lunes, 5 de agosto de 2013

Lou Andreas-Salomé, eterno femenino del psicoanálisis

1861, en la madre Rusia corrían aires de libertad, largos años de encarnizadas luchas en pos de la abolición de la esclavitud habían llegado a su fin, el multifacético pueblo ruso, sometido durante siglos al poder zarista, aspira una bocanada de emancipación, con la liberación llegan las ideas de cambio, los oprimidos, entre los que se encuentran los mujiks tan exaltados por Lev Tolstói, descubren el placer de pensar por sí mismos. No tardarán en propagarse los planteamientos de Karl Marx, inspiradores del movimiento bolchevique que años más tarde diezmará encarnizadamente al último eslabón de la enigmática dinastía Romanov con más de trescientos años de dominio.
Entre los tornados libertarios llega al mundo una mujer cuyo devenir se verá estigmatizado por el apasionado espíritu ruso en sublime fusión con la fuerza racionalista de la segunda mitad del siglo XIX europeo, cuya principal fuente brotaba de las tierras austro-húngaras. Louise, último vástago de la familia Salomé, vio la luz por primera vez el 12 de febrero de 1861, al haber sido precedida por cinco hermanos varones, fue recibida jubilosamente por Gustav, su padre, quien deseaba profundamente tener entre sus herederos a una mujer, no así la madre quien para entonces se sentía predestinada a procrear puros hombrecitos. Con ascendencia alemana por la línea paterna, la cariñosamente llamada Liola, vivirá desde pequeña en un ambiente donde la cultura rusa y alemana se transmitirán indiferenciadamente. Su padre, viejo y fiel servidor de los Romanov, había escalado las más altas cimas que su carrera le ofrecía, contando con cincuenta y siete años al momento del nacimiento de Louise, era un afamado general miembro del Estado Mayor, lo que daba derecho de habitación en el edificio de dicha guardia que se localizaba frente al majestuoso Palacio de Invierno. Gustav será para la pequeña Lou la representación de todo lo idealizable, su divinidad particular, tras su muerte lo buscará incansablemente, seguirá las huellas y caminará junto a los hombres más brillantez de su época, los cuales parecería tenían que cumplir con la condición de pertenecer al contexto cultural germano.
Atea precoz, Lou demostró desde su infancia la perspicacia que la caracterizará el resto de su vida. Siendo adolescente, un pastor la preparaba para la Confirmación, a la que ella se oponía vehementemente, en algún momento el clérigo afirmó que no había lugar donde Dios no estuviera, y ella sin reparos respondió: “Sí, en el infierno”.  Tiempo después conocerá a un personaje quien alimentará su espíritu con tal fuerza que la impulsará durante el resto de sus días. Gillot, un pastor famoso por sus elocuentes sermones, se convirtió en el primer tutor de Louise, con una guía metódica la llevó al estudio de los grandes temas de la cultura occidental, sin embargo, también fue el primero en dejarse arrastrar por el mágico encanto de esta mujer, que en dicho momento era ya una joven muy alta, delgada, con ojos azul claro y cabello rubio con destellos rojizos que enmarcaban su frente alta; su pequeña nariz y mentón redondo circundaban unos sensuales labios. Gillot, quien estaba casado y era padre de dos hijos, inició los arreglos para separarse y casarse con Liola, más al enterarla de esto, ella se negó rotundamente convencida de que el matrimonio para la mujer era sinónimo de limitaciones, especialmente intelectuales. Louise decide salir de Rusia, marchar a Zurich para estudiar una carrera profesional, más esto no era posible si antes no se confirmaba, por lo que su decepcionado tutor accede a ser testigo de dicho sacramento, hecho que confirmó su profundo amor por su joven pupila, puesto que esto implicaba perderla para siempre, sin embargo , permaneció como una marca indeleble en su vida, ya que fue él quien la nombró por vez primera Lou, nombre que conservará nuestra protagonista hasta su último respiro.
Seguida por su madre, aferrada conservadora a la que su hija tantos dolores de cabeza le había ocasionado, Lou inicia en 1880 estudios de religión, filología, filosofía e historia del arte. Dos años más tarde la intensidad de sus empeños intelectuales la llevan a sufrir síntomas de fatiga como frecuentes desvanecimientos. Su delicado estado de salud la obliga a ir en busca de un clima más benigno, por tanto, viaja a Roma. Este pequeño viraje en su vida se convertirá en una fulgurante experiencia que sellará su destino irreversiblemente, entrará a su vida no un hombre, sino un superhombre: Friedric Nietzsche. Este encuentro ha llevado a diversos autores a exaltar sus fantasías, entre los que sobresale Irving Yalom, quien da inicio a su novela El día que Nietzsche lloró con una joven Lou pidiendo la intervención del maestro y mecenas de Sigmund Freud, Josef Breuer, para ayudar a su amigo Frederic. Que más quisiera que extenderme en los detalles del encuentro Lou-Nietzsche, pero el objetivo de este escrito es arribar a la relación de la rusa con Freud y el psicoanálisis. A pesar de esto, no puedo dejar de anotar que Nietzsche le propuso matrimonio a Lou y ésta lo rechazó, pero no lo dejó con las manos vacías, pues cuentan algunas lenguas especializadas que la presencia de Lou fue la que inspiró la obra fundamental de Nietzsche: Así habló Zarathustra.
      El tiempo siguió su curso y en 1887 Lou se casó con Carl Andreas, filólogo estudioso del persa, que prendado de la rusa, la convenció de casarse con él tras una amenaza de suicidio. Si bien Lou aceptó el contrato matrimonial y la vida común, estableció desde el principio que Carl no tendría derecho a llevar el matrimonio a su consumación, y a pesar de que estuvieron casados hasta la muerte de Andreas, cuarenta años después, todo parece indicar que se respetó el precepto. Tras varios cambios de residencia, Lou y Carl se establecieron definitivamente en Gotinga, lugar donde Andreas se desempeñaba como maestro, y donde llevaron una vida sedentaria, de la que Lou huía frecuentemente.
      En 1897, la también Salomé, conoce a quien será su gran amor, posiblemente el primer hombre a quien la ya infatigable escritora, se entregó no solamente en espíritu, sino en cuerpo. Rainer María Rilke, será durante tres años el amante, el confidente, y el compañero inseparable de Lou, junto con él visitará su hogar y hará un largo recorrido por Rusia; a su lado, se orientará hacia uno de los grandes temas de su obra: la creatividad del artista. Ella narra la anécdota que la impulsa a proteger como un néctar sagrado, la inspiración del artista. Rilke es uno de los grandes poetas de la lengua alemana, en una ocasión encontró el argumento para una novela, lo que significaba el ingreso a un formato novedoso en su escritura, lo compartió con Lou y ésta, como ya tenía conocimientos de psicoanálisis, lo interpretó. En respuesta el poeta le dijo: “Ya no la podré escribir”. Con terror, Lou descubrió lo lábil que es la creatividad del artista, por lo que se opondrá enérgicamente a que los artistas sean psicoanalizados, puesto que al interpretar sus producciones psíquicas corren el peligro de extinguir su inspiración. Como mencioné, el vínculo íntimo dura solamente tres años, pero mantendrán contacto epistolar hasta el fallecimiento  del poeta en 1926, cuanto contaba 51 años.
En el año 1911, Lou acude al tercer Congreso de Psicoanálisis, que se llevó a cabo en Weimar. Sin tener muchos antecedentes en este nuevo ámbito del conocimiento, es presentada a Sigmund Freud, quien se río “de su vehemencia por aprender psicoanálisis”, sin embargo, el padre del psicoanálisis no tardó en descubrir el genio de esta mujer. Meses después, el 25 de octubre de 1912, Lou Andreas-Salomé le escribe a Freud una carta en la que resume su determinación para los años postreros. Dice:

Después de haber asistido el pasado otoño al Congreso de Weimar, no he podido abandonar ya el estudio del psicoanálisis, y cuanto más profundizo en él, más fuertemente me atrae. Y he aquí que va a cumplirse ahora mi deseo de pasar algunos meses en Viena: ¿Verdad que podré dirigirme a Ud, asistir a sus clases, y solicitarle me autorice a tomar parte en las sesiones de los miércoles por la tarde? Consagrarme plenamente a esta tarea es la finalidad única de mi estancia.

Esta carta es un ejemplo de aquella mezcla de respeto y osadía con la que Lou se dirigía a los grandes pensadores, por un lado halaga hasta la exaltación, pero al mismo tiempo no se limita en la expresión de sus deseos, y no teme caer en la desfachatez. Habiendo platicado en una sola ocasión con Freud, se atreve a solicitar su participación en la exclusiva sesión de los miércoles, donde solamente ingresaban hombres (claro, exceptuando a la madre de Freud, quien cada noche abría la puerta para darle a “Sigi” su beso de buenas noches), y dentro de estos sólo aquellos a los que Freud consideraba más leales y cercanos. Sin embargo, Lou no verá frustradas sus pretensiones, puesto que se mismo año inició su formación en el círculo vienés y en 1922 fue aceptada en el círculo de los miércoles de una forma inédita, puesto que fue la primera persona en ingresar sin haber presentado previamente trabajos científicos.
Lou practicó la terapéutica psicoanalítica hasta el fin de sus días, teóricamente dos temas ocuparon su interés: la investigación de los estados psíquicos extremos que conducen al artista a la creación de su obra y la adoración del religioso a Dios. Con respecto al primer punto, se negaba a compartir tres ideas freudianas sobre el arte:
1.- Creía que el arte se explica por sí mismo y no requiere ser comparado con el sueño.
2.- Se oponía a considerar la obra artística como el producto de la represión, para ella la obra de arte procede de “una consumación, de la fuerza de una realización involuntaria e inevitable de algo que todavía no es personal”.
3.- Muestra su desacuerdo con la excesiva valoración del momento social en función de la obra de arte, para ella: “un creador es el que sólo actúa movido por el gozo o el ímpetu de la obra y aunque por lo demás se sienta influido por sus semejantes, ya sea en lo ético o en lo erótico, ninguno de estos factores interviene en la obra propiamente dicha”.
Agrega:
-       En el artista se expresa siempre el impulso narcisista primario, por lo que sus impulsos sexuales tienen un acentuado ascetismo, concluye que “a su erotismo [el del artista] se le escapa una parte de su objetividad material. Su materialización está en la obra".

En lo que se refiere al ser humano religioso planteó lo siguiente:
-       Llegó a la conclusión de que la idea de Dios era una proyección erótica y que a pesar de la terrible prohibición de asociar lo religioso y lo sexual: “la voluptuosidad no supone una profanación de lo religioso ni tampoco un simple primitivismo del concepto; todo lo contrario, asocia profundamente, haciéndolos perennemente interdependientes, a la oración y al sexo”.
-       Para ella, los más sublimes éxtasis espirituales coincidían con los más profundos impulsos eróticos, dice: “nos elevamos o nos dejamos caer, nos entregamos a la oración o a la sensualidad, en realidad, ello sólo puede ser problemático para el observador externo que quiere buscar la diferencia”.

 Aunque no lo menciona explícitamente, en las ideas de Lou Andreas-Salomé resuena el concepto del numen. Fue, años más tarde, el psicoanalista Erik Erikson, quien rastreó la génesis de estas experiencias en la fascinación del bebé por la presencia de la  madre. Fuente de la estética y lo sagrado, misterio inescrutable, la madre representa el primer objeto numinoso. Abraza, seduce, sosiega, también asfixia y devora, es el cero del código binario, es el origen y la nada, es  mismidad y lo completamente otro, oxímoron que arrulla y embrutece. Es el vientre y la tumba,  la casa de la alegría y la muerte. De ahí que la creación y el éxtasis arrastren consigo a la angustia, son instantes de exceso de vida, un roce con lo eterno, que al final se tiñen con la más obscura soledad, al mirar de frente la imposibilidad de transferir la existencia, es la invectiva a la madre por obsequiar una vida que se agota.

Lou Andreas-Salomé murió en 1937, las palabras de Freud son el mejor homenaje a su vida, entremezcla de ternura, reconocimiento y dolor:

El 5 de febrero de este año tuvo dulce muerte en su casita de Gotinga Lou Andreas-Salomé, poco antes de cumplir 76 años. Los últimos veinticinco años de vida de esta mujer extraordinaria estuvieron dedicados al psicoanálisis, al cual brindó valiosos trabajos científicos, ejerciéndolo además en la práctica. No digo gran cosa si confieso que todos nosotros sentimos como un honor su ingreso en las filas de nuestros colaboradores y compañeros de lucha, y, al mismo tiempo, como una nueva confirmación del contenido de verdad de las doctrinas analíticas. 

2 comentarios:

  1. Concuerdo con ella en los tres puntos en los que difiere de Freud.

    ¿Y tú Juan Pablo?

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    1. También concuerdo con ella. Un aspecto que no resalto en el texto, es que previamente a ser psicoanalista, Lou fue escritora. Considero que alguien que ha creado, tanto desde la vivencia numinosa como desde la poética, resguarda celosamente ciertos misterios, esos recovecos de donde emana la inspiración. Sin saber exactamente que es, reconoce en ellos la fuente de su creación.

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