Una
mañana en la trama de las mañanas similares, rutina contra reloj donde cada
minuto perdido incrementa el riesgo de retraso, me detuvo una impresión que
derivó en planteamientos existenciales. Al observar el par de calcetines azules
que pretendía calzarme descubrí sutiles contrastes en su tonalidad. La vida de
los calcetines es como la de los gemelos, nacen juntos, son muy parecidos, van
a la par por mucho tiempo, lo cual crea confusión, despierta la fantasía de que
son inseparables, pero lo que las elecciones y decisiones hacen a los gemelos,
lo hacen las lavadoras a los calcetines, los separan. Pero el drama de los
calcetines es mayor, porque una vez que uno de ellos se pierde, el otro
inmediatamente cesa en sus funciones. No necesariamente es arrojado a la
basura, puede servir de “trapo”, puede transformarse en un peluche, hay quienes
en arrebatos de añoranza guardan a los “solitarios” con la esperanza de que su
par regrese.
Esta
es una historia muy conocida, sin embargo, esa mañana mi pensamiento me llevó
por otro periplo, pues una vez confirmada la similitud de forma, tamaño y
estructura de resorte, confirmé que era un par original de calcetines, pero
nunca me había planteado que un calcetín pudiera tener un desgaste diferente al
otro, salvo cuando un agujero anuncia la despedida. Pero no quedó ahí, concluí que los seres humanos tendemos a
construir fantasías sobre las vidas paralelas, sentimos que todos quienes nos
rodean deberían seguir un patrón de cambio y desgaste similar al de nosotros.
Por eso cuando nos encontramos con quienes compartimos un momento de nuestra
vida y luego les dejamos de ver por un largo tiempo, confrontamos las
diferencias. Esto explica porque muchas personas no perciben el envejecimiento
de sus padres, el crecimiento de sus hijos o los cambios de sus parejas.
También sucede con la ropa o los objetos muy apreciados, no percibimos la
erosión que el tiempo les ha procurado.
Gran
drama el mío, hay quienes se inspiran frente a la inmensidad del mar, una
tormenta o un bello ocaso; mi horizonte era un par de calcetines azules. Pero
la vida siempre obsequia aún en los peores contextos, pues a diferencia de los
afortunados beneficiados de natura, yo podía portar y vestir la fuente de mis
reflexiones. Me puse los calcetines y durante toda la jornada los observé y
profundicé en mis devaneos.
Los
seres humanos podemos ir de par en par, en grupo o comunidad. Somos calcetines
policromáticos. En cada etapa de nuestra existencia coincidimos en tiempo y espacio
con iguales, con mayores o con menores. Nos sincronizamos e iniciamos los
paralelismos. Las separaciones y la muerte nos van mostrando la fragilidad de
nuestras fantasías, le pedimos a los viejos que nunca mueran, atesoramos
nuestros juegos infantiles, en la adolescencia nos sentimos inmortales, pero
todo el tiempo prevalece el deseo de perpetuar los vínculos que nos son
gratificantes (aún el dolor puede ser sentido como placentero).
Cuando
los vínculos continúan a través del tiempo, nos mentalizamos “unidos a…”:
padres, hermanos, amigos, parejas, hijos, etcétera. Nos “encalcetinamos” ,
reflejando nuestras representaciones de nosotros mismos en los otros, midiendo
los golpes de cronos con referencia a los paralelos. De pronto, una mañana, una
tarde o una noche; observamos diferencias, como las que encontré en mis
calcetines, y nos atrapa la angustia al descubrir que el desgaste es personal,
que no venimos al mundo en pares o grupos, sino solos, y que nuestra mente y
nuestro cuerpo son intransferibles. El paralelismo es relativo y constantemente
amenazado, aún estando juntos puede no haber paralelismo, es el conflicto de
muchas personas, no darse cuenta que estar a lado de otro, no significa que
llevan una vida paralela. Repito
con cierta frecuencia la siguiente frase: si quieres que alguien permanezca a
tu lado, hazlo dependiente de ti. Esto aplica principalmente a los hijos, madres
y padres incapaces de renunciar a su fantasía de paralelismo, consideran a sus hijos como extensiones de sí
mismos y hacen todo lo posible para conservarlos al paralelo. Pero como le
sucede a los calcetines, la lavadora existencial hace lo propio y lava, percude,
separa por un tiempo y luego reúne o desaparece al par de maneras misteriosas.
Mientras miraba mis calcetines en medio del tráfico, del
recuerdo emergió el slogan: Entre el zapato y el pantalón, está el detalle de distinción. No recordaba la
fuente de ese sabio aforismo, hasta que mi mente gritó: Donelli. No es un académico de
Harvard, La Sorbona o Cambridge, no conozco a ningún Dr. Donelli, era una marca
de calcetines que se vendía en México y era promocionada con dicha frase. Una
verdad enunciada desde el lugar más inesperado: la televisión. Los calcetines
llevan una doble vida, no son ropa interior porque si se muestran, pero no son
del todo ropa exterior porque siempre se ven parcialmente. Por tanto, la
distinción esta en aquello en lo que nadie se fija pero todo mundo ve. Mi
analogía de los calcetines con las personas cobró más fuerza. Las personas con
las que somos afines son nuestra distinción, sea esto para bien o para mal. En
lo personal, resguardo calcetines entrañables, pero como el Quijote, hay otros
de cuyo nombre no
quiero acordarme.
En su
libro Mirar al sol. La superación del
miedo a la muerte, el psicoterapeuta existencial Irvin Yalom afirma: Cuando los muy viejos mueren, se llevan
consigo una multitud. Esto es debido a nuestras fantasías de paralelismo,
sentimos que una época vive mientras una o uno de sus representantes siga con
vida, aún frente la evidencia de que la etapa ha declinado tiempo atrás. Lo
mismo aplicamos al interior de las familias, mientras siga respirando el
miembro de una generación le consideramos un eslabón directo con los ya
muertos, la tía de 100 años que todos cuidan porque muriendo ella se romperá el
vínculo con sus contemporáneos, entre los que se encuentran los propios padres.
En el campo de la filosofía y la psicología también sucede, pareciera que una
teoría, escuela o sistema de pensamiento tiene más fuerza mientras los autores
principales habiten todavía el mundo.
Los
seres humanos requerimos de otros para constituirnos, como dice Yalom, somos
los únicos animales para los cuales existir en sí es un motivo de conflicto,
por tanto, necesitamos pensarnos, justificarnos y darle sentido a la
existencia. Esto lo debemos a la conciencia que es la verdadera manzana del
paraíso, al saber que podemos modificar el rumbo de nuestra existencia pero que
inevitablemente esta terminará, luchamos por ser algo diferente, algo que
trascienda nuestra muerte. Y para trascender necesitamos de otros. Prueba de
las complicaciones humanas son todas las palabras de este escrito, las cuales
se inspiraron en un par de calcetines que un perro se hubiera limitado a morder
y jugar con ellos.