25 de diciembre en Barcelona,
domingo y día festivo, una buen parte de la ciudad está conectada a la
inactividad propia de estas fechas.
Viajando solo, la interrogante
por el plan del día se dirige
primeramente a lo posible y luego al deseo. Descartadas las opciones
comerciales y abarcadas una buena parte de las turísticas más importantes,
quedaban dos caminos: Religio o Natura. Al ser una festividad religiosa,
los templos católicos estarían abiertos, solamente que suelen cerrar de 13:30 a
16:30. Opté por Natura, habiendo
visitado dos colinas de Barcelona: Montjuïc y la Colina de las cruces (Parc
Güell); y el monasterio en Montserrat. Decidí que era el día de visita al
Mediterráneo, el maravilloso clima y la gratuidad del paseo, corroboraron la decisión.
Como suelen ser las playas de
mares, en contraste con los de océanos, el oleaje es sutil, preciso para
entonar su música sin imponer su poder con
golpes impetuosos sobre la arena. Añil profundo, gaviotas y pocas
embarcaciones, constituyen la fórmula exacta para la inspiración poética.
Envuelto por un cielo azul
completamente despejado, me dejé caer sobre la arena, a mirar y escuchar. Eso sí,
atrapé estratégicamente mi inseparable mochila, al parecer, en Barcelona no es
recomendable caer en éxtasis teresiano en sitos públicos, aunque las bellezas
artísticas, naturales y humanas inviten a una mística contemplación, los
roba-bolsas operan como radares de la distracción. Quizá el estímulo más
complicado de evadir, por su cantidad, son las bellas catalanas. Subirse al
metro es como abordar el “tranvía llamado deseo”, una tras otra aparecen, es como habitar un
hormiguero de hormigas reina. Uno se explica porque el monasterio tiene que
estar lejos y en medio de la montaña, aquí los bonos celestiales por castidad
se triplican, aun así, Montserrat tampoco es un refugio seguro, pues sus
serranías son una sucesión de formas femeninas. Quizá un detalle inesperado es
que pareciera que todas estuvieran uniformadas, todas visten botas, jeans o
mallones y abrigo o chamarra. Debe ser
la tendencia de invierno, pero llegué a la conclusión de que en la actualidad
la moda no es la búsqueda de la originalidad sino la lucha por verse mejor con
lo mismo. No es asunto local, pues había una gran cantidad de turistas orientales
y compartían el uniforme.
Nunca había estado tan cerca
del Mediterráneo, su incesante azul es un paisaje de reflexión zen, un vacío
sobre el cual uno traza las líneas de su espiritualidad como rayas de un cuadro
de Joan Miró.
Cuando el sol comenzó a crearme
estragos, visualicé una red de restaurantes que me atrajeron como ratón tras el
flautista de Hamelin. Todos enarbolan
nombres muy conceptuales, parece una muestra de lugares de la zona de
Polanco en la Ciudad de México, pero ubicados a orillas del mar. Tras un
recorrido por las afueras, elegí uno llamado Opium Mar, pero miré la carta antes de entrar, no pretendía romper
mi romance con el Mediterráneo al recibir una cuenta exorbitante. En realidad,
el precio se elevaba un poco sobre la media de lo que había visto hasta el
momento, caro, pero recordando algunos lugarcillos donde te gastas tres euros
menos, el lugar se perfilaba como paraíso.
Me atendió un mesero totalmente
fashion: alto, delgado, trigueño, con
rasgos ibérico-arábigos, en fin, un prófugo de un anuncio de Armani. Al
preguntarle por los tintos que vendían por copa, desbordó un estilo gay que
parecía que le había echado un piropo, lo cierto es que recibí noticias
maravillosas, una opción era ese bálsamo emanado de las entrañas de la Ribera
del Duero que se llama Protos. En
comparación con las otras alternativas la copa tenía un precio elevado, pero el
entorno lo justificaba. Cuando confirmé el pedido, pasó su mano por encima de
la oreja izquierda y me dijo suavemente: ¡Vale!
Como dicen por estas tierras, ¡Joder!,
sentí que me aplicó aquella frase de Soltero
maduro.. Pero en realidad ahí acabó la escena, al parecer era el capitán de
meseros y su función era utilizar todos sus recursos de seducción en el momento
clave en que uno hace el primer pedido. Seguramente sabe que agregar algo de
encanto al hambre y la fascinación de
los comensales por el entorno, puede elevar el consumo.
Al visitar las instalaciones
sanitarias, encontré que el lugar resguardaba un gran bar al cual
convocaban para recibir el 2012. Pensé
que sería un lugar espléndido para festejar el inicio del último año maya, pero
ya no estaré por aquí para esas fechas. Además una borrachera frente al Mediterráneo
puede tener sus riesgos, con los sentimientos de grandiosidad provocados por el
alcohol teniendo como escenario al mar con el mayor número referencias en la
cultura occidental, puede emerger el Aquiles o Ulises que uno lleva dentro
y creer que ese manto de agua lo
llama a grandes faenas.
Caminé otro tramo de la playa para
luego encaminarme a otras rutas de Natura,
crucé una de las entradas del Parc de la
Ciutadella. Me dirigí a la famosa cascada diseñada por Josep Fontseré junto
con su entonces estudiante, Antoni Gaudí. Pedí un café e inicié la redacción de
estas líneas, tras lo cual me dispongo a seguir leyendo la magistral novela 1Q84 de Haruki Murakami, cuyas primeras
dos partes (integradas en un solo libro) las porté, no sin cierto escepticismo,
como libro de viaje. Mis dudas se derrumbaron desde las primeras páginas, en
cuanto hago una pausa en el camino lo leo: en el transporte, en las comidas, en
las noches y en mis tan gustadas escalas de lectura en parques, jardines,
montañas y anexas. Esto ha tenido sus consecuencias, leí las 737 páginas en una
semana, lo que me lanzó directo a La Casa
del Libre, por la tercera parte. A pesar de la molestia por el hecho de que
lo vendan más caro que en México, cuando en esta ciudad lo producen, lo compré
y ya lo empecé a leer.
Desde mis tiempos de lecturas rusas y de Los Miserables, no había sido atrapado de esta manera por un libro.
El asunto es que ahora busco dos lunas en el cielo y en medio de tantos
espacios mágicos que tiene Barcelona, siento que emerge a cada momento la Little People. No me han perdido, sucede
que Murakami es un maestro de la pluma, utilizando sus propias palabras es un perceiver de la
condición humana. Hay que leerlo, de otra manera como dice el padre de Tengo, el protagonista: Si no lo entiendes sin que te lo explique,
quiere decir que no lo entenderás por más que te lo explique.
Barcelona y 1Q84 quedaran impresos como un solo recuerdo
en mí. En otra entrada, escribiré sobre el libro de Murakami, vinculándolo a
otras series de libros que han tenido recientemente un gran éxito, como Millenium, con las cuales comparte el tema de la violencia hacia la
mujer, la cual parece intensificarse y diversificarse a cada momento, sumándose
la violencia de las mujeres hacia su propio cuerpo, a través de crueles dietas,
cirugías y ejercicios excesivos, esto es dolor, abstinencia y mutilación.
Por el momento
seguiré mi andar catalán, mañana a Figueras, la patria chica de Dalí. Bo adéu.