sábado, 31 de agosto de 2013

Mis canciones inconfesables



Episodio I. All By Myself (Eric Carmen). Tengo debilidad por las baladas románticas, no me culpo por ello, nací en la era del Pop, digno hijo de mi época recibí mi educación sentimental a través de la música emitida por los mass media. Desde muy pequeño construí mi teatro emocional, lugar donde he representado todo tipo de dramas, Todo por mí mismo. Me gusta Chiquitita de ABBA, principalmente por su juego de voces, razón por la cual también disfruto muchas canciones del grupo vasco Mocedades.  Total eclipse of the heart  de Bonnie Tyler, me estremecía profundamente, efecto que se agudizaba cuando veía el video de la canción donde salían sujetos con ojos iluminados. Una característica de lo que llamamos “canción” es la de ser una pequeña historia con su entrada, su nudo (el coro) y el final. No sabría decir cuantas de estas historias han escuchado mis oídos, tengo archivadas como mil, sin embargo, diariamente escucho alguna nueva, por lo que si calculo una canción por cada día de mi vida, sumaré varios miles. Aún así estoy ávido de nuevas narrativas.

Episodio II. Querida (Juan Gabriel). Algunas canciones de la llamada música vernácula me atrapan poderosamente. Desde la primera vez que escuché la música de Querida en la voz de Juanga, sentí un no se qué que qué se yo. Tenía ocho años y me solidaricé con el sentimiento de abandono del intérprete, además mi voz infantil me permitía cantarla a tono. Quizá me contagié por los furores edípicos que caracterizan a las canciones de Juan Gabriel, como buen hombre mexicano me sentía huérfano potencial, sufriendo incesantemente por la amenaza de la ausencia de la madre. A ésta se sumaron la de Cómo te voy a olvidar de los Ángeles Azules y Los caminos de la vida de la Tropa Vallenata. Toqué fondo cuando me puso triste una canción llamada Enamorado de un fantasma del Grupo Liberación, por esa época andaba yo muy mal. Uno puede evaluar el nivel de su crisis recordando la música que escuchaba. Sólo de rememorar ya se me escapó una lágrima

Episodio III. Words (David). La adolescencia llegó con todo, como aquella canción ganadora del Festival de San Remo, cantada por Nada Malanima, mi corazón gitano se volvió (Il Cuore uno Zingaro). Los amores son como los países, cada uno debe tener su himno, en el caso de los primeros casi siempre la pieza suele ser como goma de mascar, dulce y pegajosa. Con Words estrené mi cancionero romántico: I will always love you (Whitney Houston), Against All Odds (Phil Collins), It must have been love (Roxette), Look Away (Chicago), I do it for you (Bryan Adams) y como cerezas (o moscas) del pastel Tú y yo somos uno mismo (Timbiriche) y Rayando el sol (Maná). Cualquier enamorada o enamorado de ese periodo habrá identificado que al menos tres son temas de películas, narrativa sobre narrativa. Uno sabe que ha vivido cuando deja de buscar “nuestra canción”, el encanto suele terminar tras bailarla en una boda o el festejo de un arrejunton (mexicanismo: acción de irse a vivir con una pareja sin casarse). Cuando uno coloca todo su cancionero romántico en sus listas de reproducción y escucha canción tras canción, es como pasearse por un panteón viendo el nombre de las lápidas, uno deja flores (o piedras) y sigue su camino. A quien se detiene a llorarle a una tumba, se lo comen los gusanos.

Episodio IV. I Gotta Feeling (Black Eyed Peas). En el periodo de mi divorcio me dio por el Dance, cuando uno baila tiene la fantasía de sacudirse residuos tóxicos, es una especie de ritual de purificación. Así apareció Black Eyed Peas en mi vida, seguido de Bad romance (Lady Gaga) y Cool (Gwen Stefani). El encanto terminó con una operación de columna, gracias a la cual pude replantearme mis gustos musicales, es mejor una hernia discal que una cerebral. Fui en búsqueda de todos aquellos grupos de hard rock  de finales de los ochenta y principios de los noventa con el objetivo de desgagarme: Gun’s and Roses, Skid Row, Def Leppard, Poison, etcétera. La música es como los libros sagrados de la India, la hay para las distintas etapas de la vida. Cada día me siento más atraído por la contemplación y la reflexión, por lo que el Dance se ha vuelto un interés de tipo antropológico, soy un observador no participante.  Las “coreografías” de Miley Cyrus en la ceremonia de entrega de los premios MTV, indican que hemos llegado a una etapa de  “omsiniwrad” (darwinismo inverso), vamos hacia la involución, lo cual también corroboran los conductores de automotores en la Ciudad de México, referencia que sale de contexto pero es una verdad ineludible.

Episodio V. All around the world (Justin Bieber). Cuando esto suceda, por favor hagan algo por mi, exijan se legalice la eutanasia, que se me declare no apto para tomar decisiones o una lobotomía. Seguramente en la nueva versión del manual diagnóstico de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-V) encontrarán alguna categoría para dicho trastorno, algo así como Bieberismo, tipo I (con Selena Gómez, por tanto, el más grave) y tipo II (sin Selena Gómez). El manual sigue el formato Starbucks, ofrece  psicopatologías personalizadas para cada cliente, o como la Biblia, ahí donde uno lo abre encuentra algo aplicable a su vida. Hay que estar tranquilos, ahora hasta para el mal gusto hay psicofármacos.

Estas son algunas de mis canciones inconfesables, pensarán que debo haberme reservado premeditadamente muchas otras, así es, cuando elabore el trauma de haberme apegado a ellas, escribiré el libro “Pecaditos musicales” (en homenaje a la revista de espectáculos “Notitas musicales”), “JP Brand: Biografía musical no autorizada” o “Dirty list”.

martes, 27 de agosto de 2013

Percibir y Sentir

Percibo la música de Arvo Pärt, siento a mi conciencia desprenderse, volar sobre un bosque, perderse en la neblina.
Percibo un perfume remoto, capturado en el carnaval de esencias de los Campos Elíseos, siento la lluvia de París mezclada con mis lágrimas, el atardecer donde lamenté el reemplazo del estar por la memoria.
Percibo su mano, la exploro, siento un ligero relieve de mi devenir en ella, miedo y ternura espolvorean indistintamente el instante.
Percibo los autorretratos de Rembrandt, siento la punción de su mirada, otredad extrema obsequiándome el enigma tras las edades de la vida.
Percibo el néctar de Nebbiolo, siento el beso de las entrañas de la tierra,  la sangre de Dionisos arrastra los restos putrefactos, purifica la noche.

sábado, 17 de agosto de 2013

Los sueños de vida después de un divorcio



Porque aunque vivan separados,
Todavía hay una posibilidad de que puedan ver,
Habrá una respuesta,
Déjalo estar.
Lennon & McCartney, Let it be 

Yo soy de esos que se casaron jóvenes, empachado de certezas, psicoanalista precoz, Golden boy  de una generación, me forcé a crecer para acercar mi apariencia a la imagen de mis aspiraciones. Esto también implicaba las decisiones serias de vida, aún con los años de psicoanálisis que sumaba para ese momento y mis continuos cuestionamientos a la religión, portaba todavía el catolicismo como un tumor, como algo que me hacía daño pero no lograba quitarme. Las radiaciones freudianas y lacanianas no habían sido suficientes para erradicarlo o quizá habían favorecido su presencia, pues en esos tiempos vivía el psicoanálisis como una religión, regulaba  mis hábitos y mis decisiones rezándole al Ello, al absoluto inconsciente en busca de las verdades últimas, sustituí la voluntad divina por las fuerzas pulsionales. Así que era una especie de psicoanacólico, un neologismo que condensa una adicción al psicoanálisis con un catolicismo perseverante. Por esto mismo, el matrimonio era la única vía posible para vivir en pareja. Me casé enamorado, pero el paso del tiempo me mostró que el “enamoramiento” está sobrevaluado, cuando se afirma “tantos años y todavía estamos enamorados”, se está enviando un mensaje simple con un trasfondo complejo, donde el amor tiene una presencia pero es uno entre múltiples hilos, probablemente la principal causa de permanencia en una pareja sea la compatibilidad de hábitos, esto es, que las rutinas (hasta no tener rutinas se vuelve una rutina) se sincronicen, evitando roces y abolladuras en la relación, así como constantes obstáculos en los mutuos proyectos de vida.
Cuando me divorcié, me sentí como imagino han de sentirse los re-patriados, después de vivir varios años en una cultura, en una dinámica vincular y en un territorio, de repente regresas al punto de origen que se ha transformado desde que migraste. Como todo negador de la pérdida, me deje llevar por las mareas hipomaniacas, me invadió un ímpetu que me represento ahora como una parrillada de la Lonchería “El negro” donde solía cenar con mis amigos, la llamaban “¿Qué me ves?” y era una mezcla de múltiples ingredientes sin ton ni son, que te “llenaba” al costo de una terrible indigestión. Me dejé fascinar por la fantasía del “vuelve a la vida”, con el deseo de recuperar los sueños de vida, esos que nos planteamos en la adolescencia y primera juventud, donde todo son posibilidades, donde el mundo parece inclinarse a nuestro paso. Pensaba que el matrimonio había soplado como un fuerte viento apagando esos sueños, mi lista de culpables era extensa, por supuesto, mi ex-esposa, la educación que me dieron mis padres, los largos años de estudios con los lasallistas, mi psicoanalista, en fin, creo que en mi lista sólo quedábamos fuera mi hijo y yo.
Tengo como premisa que solamente puede controlar la pasión quien no la tiene, lo sigo sosteniendo pero con matices, las pasiones son engañosas, como se suele decir “nos dan gato por liebre”, son ilusionistas que nos impulsan a mirar hacia un lado mientras el truco está en otro.  Yo quería “volver a la vida”, esa era la ilusión, el truco, el centro, era que estaba decepcionado, enojado, frustrado… como carretera mexicana, atropellado por infinidad de “ado’s” (la línea de camiones foráneos más conocida de México se llama ADO).  El Golden boy se convirtió en un Bronzed adult. 
En la vida sucede como con las piezas de Lego, reconstruir es más difícil que construir. Cuando uno arma por primera vez una figura de Lego, las piezas se engranan perfectamente con las instrucciones. Cuando uno reconstruye, aún con el instructivo en mano, siempre faltan o sobran piezas y se tienen que ocupar otras o de plano renunciar a la reconstrucción. Personalmente me sentí como cuando un Lego cae al suelo y sus piezas se esparcen por lugares impensables, no lograba reconstruir nada, al contrario, mientras buscaba se me volvía a caer la figura. A diferencia del Lego, lo que sucede tras un divorcio es que las piezas no solamente se esparcen sino que al quererlas embonar uno descubre que han cambiado de forma. El impacto más fuerte fue el esclarecimiento de que muchos de mis sueños de vida los había construido en conjunto con quien era mi esposa, eran una co-creación, así que sin ella una buena parte habían perdido todo su sentido y así  llegó la noche obscura.
En las crisis es donde uno puede medir la fortaleza de los vínculos. Un divorcio no sólo golpea a l@s directamente implicad@s sino a todos los sistemas donde la pareja interactuaba, en contextos de familias tradicionales la reacción es intensa, al ser la cohesión y la continuidad familiar el valor prioritario, un quiebre del orden requiere un largo proceso de sanación y reconstitución. Una vez logrado esto, donde había lazos sólidos, las personas permanecen y acompañan como un bálsamo cuando viene la resaca. Amigas y amigos también me ofrecieron presencia, escucha, palabra y espacio. Hubo quienes desaparecieron, fue una limpieza de corazón, tras la cual lo habitan solo seres con un cariño remasterizado.
La inspiración de este escrito fue un encuentro inesperado y profundamente conmovedor. Una separación implica la repartición de los bienes, sin embargo, la vida en común hace que algunos objetos no tengan una clara definición de propiedad. Hace casi dos años mi hijo y su mamá se mudaron del lugar donde vivíamos, por tanto, fui por los últimos vestigios de mi vida ahí, entre ellas había varias memorias USB, las cuales me llevé sin revisarlas. Hace unas semanas, buscando una información, abrí todas las memorias y de una de ellas emanó una imagen más cercana a un sueño angustioso que a una fotografía, tiene la fecha del día que me salí, aparecemos mi hijo y yo, él muy sonriente, yo con un gesto completamente decaído. Me tuve que comer una de mis frases más comunes: “Salvo los reporteros, nadie toma fotos en los momentos difíciles”. Las fotos de boda abundan, para muchas personas lo más importante de un enlace matrimonial son las fotografías, más ahora, con la posibilidad de publicarlas en las redes sociales. Pero que levante la mano quien tenga fotos del día de su separación, no creo ser el único, pero tampoco creo que seamos tantos. La imagen me dolió, la sonrisa de mi hijo me recordó mi temor más profundo al momento del divorcio, que no estuviéramos cercanos, tanto por decisión de su mamá como por el malestar que el podría sentir conmigo y que yo hubiera respetado, de haber sucedido.
María Barbero y María Bilbao escribieron un libro titulado El síndrome de Salomón, retomando la historia bíblica donde dos mujeres se presentan frente al rey Salomón argumentando cada una ser la  madre de un mismo niño, tras escucharlas el rey decide que se corte al niño en dos y se lo repartan, ante lo que una de ellas responde entregando al niño a la otra mujer con tal de que no muera, de esta forma el sabio rey identifica a la verdadera madre. Las autoras plantean que cuando una pareja que tiene hijos se separa, uno de los grandes riesgos es dejarse atrapar por este síndrome y que cada parte quiera un pedazo de ellos, causando un gran daño y dolor a los hijos quienes pueden literalmente sentirse partidos entre su madre y su padre. Yo agradezco a la mamá de mi hijo que  no haya entrado en estas batallas,  aún con el dolor y el vértigo de estos cambios de vida, pudimos conservar protegido a nuestro hijo de embates que no le correspondían.
La fotografía me removió de manera indescriptible, a manera de ritual personal la puse en la pantalla de la computadora junto a una imagen reciente de nosotros dos, el cambio es significativo, en la nueva él y yo sonreímos, brota de la fotografía la energía de una complicidad imperceptible en la más antigua. Ha sido difícil, sin embargo, sabiduría es saber reconocer lo que es de lo que no es, lo que fue pero ya no es,  lo que pudo ser mas no fue. Un divorcio causa heridas, pero en muchas ocasiones no divorciarse es mantener a un moribundo con vida artificial, respira y por sus venas circula sangre, pero es solamente una larga espera a una muerte inminente.
Me encuentro en proceso de reconstrucción, como muchos bloggeros, abrí el mío en medio de una crisis, el blog crea la fantasía de una interlocución permanente, pasado el tiempo el blog va cobrando su propia vida y deja de ser un espacio de curación, para transformarse en un horizonte para la creatividad y el diálogo, lo cual comienza a trasladarse a otras facetas de la vida. He renunciado al sueño de los alquimistas, ya no pretendo convertir todo en oro, ahora sólo quiero admirarlo y reposar bajo su luz.
     En ocasiones me preguntan si el divorcio es una solución, no necesariamente, es una decisión y por tanto es un acto de autonomía y responsabilidad, las consecuencias son siempre un horizonte borroso que solamente aclara el paso del tiempo. 

lunes, 5 de agosto de 2013

Lou Andreas-Salomé, eterno femenino del psicoanálisis

1861, en la madre Rusia corrían aires de libertad, largos años de encarnizadas luchas en pos de la abolición de la esclavitud habían llegado a su fin, el multifacético pueblo ruso, sometido durante siglos al poder zarista, aspira una bocanada de emancipación, con la liberación llegan las ideas de cambio, los oprimidos, entre los que se encuentran los mujiks tan exaltados por Lev Tolstói, descubren el placer de pensar por sí mismos. No tardarán en propagarse los planteamientos de Karl Marx, inspiradores del movimiento bolchevique que años más tarde diezmará encarnizadamente al último eslabón de la enigmática dinastía Romanov con más de trescientos años de dominio.
Entre los tornados libertarios llega al mundo una mujer cuyo devenir se verá estigmatizado por el apasionado espíritu ruso en sublime fusión con la fuerza racionalista de la segunda mitad del siglo XIX europeo, cuya principal fuente brotaba de las tierras austro-húngaras. Louise, último vástago de la familia Salomé, vio la luz por primera vez el 12 de febrero de 1861, al haber sido precedida por cinco hermanos varones, fue recibida jubilosamente por Gustav, su padre, quien deseaba profundamente tener entre sus herederos a una mujer, no así la madre quien para entonces se sentía predestinada a procrear puros hombrecitos. Con ascendencia alemana por la línea paterna, la cariñosamente llamada Liola, vivirá desde pequeña en un ambiente donde la cultura rusa y alemana se transmitirán indiferenciadamente. Su padre, viejo y fiel servidor de los Romanov, había escalado las más altas cimas que su carrera le ofrecía, contando con cincuenta y siete años al momento del nacimiento de Louise, era un afamado general miembro del Estado Mayor, lo que daba derecho de habitación en el edificio de dicha guardia que se localizaba frente al majestuoso Palacio de Invierno. Gustav será para la pequeña Lou la representación de todo lo idealizable, su divinidad particular, tras su muerte lo buscará incansablemente, seguirá las huellas y caminará junto a los hombres más brillantez de su época, los cuales parecería tenían que cumplir con la condición de pertenecer al contexto cultural germano.
Atea precoz, Lou demostró desde su infancia la perspicacia que la caracterizará el resto de su vida. Siendo adolescente, un pastor la preparaba para la Confirmación, a la que ella se oponía vehementemente, en algún momento el clérigo afirmó que no había lugar donde Dios no estuviera, y ella sin reparos respondió: “Sí, en el infierno”.  Tiempo después conocerá a un personaje quien alimentará su espíritu con tal fuerza que la impulsará durante el resto de sus días. Gillot, un pastor famoso por sus elocuentes sermones, se convirtió en el primer tutor de Louise, con una guía metódica la llevó al estudio de los grandes temas de la cultura occidental, sin embargo, también fue el primero en dejarse arrastrar por el mágico encanto de esta mujer, que en dicho momento era ya una joven muy alta, delgada, con ojos azul claro y cabello rubio con destellos rojizos que enmarcaban su frente alta; su pequeña nariz y mentón redondo circundaban unos sensuales labios. Gillot, quien estaba casado y era padre de dos hijos, inició los arreglos para separarse y casarse con Liola, más al enterarla de esto, ella se negó rotundamente convencida de que el matrimonio para la mujer era sinónimo de limitaciones, especialmente intelectuales. Louise decide salir de Rusia, marchar a Zurich para estudiar una carrera profesional, más esto no era posible si antes no se confirmaba, por lo que su decepcionado tutor accede a ser testigo de dicho sacramento, hecho que confirmó su profundo amor por su joven pupila, puesto que esto implicaba perderla para siempre, sin embargo , permaneció como una marca indeleble en su vida, ya que fue él quien la nombró por vez primera Lou, nombre que conservará nuestra protagonista hasta su último respiro.
Seguida por su madre, aferrada conservadora a la que su hija tantos dolores de cabeza le había ocasionado, Lou inicia en 1880 estudios de religión, filología, filosofía e historia del arte. Dos años más tarde la intensidad de sus empeños intelectuales la llevan a sufrir síntomas de fatiga como frecuentes desvanecimientos. Su delicado estado de salud la obliga a ir en busca de un clima más benigno, por tanto, viaja a Roma. Este pequeño viraje en su vida se convertirá en una fulgurante experiencia que sellará su destino irreversiblemente, entrará a su vida no un hombre, sino un superhombre: Friedric Nietzsche. Este encuentro ha llevado a diversos autores a exaltar sus fantasías, entre los que sobresale Irving Yalom, quien da inicio a su novela El día que Nietzsche lloró con una joven Lou pidiendo la intervención del maestro y mecenas de Sigmund Freud, Josef Breuer, para ayudar a su amigo Frederic. Que más quisiera que extenderme en los detalles del encuentro Lou-Nietzsche, pero el objetivo de este escrito es arribar a la relación de la rusa con Freud y el psicoanálisis. A pesar de esto, no puedo dejar de anotar que Nietzsche le propuso matrimonio a Lou y ésta lo rechazó, pero no lo dejó con las manos vacías, pues cuentan algunas lenguas especializadas que la presencia de Lou fue la que inspiró la obra fundamental de Nietzsche: Así habló Zarathustra.
      El tiempo siguió su curso y en 1887 Lou se casó con Carl Andreas, filólogo estudioso del persa, que prendado de la rusa, la convenció de casarse con él tras una amenaza de suicidio. Si bien Lou aceptó el contrato matrimonial y la vida común, estableció desde el principio que Carl no tendría derecho a llevar el matrimonio a su consumación, y a pesar de que estuvieron casados hasta la muerte de Andreas, cuarenta años después, todo parece indicar que se respetó el precepto. Tras varios cambios de residencia, Lou y Carl se establecieron definitivamente en Gotinga, lugar donde Andreas se desempeñaba como maestro, y donde llevaron una vida sedentaria, de la que Lou huía frecuentemente.
      En 1897, la también Salomé, conoce a quien será su gran amor, posiblemente el primer hombre a quien la ya infatigable escritora, se entregó no solamente en espíritu, sino en cuerpo. Rainer María Rilke, será durante tres años el amante, el confidente, y el compañero inseparable de Lou, junto con él visitará su hogar y hará un largo recorrido por Rusia; a su lado, se orientará hacia uno de los grandes temas de su obra: la creatividad del artista. Ella narra la anécdota que la impulsa a proteger como un néctar sagrado, la inspiración del artista. Rilke es uno de los grandes poetas de la lengua alemana, en una ocasión encontró el argumento para una novela, lo que significaba el ingreso a un formato novedoso en su escritura, lo compartió con Lou y ésta, como ya tenía conocimientos de psicoanálisis, lo interpretó. En respuesta el poeta le dijo: “Ya no la podré escribir”. Con terror, Lou descubrió lo lábil que es la creatividad del artista, por lo que se opondrá enérgicamente a que los artistas sean psicoanalizados, puesto que al interpretar sus producciones psíquicas corren el peligro de extinguir su inspiración. Como mencioné, el vínculo íntimo dura solamente tres años, pero mantendrán contacto epistolar hasta el fallecimiento  del poeta en 1926, cuanto contaba 51 años.
En el año 1911, Lou acude al tercer Congreso de Psicoanálisis, que se llevó a cabo en Weimar. Sin tener muchos antecedentes en este nuevo ámbito del conocimiento, es presentada a Sigmund Freud, quien se río “de su vehemencia por aprender psicoanálisis”, sin embargo, el padre del psicoanálisis no tardó en descubrir el genio de esta mujer. Meses después, el 25 de octubre de 1912, Lou Andreas-Salomé le escribe a Freud una carta en la que resume su determinación para los años postreros. Dice:

Después de haber asistido el pasado otoño al Congreso de Weimar, no he podido abandonar ya el estudio del psicoanálisis, y cuanto más profundizo en él, más fuertemente me atrae. Y he aquí que va a cumplirse ahora mi deseo de pasar algunos meses en Viena: ¿Verdad que podré dirigirme a Ud, asistir a sus clases, y solicitarle me autorice a tomar parte en las sesiones de los miércoles por la tarde? Consagrarme plenamente a esta tarea es la finalidad única de mi estancia.

Esta carta es un ejemplo de aquella mezcla de respeto y osadía con la que Lou se dirigía a los grandes pensadores, por un lado halaga hasta la exaltación, pero al mismo tiempo no se limita en la expresión de sus deseos, y no teme caer en la desfachatez. Habiendo platicado en una sola ocasión con Freud, se atreve a solicitar su participación en la exclusiva sesión de los miércoles, donde solamente ingresaban hombres (claro, exceptuando a la madre de Freud, quien cada noche abría la puerta para darle a “Sigi” su beso de buenas noches), y dentro de estos sólo aquellos a los que Freud consideraba más leales y cercanos. Sin embargo, Lou no verá frustradas sus pretensiones, puesto que se mismo año inició su formación en el círculo vienés y en 1922 fue aceptada en el círculo de los miércoles de una forma inédita, puesto que fue la primera persona en ingresar sin haber presentado previamente trabajos científicos.
Lou practicó la terapéutica psicoanalítica hasta el fin de sus días, teóricamente dos temas ocuparon su interés: la investigación de los estados psíquicos extremos que conducen al artista a la creación de su obra y la adoración del religioso a Dios. Con respecto al primer punto, se negaba a compartir tres ideas freudianas sobre el arte:
1.- Creía que el arte se explica por sí mismo y no requiere ser comparado con el sueño.
2.- Se oponía a considerar la obra artística como el producto de la represión, para ella la obra de arte procede de “una consumación, de la fuerza de una realización involuntaria e inevitable de algo que todavía no es personal”.
3.- Muestra su desacuerdo con la excesiva valoración del momento social en función de la obra de arte, para ella: “un creador es el que sólo actúa movido por el gozo o el ímpetu de la obra y aunque por lo demás se sienta influido por sus semejantes, ya sea en lo ético o en lo erótico, ninguno de estos factores interviene en la obra propiamente dicha”.
Agrega:
-       En el artista se expresa siempre el impulso narcisista primario, por lo que sus impulsos sexuales tienen un acentuado ascetismo, concluye que “a su erotismo [el del artista] se le escapa una parte de su objetividad material. Su materialización está en la obra".

En lo que se refiere al ser humano religioso planteó lo siguiente:
-       Llegó a la conclusión de que la idea de Dios era una proyección erótica y que a pesar de la terrible prohibición de asociar lo religioso y lo sexual: “la voluptuosidad no supone una profanación de lo religioso ni tampoco un simple primitivismo del concepto; todo lo contrario, asocia profundamente, haciéndolos perennemente interdependientes, a la oración y al sexo”.
-       Para ella, los más sublimes éxtasis espirituales coincidían con los más profundos impulsos eróticos, dice: “nos elevamos o nos dejamos caer, nos entregamos a la oración o a la sensualidad, en realidad, ello sólo puede ser problemático para el observador externo que quiere buscar la diferencia”.

 Aunque no lo menciona explícitamente, en las ideas de Lou Andreas-Salomé resuena el concepto del numen. Fue, años más tarde, el psicoanalista Erik Erikson, quien rastreó la génesis de estas experiencias en la fascinación del bebé por la presencia de la  madre. Fuente de la estética y lo sagrado, misterio inescrutable, la madre representa el primer objeto numinoso. Abraza, seduce, sosiega, también asfixia y devora, es el cero del código binario, es el origen y la nada, es  mismidad y lo completamente otro, oxímoron que arrulla y embrutece. Es el vientre y la tumba,  la casa de la alegría y la muerte. De ahí que la creación y el éxtasis arrastren consigo a la angustia, son instantes de exceso de vida, un roce con lo eterno, que al final se tiñen con la más obscura soledad, al mirar de frente la imposibilidad de transferir la existencia, es la invectiva a la madre por obsequiar una vida que se agota.

Lou Andreas-Salomé murió en 1937, las palabras de Freud son el mejor homenaje a su vida, entremezcla de ternura, reconocimiento y dolor:

El 5 de febrero de este año tuvo dulce muerte en su casita de Gotinga Lou Andreas-Salomé, poco antes de cumplir 76 años. Los últimos veinticinco años de vida de esta mujer extraordinaria estuvieron dedicados al psicoanálisis, al cual brindó valiosos trabajos científicos, ejerciéndolo además en la práctica. No digo gran cosa si confieso que todos nosotros sentimos como un honor su ingreso en las filas de nuestros colaboradores y compañeros de lucha, y, al mismo tiempo, como una nueva confirmación del contenido de verdad de las doctrinas analíticas.