miércoles, 4 de enero de 2012

Cuatro jinetes espirituales de Cataluña: Gaudí, Casals, Dalí y Miró



         Como ritual de arribo a las ciudades me gusta visitar una edificación representativa del lugar. Este invierno al llegar a Barcelona, me registré en el hotel, arrojé mi maleta a la habitación y me encaminé a la recientemente nombrada Basílica de la Sagrada Familia, la cual se ubicaba a unas cuadras. Era domingo, la noche ya había avanzado, por tanto, mi camino fue solitario, frío y en medio de esa penumbra iluminada de las ciudades.
Cuando se viaja, la imaginación hace una labor previa a partir de las imágenes y los relatos, pero siempre sucede que la realidad no se corresponde con la fantasía. Uno cree que los espacios exaltados se encuentran casi flotando en un limbo, como sitios sagrados alejados de la contaminante banalidad y no deja de sentirse cierta decepción al descubrir que las ciudades van devorando la magia de los entornos de los magníficos edificios.
Esta vez no fue la excepción, cerca del Templo alcancé a visualizar una de sus peculiares torres, al virar en una esquina estaba frente a mi el punto más visitado de toda España, como una puerta a un universo sagrado en medio de una modernísima ciudad. Mi llegada fue por la fachada de la Pasión que no es la más recurrida en las fotografías, tras emerger de mi éxtasis ante el edificio negótico-modernista caminé la cuadra necesaria para llegar a la fachada del Nacimiento.  En ese instante me atrapó el espíritu de Gaudí, quien inició esta construcción en 1882 y a la fecha no se ha podido concluir. No pude entrar en ese momento, pero regresé dos días después. A ésta, se sumaron las visitas a la Casa Batlló, Casa Milá y el Parque Güell. Todos caracterizados por un estilo naturalista-acuático-anatómico que provocan en el espectador la sensación de edificios en permanente movimiento, ya sea un efecto de derretimiento o un empuje de corriente marítima. Gaudí no invadía la naturaleza, la continuaba, la decoraba. Al visitar su casa en el Parque Güell, la cual fue diseñada por uno de sus discípulos, fui testigo de una escena la cual me dejó unas horas en reflexión. Un visitante que andaba muy entusiasmado con su cámara, se acerca a la habitación donde dormía Gaudí y se encuentra con una cama individual y libera un grito interrogante: “¿Dormía solo?”. En realidad, el único dato con base suficiente de la vida sentimental del arquitecto, fue su intención de casarse con Pepeta Moreu, quien le dio las gracias por su ofrecimiento y decidió casarse con otro hombre. Esto ha levantado suspicacias sobre la posible homosexualidad de Gaudí, lo cierto es que al ver su habitación, la cual se conforma de una cama, un reclinatorio, una cruz y sobre ella una espiga que se dirige al firmamento, hace pensar en una vida contemplativa y espiritual, que da cuenta de sus obsesiones ascencionistas con el diseño de la Sagrada Familia, que con sus numerosas espigas da la impresión de un centro de recepción de señales divinas.
 Otro encuentro maravilloso fue con Pau Casals, el mejor violonchelista del siglo XX. Fue la mayor sorpresa de mi viaje, había escuchado algunas de sus interpretaciones pero no había tenido mayor curiosidad por su biografía. Sucedió que visitando el Museo de Arte de Girona, súbitamente quedé embriagado por una melodía profundamente melancólica, tono exacerbado por ser interpretada con un violonchelo. Totalmente arrobado  me dejé arrastrar a la fuente de la música. Era una pequeña sala cuyo objetivo era invitar a visitar la Villa de Pau Casals en la región del Vendrell, la hipnótica pieza era El Cant dels Ocells (El canto de las aves), en ese momento pensé que era composición de Casals. El folleto era explícito en el obsequio que implicaba ir a la villa, con una vista hacia el Mediterráneo que no dejaba dudas que era otra puerta de Cataluña hacia lo infinito. Al sur de Barcelona, la Villa se encuentra en una playa de nombre San Salvador, uno se baja en la estación de St. Vicenc de Calders y camina como tres kilómetros a la Villa. Gran parte del recorrido se puede hacer dialogando con las olas del Mediterráneo a través de una playa eterna, completamente vacía por ser temporada de invierno. Acepto que en algún momento sentí temor, pues en un kilómetro no me crucé con ningún ser humano, todas las casas estaban cerradas, así como los restaurantes. De repente me sentí como Juan Preciado entrando a Comala en busca de Pedro Páramo, quizá había entrado a un pueblo fantasma, a la playa de los muertos. Llegué a la Villa a las tres de la tarde, eso me dio tranquilidad, pues daba cierta prueba de realidad. Sin embargo, como es costumbre en esas regiones, todo se cierra entre las 14 y las 16 horas. Por tanto, tenía una hora para encontrar alimento, en los alrededores localicé un restaurante donde había solamente una mesa ocupada, al ingresar me sentí como en una escena de un western, las miradas fueron como de “¿qué buscas forastero?”, sólo alcancé a decir: “quiero comer”. El menú era muy difuso, así  que la dueña, que resultó ser bastante amable, me dijo que una posibilidad era una porción de tortilla española, acepté la oferta y recibí un manjar de dioses, fue una delicia que además pude combinar con unos panecillos mojados con jitomate, aceite de oliva y una copa de vino.
      A las cuatro agradecí la hospitalidad y caminé a la Villa. Era el único visitante, lo cual me permitió jugar por un instante a pasearme como si fuera el propietario. Me paré frente a la vista que ofrecía el folleto y agradecí al azar el que me hubiera permitido llegar hasta ese espléndido lugar, donde la memoria, el espíritu y el mar se fusionan en una armonía que hace justicia al pasado de una región que fue de las más azotadas por la Guerra Civil. En medio de los suspiros del recuerdo y la brisa parecían llegar los murmullos del horror, el llanto de los niños, los gritos de las mujeres y el correr de los hombres, huyendo o enfrentando inquebrantables fuerzas. En mi cabeza resonó una voz diciendo: ¿Por quién doblan las campanas?, por supuesto por ellas y ellos, las víctimas de la matanza orquestada por Francisco Franco.  Con su música, Casals exorcizó el lugar, impregnando con su espíritu cada rincón. En la Villa descubrí que  El Cant dels Ocells  es una pieza tradicional catalana cuyo tema es la navidad, la cual Casals interpretaba siempre al final de sus conciertos como un mensaje de paz. El 24 de octubre de 1971 la interpretó en la sede de la Asamblea General de la ONU cuando le otorgaron la Medalla de la Paz.
       Tras escuchar varias veces El Cant dels Ocells en una sala y comprar un CD con la grabación de la pieza, me encaminé a la estación. Con mayor conocimiento de la zona, recorrí dos kilómetros por la arena del Mediterráneo con el atardecer frente a mi. La conmoción me llevó al llanto, el destino me obsequió el privilegio de que mis lágrimas se hicieran una con esa maravillosa mar.
      En el extremo norte de Cataluña se ubica la patria chica de Salvador Dalí, Figueras, lugar donde se encuentra el Teatro-Museo Dalí, considerado el objeto surrealista más grande del mundo, construido sobre las ruinas del antiguo Teatro Municipal, destruido al final de la Guerra Civil. El propio Dalí argumentó así la pertinencia del espacio: “¿Dónde si no en mi ciudad ha de perdurar lo más extravagante y sólido de mi obra, dónde si no? El Teatro Municipal, lo que quedó de él, me pareció muy adecuado y por tres razones: las primera porque soy un pintor eminentemente teatral; la segunda, porque el Teatro está justo delante de la iglesia en la que fui bautizado, y la tercera, porque fue precisamente en la sala del vestíbulo del Teatro donde expuse mi primera muestra de pintura”. Tras visitar este Teatro-Museo llegué a  varias conclusiones. La primera es que uno puede recorrerlo desde la fascinación, deseando apropiarse lo más posible de su contenido. Esta actitud se hace evidente en personas que desean fotografiar hasta los más mínimos detalles, lo cierto es que el secreto de la obra de Dalí estaba en Dalí mismo, por más que uno devore su obra, no se logrará una transubstanciación. En lo personal, opté por entregarme a la experiencia del espacio, lo cual me permitió descubrir que Dalí no diseñó un museo sino un mausoleo, esto resulta evidente cuando se nota que sus restos se encuentran en un subsuelo sobre el cual hay un área similar a un altar sobre la cual se levanta una cúpula de cristal. Está organizado como una iglesia católica. La tradición arquitectónica de los templos católicos marcaba que debajo del altar debían reposar los restos o reliquias de un santo y encima del altar se debía levantar la cúpula. Sin embargo, con Dalí no se puede más que entregarse a la contemplación de la producción de un genio sin parangón. Como él mismo afirmaba, era un espíritu renacentista, hizo de la creación su verdad, su producción abarca pintura, escultura, arquitectura, instalaciones, mobiliario, joyería, en fin, de su cabeza pudo haber emanado todo un mundo alterno, el planeta Dalí.

         Montjuic es una montaña en medio de Barcelona, la cual cobró gran renombre al constituirse en el corazón de las instalaciones deportivas de las Olimpiadas de 1992. Esa montaña también aloja a la Fundación Joan Miró, centro cultural y artístico impulsado por el pintor para la promoción e investigación del arte contemporáneo. Si bien, mi gusto por la obra del artista precedía a la visita al museo, tuve la fortuna de que se presentará una exposición temporal que concentraba no solamente una gran cantidad de obras, sino que incluía las más significativas del creador. El nombre mismo de la exposición era por sí mismo bastante sugestivo La escalera de la evasión, el cual nace del título de una de sus pinturas. Joan Miró era un contemplativo, solía aislarse en la tierra familiar en Mont-roig, afirmando que toda su obra se inspiraba en sus estancias en dicho lugar. Pero era un convencido de que “no hay ninguna torre de marfil” por lo mismo la idea de una escalera de la evasión, es que todo proceso de ascenso artístico o espiritual tiene fuerza legítima cuando está sostenida en la tierra, en la realidad. Su pintura me remitió a la espiritualidad oriental, esto es, a la experiencia del vacío, a la renuncia de las formas y las representaciones.  Su obra se acerca más a las catedrales góticas, espacios libres de imágenes donde se limitan las proyecciones, el yo se queda sin espejos lo cual permite que emane el espíritu, lo cual, por supuesto, puede ser una experiencia sumamente angustiosa. A diferencia de las catedrales barrocas, llenas de figuras humanas donde uno puede proyectar en el rostro y el cuerpo de los Cristos, las vírgenes o los santos, las imaginerías del yo, creando la fantasía de compañía de seres con rostros bondadosos o extasiados. Miró traza líneas sobre la nada, dejando al espectador libre frente a las líneas sobre el vacío. Si bien manejaba muchos signos y símbolos, en ocasiones son tan abstractos que tan sólo tenían sentido para el artista, dejando a los demás construir su propia experiencia estética.

        De estos cuatro jinetes  espirituales de Cataluña, he recibido invaluables dones: la austeridad y naturalismo de Gaudí, la disciplina y pacifismo de Casals, el renacentismo de Dalí y la evasión de Miró. De los cuatro obtengo principios suficientes para orientar una vida: la aceptación de la existencia de algo superior a uno mismo, la lealtad con el propio talento, la vocación de trabajo y la importancia de producir algo diferente a uno mismo, para no quedar atrapado en el espejo.


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