Como ritual de arribo a las
ciudades me gusta visitar una edificación representativa del lugar. Este
invierno al llegar a Barcelona, me registré en el hotel, arrojé mi maleta a la
habitación y me encaminé a la recientemente nombrada Basílica de la Sagrada
Familia, la cual se ubicaba a unas cuadras. Era domingo, la noche ya había
avanzado, por tanto, mi camino fue solitario, frío y en medio de esa penumbra
iluminada de las ciudades.
Cuando se viaja, la
imaginación hace una labor previa a partir de las imágenes y los relatos, pero
siempre sucede que la realidad no se corresponde con la fantasía. Uno cree que
los espacios exaltados se encuentran casi flotando en un limbo, como sitios
sagrados alejados de la contaminante banalidad y no deja de sentirse cierta
decepción al descubrir que las ciudades van devorando la magia de los entornos
de los magníficos edificios.
Esta vez no fue la
excepción, cerca del Templo alcancé a visualizar una de sus peculiares torres,
al virar en una esquina estaba frente a mi el punto más visitado de toda España,
como una puerta a un universo sagrado en medio de una modernísima ciudad. Mi
llegada fue por la fachada de la Pasión que no es la más recurrida en las
fotografías, tras emerger de mi éxtasis ante el edificio negótico-modernista
caminé la cuadra necesaria para llegar a la fachada del Nacimiento. En ese instante me atrapó el espíritu
de Gaudí, quien inició esta construcción en 1882 y a la fecha no se ha podido concluir.
No pude entrar en ese momento, pero regresé dos días después. A ésta, se
sumaron las visitas a la Casa Batlló, Casa Milá y el Parque Güell. Todos
caracterizados por un estilo naturalista-acuático-anatómico que provocan en el
espectador la sensación de edificios en permanente movimiento, ya sea un efecto
de derretimiento o un empuje de corriente marítima. Gaudí no invadía la
naturaleza, la continuaba, la decoraba. Al visitar su casa en el Parque Güell,
la cual fue diseñada por uno de sus discípulos, fui testigo de una escena la
cual me dejó unas horas en reflexión. Un visitante que andaba muy entusiasmado
con su cámara, se acerca a la habitación donde dormía Gaudí y se encuentra con
una cama individual y libera un grito interrogante: “¿Dormía solo?”. En
realidad, el único dato con base suficiente de la vida sentimental del
arquitecto, fue su intención de casarse con Pepeta Moreu, quien le dio las
gracias por su ofrecimiento y decidió casarse con otro hombre. Esto ha
levantado suspicacias sobre la posible homosexualidad de Gaudí, lo cierto es
que al ver su habitación, la cual se conforma de una cama, un reclinatorio,
una cruz y sobre ella una espiga que se dirige al firmamento, hace pensar en
una vida contemplativa y espiritual, que da cuenta de sus obsesiones
ascencionistas con el diseño de la Sagrada Familia, que con sus numerosas
espigas da la impresión de un centro de recepción de señales divinas.
Otro encuentro maravilloso fue con Pau Casals, el mejor
violonchelista del siglo XX. Fue la mayor sorpresa de mi viaje, había escuchado
algunas de sus interpretaciones pero no había tenido mayor curiosidad por su
biografía. Sucedió que visitando el Museo de Arte de Girona, súbitamente quedé
embriagado por una melodía profundamente melancólica, tono exacerbado por ser
interpretada con un violonchelo. Totalmente arrobado me dejé arrastrar a la fuente de la música. Era una pequeña
sala cuyo objetivo era invitar a visitar la Villa de Pau Casals en la región
del Vendrell, la hipnótica pieza era El
Cant dels Ocells (El canto de las aves), en ese momento pensé que era
composición de Casals. El folleto era explícito en el obsequio que implicaba ir
a la villa, con una vista hacia el Mediterráneo que no dejaba dudas que era
otra puerta de Cataluña hacia lo infinito. Al sur de Barcelona, la Villa se
encuentra en una playa de nombre San Salvador, uno se baja en la estación de
St. Vicenc de Calders y camina como tres kilómetros a la Villa. Gran parte del
recorrido se puede hacer dialogando con las olas del Mediterráneo a través de
una playa eterna, completamente vacía por ser temporada de invierno. Acepto que
en algún momento sentí temor, pues en un kilómetro no me crucé con ningún ser
humano, todas las casas estaban cerradas, así como los restaurantes. De repente
me sentí como Juan Preciado entrando a Comala en busca de Pedro Páramo, quizá
había entrado a un pueblo fantasma, a la playa de los muertos. Llegué a la
Villa a las tres de la tarde, eso me dio tranquilidad, pues daba cierta prueba
de realidad. Sin embargo, como es costumbre en esas regiones, todo se cierra
entre las 14 y las 16 horas. Por tanto, tenía una hora para encontrar alimento,
en los alrededores localicé un restaurante donde había solamente una mesa
ocupada, al ingresar me sentí como en una escena de un western, las miradas
fueron como de “¿qué buscas forastero?”, sólo alcancé a decir: “quiero comer”.
El menú era muy difuso, así que la
dueña, que resultó ser bastante amable, me dijo que una posibilidad era una
porción de tortilla española, acepté la oferta y recibí un manjar de dioses,
fue una delicia que además pude combinar con unos panecillos mojados con
jitomate, aceite de oliva y una copa de vino.
A las cuatro
agradecí la hospitalidad y caminé a la Villa. Era el único visitante, lo cual
me permitió jugar por un instante a pasearme como si fuera el propietario. Me
paré frente a la vista que ofrecía el folleto y agradecí al azar el que me
hubiera permitido llegar hasta ese espléndido lugar, donde la memoria, el
espíritu y el mar se fusionan en una armonía que hace justicia al pasado de una
región que fue de las más azotadas por la Guerra Civil. En medio de los
suspiros del recuerdo y la brisa parecían llegar los murmullos del horror, el
llanto de los niños, los gritos de las mujeres y el correr de los hombres,
huyendo o enfrentando inquebrantables fuerzas. En mi cabeza resonó una voz
diciendo: ¿Por quién doblan las campanas?,
por supuesto por ellas y ellos, las víctimas de la matanza orquestada por
Francisco Franco. Con su música,
Casals exorcizó el lugar, impregnando con su espíritu cada rincón. En la Villa
descubrí que El Cant dels Ocells es
una pieza tradicional catalana cuyo tema es la navidad, la cual Casals
interpretaba siempre al final de sus conciertos como un mensaje de paz. El 24
de octubre de 1971 la interpretó en la sede de la Asamblea General de la ONU
cuando le otorgaron la Medalla de la Paz.
Tras escuchar
varias veces El Cant dels Ocells en
una sala y comprar un CD con la grabación de la pieza, me encaminé a la
estación. Con mayor conocimiento de la zona, recorrí dos kilómetros por la
arena del Mediterráneo con el atardecer frente a mi. La conmoción me llevó al
llanto, el destino me obsequió el privilegio de que mis lágrimas se hicieran
una con esa maravillosa mar.
En el extremo
norte de Cataluña se ubica la patria chica de Salvador Dalí, Figueras, lugar
donde se encuentra el Teatro-Museo Dalí, considerado el objeto surrealista más
grande del mundo, construido sobre las ruinas del antiguo Teatro Municipal,
destruido al final de la Guerra Civil. El propio Dalí argumentó así la
pertinencia del espacio: “¿Dónde si no en mi ciudad ha de perdurar lo más
extravagante y sólido de mi obra, dónde si no? El Teatro Municipal, lo que
quedó de él, me pareció muy adecuado y por tres razones: las primera porque soy
un pintor eminentemente teatral; la segunda, porque el Teatro está justo
delante de la iglesia en la que fui bautizado, y la tercera, porque fue
precisamente en la sala del vestíbulo del Teatro donde expuse mi primera
muestra de pintura”. Tras visitar este Teatro-Museo llegué a varias conclusiones. La primera es que
uno puede recorrerlo desde la fascinación, deseando apropiarse lo más posible
de su contenido. Esta actitud se hace evidente en personas que desean fotografiar
hasta los más mínimos detalles, lo cierto es que el secreto de la obra de Dalí
estaba en Dalí mismo, por más que uno devore su obra, no se logrará una
transubstanciación. En lo personal, opté por entregarme a la experiencia del
espacio, lo cual me permitió descubrir que Dalí no diseñó un museo sino un
mausoleo, esto resulta evidente cuando se nota que sus restos se encuentran
en un subsuelo sobre el cual hay un área similar a un altar sobre la cual se
levanta una cúpula de cristal. Está organizado como una iglesia católica. La
tradición arquitectónica de los templos católicos marcaba que debajo del altar
debían reposar los restos o reliquias de un santo y encima del altar se debía
levantar la cúpula. Sin embargo, con Dalí no se puede más que entregarse a la
contemplación de la producción de un genio sin parangón. Como él mismo
afirmaba, era un espíritu renacentista, hizo de la creación su verdad, su
producción abarca pintura, escultura, arquitectura, instalaciones, mobiliario,
joyería, en fin, de su cabeza pudo haber emanado todo un mundo alterno, el
planeta Dalí.
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