los planes para lanzarme de 3000 metros de altura para volar como mis queridas aves, aunque sea por unos minutos y con un sujeto atado a mi espalda asegurando que llegue bien a tierra.  ¿Qué resultará de ese vuelo? Lo narraré después del 8 de octubre.
Hoy me enfocaré en un diálogo con Fernando Savater,  quien después de haber escrito muy joven el libro La tarea del Héroe, retornó al tema en su texto El contenido de la felicidad. Haré una reflexión sobre la risa, la libertad y el camino del héroe; las cuales me encaminarán a mi lanzamiento a las entrañas del viento.
Partiré de una frase de Nietzsche, citada por el filósofo vasco: Quien tiene un carácter tiene una experiencia que vuelve. Savater asocia dicha vuelta con el deseo, con lo que se  quiere realmente, de ahí que el carácter sea la intersección entre el determinismo y el libre albedrío, es la fuerza para arrancarse de la gravedad del determinismo para levantar el vuelo hacia la libertad.
       El héroe es quien posee la fuerza, la intrepidez y la generosidad para cumplir el deseo de todo ser humano: descubrirse y elegirse a uno mismo: un atreverse a  ser plenamente, racionalmente, quien ya se es.
     El deseo no puede elegirse a sí mismo, las diferencias entre los seres humanos se definen en una mezcolanza de los medios y objetivos particulares, revueltos con la circunstancia individual conformada por la biología, la historia, la economía y los azares más contingentes, los dotes de la persona y la oportunidad inescrutable de los encuentros.
      Al descubrirse  y elegirse a sí mismo, el héroe se convierte en un fundador, pero lo que funda es a sí mismo, su identidad mítica, que nada, salvo su propia fuerza, inventa y sostiene. Por lo mismo, el héroe se inventa a sí mismo pero sobre la base de lo que es. El héroe no participa en operaciones de acoso y derribo impulsadas por la moral, ese instrumento de valoración de premio o condena cuyo fin es el control ideológico de la conducta ajena. Al héroe lo inspira la acción y no el juicio, por tanto, es guiado por una ética, la cual debe emanar de adentro y no de consensos que en muchas ocasiones han sustentado la tiranía.  Como afirma Savater, cuando la acción es vista desde el exterior ya no se observa de ella más que su casualidad inerte, su condición de resultado, pero no lo que de opción e intención libre pudo haber en su origen; por decirlo de modo más radical, considerada desde la exterioridad toda acción pertenece al ámbito de la necesidad y no al de la libertad.
        De esta manera el héroe va en contrasentido de las actuales prácticas empujadas por la profunda desconfianza del ser, donde afectos, vivencias y fantasías son puestas a votación para que las personas sepan si están viviendo legítimamente o no.
        El punto de vista del héroe es el origen de la acción, el instante irrepetible en que- cada vez como si fuera la primera vez- hay que tomar partido y jugarse la vida, jugándose en la vida. De ahí que el héroe no sea una teoría o una aspiración, es un ser-en-acto, reconoce el pasado y el futuro pero decide en el presente. El héroe es alegre y virtuoso, no en el sentido moral, sino en la búsqueda de  la areté, de la excelencia de su propio ser, al cual escucha permanentemente logrando decidir solamente desde las raíces de su condición.  El héroe no lo sabe todo, pero todo le sabe, se entrega a cada instante y en su arrojo en ocasiones sale herido o derrotado, pero aún en su desconsuelo sale triunfal pues todo movimiento a su conocimiento interior lo valora como un laurel, sin importar que haya sido impulsado por el dolor.
         Hasta los héroes más sombríos, en el momento de su gesto heroico, se rodean de una cierta aura regocijada. Y es que el héroe supera en su decisión la seriedad de la vida, porque la seriedad del mundo es la necesidad y él se sabe libre. Los héroes ríen siempre: se ríen de lo necesario, se ríen de su desventura y en su desconsuelo. Es por eso que el héroe siempre conserva un rictus de ironía. El héroe se aburre entre los serios y con esto no me refiero a los inexpresivos, en este sentido los serios son los que se visten con los imperativos del consenso social y temerosos de la alienación no se permiten la risa  frente a los monumentos que resguardan el supuesto orden social. El héroe vive las buenas costumbres como grilletes que le impiden el viaje a su interior.
En su libro sobre El concepto de ironía el espirituoso Kierkegaard afirma que  en la ironía, el sujeto es negativamente libre, pues falta la realidad que le proveería un contenido; el sujeto es libre de las ataduras con las que la realidad dada retiene al sujeto, pero es negativamente libre, y como tal, puesto que no hay nada que lo retenga, queda suspendido. Pero es esa libertad, es ese estar suspendido el que da al ironista un cierto entusiasmo, pues es como si se embriagase en la infinitud de las posibilidades, pues en caso de necesitar consuelo frente a tanta ruina puede refugiarse en la enorme reserva de la posibilidad. Quizá el límite para el buen y seductor filósofo danés es su necesidad de certezas, la cual nunca lo dejó arrancarse del cristianismo para lanzarse a la verdadera angustia, sobre la cual escribió magistralmente. El negativo que le atribuye a la ironía se sustenta en la suposición de una realidad positiva la cual supuestamente el irónico deja a un lado. Sin embargo, Kierkegaard toca en este fragmento un elemento esencial del héroe:  no hay nada que lo retenga, queda suspendido. Precisamente al negarse a proponer direcciones a los otros, nada lo retiene, pero tampoco retiene a nadie.  El héroe sabe que el deseo puede multiplicar sus rutas sin previo aviso, por tanto, su corazón no es una ciudad amurallada, sino un valle al cual se puede entrar y salir desde diferentes alturas y con diversos niveles de riesgo. Al mismo tiempo asume que al visitar otros valles nunca tiene asegurada la permanencia. No por ello, sus ojos se han secado, no es poco frecuente que salga de valles por la ruta más escarpada con la sola intención de retrasar su migración, dándose tiempo para derramar las más sentidas lágrimas, pero eso sí, dejándolas en el valle que las inspiraron, nunca traslada lágrimas de un valle a otro.
Aunque parezca paradójico, la función del héroe es profundamente social, pero el héroe mismo rara vez lo es. El héroe vive gran parte de su vida en soledad, actúa en lo social pero se busca en solitario. Quien derrama su mirada sobre los otros, queda inhabilitado para la introspección, quien valora intensamente los dones ajenos, devalúa sus propios talentos encapsulándolos con el acero de la envidia. Paranoia, significa tener la atención dirigida al exterior. Actualmente predomina el posicionamiento paranoico, el deseo se vuelca en necesidad cuando nos orientamos hacia lo que no somos, aplastando al ser con toneladas de condicionantes, con el querer ser todo menos uno mismo.
La verdad del héroe es su risa, la alegría que brota de la gran seriedad de lo irremediable momentáneamente vencida. El mayor talento del héroe es saber reconocer lo irremediable, por eso, cuando no lucha, ríe. Pues solamente lo remediable justifica el impulso y la seriedad. El héroe se ríe de la esperanza y trabaja sobre lo posible, pelea permanentemente contra los dioses, quienes lo persiguen para arrojarlo a la tragedia. Pero siempre se libera pues sabe que su única trascendencia son las semillas de deseo esparcidas durante sus batallas o lanzadas por sus carcajadas. Como buen amoroso, frente a la muerte el héroe Se pone a cantar  entre labios una canción no aprendida. Y se va llorando, llorando la hermosa vida.