martes, 5 de junio de 2012

De donde no se vuelve


Me muevo hacia delante para atrapar mi propio tiempo
y el tiempo va siempre hacia atrás…
De donde no se vuelve.

Alberto García-Alix

       Es cuatro de abril del año dos mil doce, recorro el andador Macedonio Alcalá, puente entre dos centros de ascensión espiritual, vena que une la Catedral de la ciudad con el Templo de Santo Domingo. Colores, olores y sabores vuelan hasta los sentidos, recuerdan al visitante que si la diversidad tuviera un hogar se localizaría en Oaxaca. El sol amenaza con hervir el pavimento y abrasar la piel, en un orden que sólo natura puede imponer, los caminantes nos organizamos sobre una estrecha franja de sombra como hormigas en dirección al nido.
Rastreo sin buscar, el impulso me lleva al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), aunque me remite a su similar en Monterrey, las dimensiones del sureño son tan sólo una escala del norteño, pero el recuerdo de haber sido sorprendido por la obra de Julio Galán en la tierra regiomontana me hace pensar en la oportunidad de ser atrapado nuevamente por una obra. Las primeras salas me hacen sentir como en esos espacios necesarios de un museo de arte, una obra temática pero lejana a las entrañas de lo humano. Recibo un obsequio de una pared de un patio interior, una frase del oaxaqueño Rufino Tamayo: “No quiero retratar el árbol o el hombre, sino rehacerlos, ‘recrearlos’. Para mí esta es la función del arte. Y esta recreación se hace por medio de la poesía”. Con esperanza renovada subo unas escaleras donde me encuentro con una sala de video donde se proyecta una especie de documental del fotógrafo Alberto García-Alix. Temeroso ingreso al ala obscura, experimento resistencia frente a obras artísticas donde el creador parece dirigirse a especialistas, asumiendo que el espectador conoce toda la historia del arte occidental y desde ese lugar de privilegio tendrá el honor de entender su propuesta.
Encuentro un desfile de video y fotografías en blanco y negro, contextualizadas por  la narración de una voz rasposa al estilo Joaquín Sabina, ese peculiar sonido que emana de gargantas donde el alcohol y el tabaco han hecho surco.  No es el buen Sabina, es el mismo García-Alix quien sigue un guión que él mismo ha escrito, al cual llamó De donde no se vuelve. La circulación de 200 fotografías capturadas entre los años 1976 a 2008 sumada a la locución de un sobreviviente de la batalla de las jeringas, me hipnotiza, un híbrido se apodera de mi pecho, donde danzan abrazados la fascinación y el espanto, los rostros tan vivos y altaneros de yonkis que se eternizaron en la juventud, momificados por lo que el mismo García-Alix llama los excesos del pasado:

Vapores de opio donde el tiempo es sombra.
Vapores de opio sueñan letras chinas. Vapores de opio sueñan letras chinas.
Morfina…
Pentazocina. Palfium. Dolantina. Pentapón. Sosegón…
Pentazocina. Palfium. Dolantina. Pentapón. Sosegón…
Ampollas de clorhidrato mórfico… Ampollas de clorhidrato mórfico…
Heroína… Heroína…
El limbo que antecede al infierno. El limbo que antecede al infierno.
El fracaso narcotizado no duele, tampoco el miedo…
Carlitos Gardel en cucharilla de plata…
¡Hay que bailar! Y eso hicimos la mayoría de la pandilla
Tere y yo, Willy, Fernando, Rosa, Chito y Magui, Manolo…
Como en un homenaje, se nombra a las caídas y los caídos por las flechas de heroína, miro las imágenes como si frente a mí se encontrara el anuario de un panteón: “Por favor, sonrían, graduados de la vida, generación 1980”.
El primero en morir fue mi hermano Willy y la primera en nacer
fue su hija Nuria.
Una lección magistral de vida.
Teresa estaba convencida de que éramos jóvenes con alma de héroe
y Fernando decía que vivíamos desencajados en un estrato marginal.
Mi única disciplina era la misma que hoy: hacer fotos.
Los amigos de aquellos días y nuestra común odisea, congelados.
Éramos jóvenes. Ingenuos. Irreverentes. Inquietos. Agitadores… Creativos…
Larga vida al Rock ‘n’ Roll!
Pero, para muchos de nosotros, nuestro error fue que nuestra mística
estaba anclada a una épica destructiva.
En esta luz que anestesia el remordimiento, renace el deseo...
Si pudiese me daba un homenaje.
Por matar el miedo soy capaz…
Capaz de cualquier delito.

     Nuestro error fue que nuestra mística estaba anclada en un épica destructiva… Describiendo a jóvenes de hace más treinta años, la frase podrían apropiársela muchos jóvenes de la actualidad, es un enunciado para un domingo, las generaciones noveles han abandonado los confesionarios como sitio expiatorio, ahora cumplen su acto de contrición en sus habitaciones, enterrados en sus camas, “crudeando” o luchando contra los espectros de una noche de anfetaminas, sedientos de serotonina, escarban entre sus drogas suaves para matar el miedo y no ser arrastrados por el pánico o la depresión.
       Educados para recorrer líneas, caminamos desde la infancia impulsados por la idea de avanzar, de ir hacia delante, del progreso. Es nuestra mentira más valorada, diariamente nos imponemos el reto de “mejorar”, lavamos y enceramos nuestra carrocería para lanzarnos a la vorágine donde miles o millones, depende donde vivamos, se mueven bajo el mismo precepto. En cada esquina encontramos a los nuevos profetas, quienes proclaman la felicidad afirmando que quien no es feliz es culpable de su condición, pues la alegría es tan abundante como el aire que respiramos, por tanto, basta desear la felicidad para que ésta llegue a nosotros y nos impregne como el más denso perfume. De ahí que andemos disfrazados de optimismo, complementando nuestro atuendo con amuletos contra “la mala vibra”, contra esos “otros” que no han verificado su emisión de contaminantes y amenazan con obstruir nuestro proceso de “atracción” de las energías positivas.
Detrás de este primer plano se despliega la condición humana, ese universo al cual la piel hace frontera, donde hierve la subjetividad combatiendo a cada instante para intentar engranar sus fuerzas con ese afuera, esa realidad plagada de estímulos, riesgos y otros cuerpos con su respectiva subjetividad. La conciencia de nosotros mismos, es un don paradójico obsequiado por la evolución, saber que estamos, pero sobre todo saber que somos, nos motiva a desear que de ese ser emanen formaciones, creaciones que nos confirmen o que impacten en los otros. Pero la misma conciencia nos lleva a  visualizar nuestra finitud, a ubicarnos en pasado y futuro, sumados a un presente que se nos escapa perpetuamente. Nuestra relación con el tiempo nos empuja a la obsesión por vivir, haciendo de la vida algo extraordinario cuando en realidad es algo dado, a diferencia de los animales no humanos, nosotros condicionamos la existencia a ciertos criterios que nos llevan a calificarla de buena o mala.
Síntoma de la aspiración a la felicidad perpetua, los yonkis mutan en happy face, se burlan del esfuerzo, hacen de su limbo un Parnaso, seducen a musas inventadas por ellos, ensoñando una vida asombrosa, pero el tiempo les muestra su creación, un cráter tallado por su girar sobre sí mismos:

Fernando, la noche que murió, mirándome fijamente, dijo:
«Respirar… Un día más.»«Respirar… Un día más»…
Fernando decía que lo que aprendió en sus últimos diez años de vida cabía
en una caja de cerillas.

Ahogado en drogas, angustia y paranoia; solo, no por voluntad, sino por la extinción de su mundo, García-Alix se curó en el encuentro:

Mordí el corazón de un pájaro…
Pero mi alma mira. Mira hacia delante.
Se busca a sí misma. Se busca a sí misma.
Hoy con Laoda y mañana en otros ojos.
La magia de la vida es el encuentro.
El encuentro nos mueve. Nos posiciona… Nos acerca.

       Sus fotografías congelaron el tiempo, pudo ser dios de manera intermitente, en los momentos donde el disparo de su cámara abría su ojo para  alojar la memoria. García-Alix, abandona la mística de la épica destructiva para entregarse al éxtasis de las luces y sombras, a la mística de la imagen, la cual es aún ficticia, pero es más tangible y duradera que los arrebatos por heroína. Las siguientes líneas de Alberto García-Alix, son las que acompañan el último acto de su video, es una cita extensa, pero fragmentar el texto implicaría romper su maravilloso ritmo, sería negarle a la lectora o al lector de este escrito, arribar Al otro lado de la vida… De donde no se vuelve por la vía construida por el fotógrafo, quien nos obsequia estas explosiones de subjetividad y nos invita a pensar en nuestra propia vida, a inventariar las fotografías que nos llevan  una y otra vez adonde no volvemos, a los momentos en que habitamos  cavernas, a periodos sórdidos donde hicimos de la autodestrucción nuestra mística y del dolor nuestra ceremonia sagrada. Regresar a ese otro lado de la vida, simplemente para sonreír por sabernos todavía vivos y ponernos menos serios pues hagamos lo que hagamos, nuestros retratos serán en cien años, como dice García-Alix, los de un cadáver.    
       Recomiendo acompañar la lectura con la pieza Like a dream del genial Zbigniew Preisner: http://www.youtube.com/watch?v=PA97WPmdJZY


No puedo tener una mirada inocente. Mi intención nunca es honesta.
Es maliciosa. Es maliciosa.
Recojo ecos vivos de lo que vieron mis ojos.
Recojo ecos vivos de lo que vieron mis ojos.
Poseer presencias me excita. Me alimenta.
En esos momentos ni yo me conozco.
Fotografío lo vivo como ya muerto, con la intencionalidad de un forense y…Fotografío lo vivo como ya muerto, con la intencionalidad de un forense y…
¡Ahí te quiero ver! No es fácil.¡Ahí te quiero ver! No es fácil.
Un juego masoquista, atrapar mi suspiro en la foto.
La fotografía se asienta en la fe de lo que es visible. La fotografía se asienta en la fe de lo que es visible.
Por tanto, el suspiro no puede verse pero fotografiar me obliga a encontrarlo. Por tanto, el suspiro no puede verse pero fotografiar me obliga a encontrarlo.
A multiplicar lo que miro. A multiplicar lo que miro.
Jugar con el exceso de ver y de verme…
Delimito el espacio.
Decido el cómo y el dónde mirar. Decido el cómo y el dónde mirar.
Mirar por la cámara protegiéndome y encerrándome por fin en mí mismo.
Tras la cámara me convierto en un cíclope.
Un único ojo anhelante. Un único ojo anhelante.
La toma fotográfica me lleva al trance…
¡Ah! ¡Cazar el momento!
Apropiarme de ese algo más que busco…
Apropiarme de ese algo más que busco…
¡Poseer…!¡Poseer…!
Sí, poseer con malicia. Intencionadamente.
Me muevo en la noche intentando iluminar mi sombra.
Si ayer fotografiaba silencios, hoy fotografío mi propia voz.
Este viaje tejido sobre una memoria de luces, destellos, ilusiones ópticas,
persigue una revelación.
Un puente.
Un puente sobre el abismo. Un renacer constante.
El aliento.
Una vez más una convulsión me agita…
La tensión de un anhelo eternamente insatisfecho conduce mis ojos.
Los detiene…
Sombras rotas… Letras chinas…
Fundido en ellas redimo los reproches del destino…
Me consuelo…
Un ajuste de cuentas: 214 x 1 = 317.
Camino bajo farolillos rojos...
Nietzsche dijo que no hay mundo sin espejo.
Un espejo para desnudar el alma.
La escenografía visible de un sentimiento al compás de mis emociones.
Hoy tengo la conciencia de que una forma de ver es una forma de ser.
Soy fotógrafo.
La fotografía es el espacio donde imaginarme.
En la fotografía, destino y presente sueñan en el latir de un fragmento de tiempo,
un permanente pasado.
Un permanente pasado…
No hay retorno posible.
Con las fotografías un mar de recuerdos se despierta.
Se agita. Se encrespa…
Fotos y más fotos que dejan tras de sí un eco. El eco de mis pasos.
La fotografía es un certificado de presencia... De ausencia.
La fotografía es iconografía de muerte. Está en su naturaleza.
En ella ya no somos como somos. Somos como éramos…
Ciertamente en la fotografía hay un elemento fatalista.
En cien años todos calvos. Quiero decir que una colección de retratados
es una colección de futuros cadáveres.
La fotografía es un poderoso médium.
Nos lleva al otro lado de la vida.
Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras,
siendo sólo presencia, también vivimos.
Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados.
Por fin domesticados… Congelados.
Al otro lado de la vida... De donde no se vuelve.

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