viernes, 22 de junio de 2012

Vuelo nocturno: la acción como sentido en una obra de Antoine de Saint-Exupéry


No pedimos ser eternos; pedimos tan sólo no ver que los actos y las cosas pierden de repente su sentido. El vacío que nos envuelve, se hace entonces patente... Y he aquí por dónde se introduce en nosotros la muerte: esos mensajes que carecen ya de sentido.

Reflexión de Rivière en Vuelo nocturno

Antoine de Saint-Exupéry, de la estirpe de los primogénitos del siglo XX, nació en Lyon (Francia) el 29 de junio de 1900, en una familia de antiguo abolengo provincial. Huérfano temprano de padre, creció en el Castillo de Saint-Maurice-de-Rémens rodeado de mujeres: madre, hermanas, tías, primas, nanas e institutrices. Sus estudios con los jesuitas y posteriormente con los maristas, lo llevaron al ámbito contrastante en un tiempo donde los géneros se construían entre rígidos cercos culturales.
Tras sus estudios de arquitectura, realizó su servicio militar, en cuyo ejercicio encontró la pasión que lo atrapará por el resto de sus días, la aviación. Realizó su primer vuelo en solitario el 9 de julio de 1921, pero ya desde los doce años había sido un viajero de los vientos en compañía de un piloto. No es ocioso recordar que es el tiempo de los inicios de la aviación, sin embargo, Saint-Exupéry, será beneficiario de las estrategias de vuelo innovadas durante la Primera Guerra Mundial, donde personajes como el mítico Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, lograron grandes hazañas en el aire y llevaron el manejo de aviones de una rústica técnica al arte de enfrentar fuerzas de la naturaleza y fuerzas humanas.
Se une a la pionera empresa de correo aéreo Aéropostale, fundada en 1918. En 1928 es nombrado director de la compañía en el área del desierto del Sahara donde vivió en una casa de madera y durmió en un colchón de paja. Afirmaba que nunca había amado tanto su casa como cuando vivió en el desierto, el encanto no disminuyó cuando en 1935 cayó junto con su operador en medio de este desierto y tras días vagando bajo un sol que casi les arrebata la vida, fueron rescatados por un beduino.
Lo anterior es solamente un antecedente para llegar al punto biográfico del autor en el cual se encuentran los motivos de su inspiración para escribir Vuelo nocturno. En 1929 se traslada a Buenos Aires como director de Aeroposta Argentina. En esta ciudad desarrolló su labor como director, escribió y conoció a la que sería su esposa hasta su muerte, la salvadoreña Consuelo Gómez Carrillo. Nacida Consuelo Suncín, tomó como propios los apellidos de su segundo esposo, el diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carillo, del que también heredó una gran fortuna y que la hizo viuda por segunda vez, pues ya había perdido a su primer esposo, un mexicano radicado en San Francisco que murió en un accidente de ferrocarril. Escritora y artista, amó y sufrió a Saint-Exupéry por quince años, no solamente por sus constantes ausencias propias de los pilotos aviadores, sino por el gusto del francés por las aventuras extramaritales. Se cuenta que la preciada rosa del libro de El Principito, publicado por el escritor en 1943, representa a Consuelo y al amor tornadizo que Saint-Exupéry sentía por ella.  En sus Memorias de la rosa, Consuelo escribió sobre Antoine: “El no era como las otras personas, era como un niño o un ángel que ha caído del cielo”. Quizá el ser amado por tantas damas en su infancia le permitió conservar en su vida adulta esa condición inocente e infantil tan atractiva para tantas mujeres que para amar a un hombre deben sentir que lo cuidan; además, su encanto, talento, espíritu aventurero y posición social, debieron dificultar la exclusividad al atraer tantas miradas fascinadas. Lo cierto es que quien se mueve constantemente crea mayor deseo en los otros, aparenta estar viviendo más y despierta en los sedentarios la  impresión de que su vida es aburrida, pero es solamente un efecto de la relatividad, pues se evalúa el movimiento de los demás a partir del propio movimiento, por tanto, el punto no es que el otro viva más, sino que el observador siente que está viviendo menos. Hay personas que consideran “vivir” a la acumulación de contenidos: conocimientos, experiencias, sensaciones, bienes, etc. Conciben el tiempo como un referente para optimizar la acumulación, por tanto, su prioridad es la acción. Hay quienes visualizan la vida como un trayecto, de ahí que el tiempo no sea el referente principal, sino solamente una condición de la existencia y es la reflexión su medio de realización. Saint-Exupéry, al menos en la flor de sus treinta, pertenecía al primer grupo, lo cual refleja en su novela  Vuelo nocturno.
Fabien a bordo de su avión inaugura el texto, lo que hace pensar en que será el protagonista y la tempestad su antagonista, al avanzar línea tras línea, Rivière, quien ocupa el puesto que el mismo Saint-Exupéry ocupaba en Aeroposta Argentina, va cobrando fuerza, alzándose como el héroe, quien encabeza una batalla, imponer la acción humana por encima de las fuerzas de natura, con la finalidad de economizar tiempo, nuestro personaje crea una red de vuelos nocturnos para agilizar el servicio postal: De esta manera los tres aviones postales de Patagonia, de Chile y de Paraguay regresaban del Sur, del Oeste y del Norte hacia Buenos Aires. Allí se esperaba su cargamento, para dar salida, hacia medianoche, al avión de Europa.
A sus cincuenta años, Rivière ha logrado la templanza necesaria para coordinar operaciones complejas, dando prioridad al cumplimiento de las acciones, evalúa su vida a partir de experiencias exitosas. La edad y la rutina en ocasiones le imponen destellos de sabiduría, las cuestiones alrededor de la vida lo atrapan temporalmente, pero las desecha como distractores en el cumplimiento de los objetivos, lo único que concibe valioso entre acción y acción, es la planeación misma de las acciones:

Rivière, responsable de toda la red, paseaba a lo largo de la pista de aterrizaje de Buenos Aires…. Se asombró de reflexionar sobre problemas que jamás se había planteado. Y, no obstante, volvía hacia él, con melancólico murmullo, la suma de deleites que siempre había eludido: un océano perdido. «¿Tan cerca está, pues, todo eso...?» Se dio cuenta de que, poco a poco, había aplazado para la vejez, para «cuando tuviera tiempo», lo que hace agradable la vida de los hombres. Como si realmente un día se pudiese tener tiempo, como si se ganase, al fin de la vida, esta paz venturosa que todo el mundo se imagina. Pero la paz no existe. Tal vez no existe siquiera la victoria. No existe la llegada definitiva de todos los correos.
 
       La gente de acción visualiza el descanso como su meta, la cual justifica los esfuerzos cotidianos, sin embargo, Rivière emerge del universo literario para mostrarnos el fin de la senda: la paz no existe y probablemente la victoria tampoco. Quien se enfoca en contenidos, requiere permanentemente de encontrar y llenar continentes, el vacío les resulta insoportable. Su mayor temor es que sus acciones no tengan sentido, que no exista nada que contabilizar, más es mejor.
Rivière valora a las personas a partir de su capacidad para concretar acciones, sin importar mucho sus talentos o sus proyectos personales. Un sistema impersonal requerirá siempre de un reglamento, la gran legislación de los procesos, el libro sagrado de las acciones. Rivière afirma:  El reglamento es como los ritos de una religión, que parecen absurdos pero forman a los hombres. La inteligencia es un peligro, inspira preguntas, lleva al cuestionamiento y por tanto a la subversión. El apego a las ordenes, a los procesos y al reglamento son los rasgos más valorados, esto lleva al protagonista a elaborar el siguiente juicio sobre el inspector Robineau: No es muy inteligente; por eso presta grandes servicios.
       El amor es riesgoso, amar implica tiempo, limita la acción y por tanto la acumulación: Amar, amar únicamente, ¡qué callejón sin salida! La prueba en contra del amor, es que mucha gente ha vivido sin él pero no ha nacido quien pueda afirmar que ha vivido sin tiempo. Rivière, queriendo encontrar un interlocutor ante su indiferencia frente al amor, dialoga con el contramaestre Leroux:

− ¿Se ha ocupado usted mucho del amor en su vida, Leroux?
− ¡Oh!, el amor, sabe usted, señor director...
− Sí, a usted le ha pasado lo que a mí; nunca ha tenido tiempo.
− Muy poco, ciertamente...
Rivière escuchaba el sonido de esa voz, para saber si la respuesta era amarga; pero no lo era. Este hombre experimentaba, vuelto hacia su vida pasada, el tranquilo contento del carpintero que acaba de cepillar una hermosa tabla: «Hela aquí. Ya está hecha.» «Hela aquí – pensaba Rivière -, mi vida está hecha.» Rechazó los pensamientos tristes que en él despertaba la fatiga, y se dirigió hacia el cobertizo, pues el avión de Chile zumbaba ya en el aire.

        Una falla aparece en su sistema, el avión que viaja desde la Patagonia, el que pilotea Fabien, se ha perdido, tras largas horas de localización, el diagnóstico de la situación es implacable, todo en la atmósfera circundante es tormenta, queda combustible para media hora de vuelo y el primer oasis para aterrizar posiblemente se encuentre a más de mil kilómetros. Ante esta crítica situación un temor merodea a Rivière, que aparezcan los elementos efectivos del drama, esos que tanto estorban al momento de intentar salvar a los hombres, ese llanto y desesperación de la esposa de Fabien que intenta eludir, pero no resulta posible. Su mayor preocupación, no es la vida del piloto, sino que sean cuestionados los vuelos nocturnos, se cancelen y disminuya la velocidad del servicio de la empresa.
       Un recuerdo de la infancia retorna a la memoria de Rivière, el vaciamiento de un estanque para buscar un cuerpo. La imagen del cadáver lo persigue, quizá por su estática. Para él, la vida no es problema, es la muerte lo que lo inquieta, es un límite a la acción: La vida se contradice tanto, que uno se las arregla como puede con la vida... Pero perdurar, crear, cambiar el cuerpo perecedero.  Atrapado en las redes de la reflexión, las que tanto le desagradan, un pensamiento hace presencia como una iluminación, la gran certeza de quien ve en la muerte el fin de la existencia, la raíz de toda serenidad y de todas sus angustias: Lo que tu persigues muere contigo. A partir de este planteamiento, somos un deseo retroalimentándose a sí mismo, somos la causa de nuestras propias causas, somos el fin de nuestros propios fines. Frente a este vacío, la acción se convierte en islote de sentido:

El objetivo, tal vez, nada justifica, pero la acción libera de la muerte. Esos hombres perduraban a causa de su navío¿Victoria? ¿Derrota...? Estas palabras carecen de significación. La vida está por debajo de esas imágenes y prepara ya otras nuevas. Una victoria debilita a un pueblo, una derrota despierta otro. La derrota que ha sufrido Rivière es tal vez una enseñanza que aproxima la verdadera victoria. Sólo importa el acontecimiento en marcha.

       Sólo importa el acontecimiento en marcha… Es la conclusión de Rivière, la cual deja más preguntas que respuestas: ¿hasta dónde se justifica la renuncia al bienestar individual con el objetivo de buscar el bien común?, ¿todo sistema social requiere de víctimas humanas para funcionar?, ¿es la domesticación de las emociones un gran logro de la modernidad?, ¿es la acción la mayor fuente de sentido en la vida humana?, ¿la inteligencia y el talento obstaculizan las tareas compartidas?, ¿la eficacia se impone sobre la biografía, esto es, no importa quien eres ni de donde vienes sino lo que sabes hacer?
        Vuelo nocturno, nos lanza al gran debate que ha ocupado a numerosos filósofos desde la mitad del siglo XIX, trascendencia vs. inmanencia, o lo que es lo mismo, ¿debemos buscar el sentido en algo diferente a nosotros mismos o debemos orientarnos por guías personales? Resulta difícil engranar las dos, considero que una de las fuentes de ansiedad en la actualidad es que las personas buscan trascender siendo ellas mismas, sueñan con diseminar su yo como mensaje viral, inspiradas (¿engañadas?) por un incesante desfile de personajes, que a través de conferencias, libros o artículos, afirman haberlo logrado. Prefiero permanecer en el lugar de la sospecha, creo que hay muchas personas pertenecientes a la “extraña raza de gente” de la que habla Emile Gauvreau: que pasa su vida haciendo cosas que detesta, para ganar dinero que no quiere, para comprar cosas que no necesita, para impresionar a gente que le desagrada.


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