Tú, sin más
porqué,
tú, que bésame,
tú, me tienes de furriel
de un roto de tu piel.
Tú, como la cal
que húmeda es mortal,
tú, blanqueas mi razón
calando hasta el colchón,
Tú.
Tú, montada en mí.
Yo, montura hostil.
Tú, me abrazas con los pies
y yo lamo el arnés.
Tú, y sin ti yo no.
Tú, y sin ti ya no.
Tú, me has hecho dimitir
y hoy yo se dice así:
Tú.
tú, que bésame,
tú, me tienes de furriel
de un roto de tu piel.
Tú, como la cal
que húmeda es mortal,
tú, blanqueas mi razón
calando hasta el colchón,
Tú.
Tú, montada en mí.
Yo, montura hostil.
Tú, me abrazas con los pies
y yo lamo el arnés.
Tú, y sin ti yo no.
Tú, y sin ti ya no.
Tú, me has hecho dimitir
y hoy yo se dice así:
Tú.
Jose María Cano, Tú
Y cuando
todo acabó,
apareció el
demonio.
Juan Pablo Brand
En el erotismo YO me pierdo, afirma
George Bataille, en este naufragio se puede llegar al Tú, como afirma José
María Cano o extraviarse a perpetuidad en el Eso, en la trama insalvable del
goce. Agrega Bataille, las posibilidades
de sufrir son tanto mayores cuanto que sólo el sufrimiento revela la entera significación
del ser amado. La posesión del ser amado no significa la muerte, antes al
contrario; pero la muerte se encuentra en la búsqueda de esa posesión. Los
lazos eróticos son el preludio de la muerte, nada hay tan cerca de la
aniquilación que la fascinación por las danzas sexuales con un ser amado, se
disparan los resortes de la posesión, laberinto sin salida, si se logra poseer
al otro se descubre que el impulso de la obsesión está más allá de la persona,
si no se le posee, emana una intensa ansiedad donde la fantasía arroja al ser
amado de brazo en brazo.
Cuando
el Tú deja de ser una alternativa para convertirse en un imperativo, es cuando
el YO, en toda su fragilidad, se pierde y queda a merced del amo. Lo
verdaderamente dramático es que este lazo queda fuera de la jurisdicción de la
llamada voluntad, simplemente sucede. Los segundos corren gritando Tú, lo
cotidiano se derrite, el sentido se diluye, no hay más valor ni credo que Tú.
Impregnados
del romanticismo, nos apegamos a las narrativas del amor psicológico, ese que
se piensa y crea imágenes maravillosas, el erotismo es otra cosa, sus anclas se
enclavan en el cuerpo, en la química y física de los sentidos, es cuando en la
piel quedan restos indelebles de la presencia de la persona, son los aromas
saliendo al encuentro de manera inesperada, a mitad del día o taladrando la
imaginación nocturna.
Aún
con su semblante siniestro, el Tú es quizá la mayor evidencia de que estamos
vivos, es la conjunción más sublime del cuerpo y el espíritu, eclipse que
desvanece todos los supuestos, prueba última de nuestro deseo. El erotismo
conlleva vulnerabilidad, la escena íntima se sustenta en la confianza, es
lanzarse desprotegido a la batalla del placer, donde todos ganan o todos
pierden, el erotismo no es tibio ni excluyente.
Como
señala Bataille, el erotismo es transgresión, la rutina es para los gimnasios. Por
eso cuando se encuentra a ese Tú que hace posible la transgresión, se crea un intenso
vínculo de atracción. Sin embargo, cabe la pregunta ¿cuánto erotismo
soportamos?, esto es, ¿de cuánta transgresión somos capaces? Esto no es una
pregunta cualquiera, muchas personas amargan sus días fantaseando sobre los
encantos de la transgresión, pero no necesariamente están dispuestas a saborear
las hieles que acompañan al erotismo. El erotismo es incompatible con la
estabilidad, su encanto es lo impredecible y debe terminar para escapar de lo
normativo.
Probablemente,
cuando se delira con el Tú, la vida inflama cada recoveco del cuerpo, se rozan
los bordes entre lo extremo y los estertores de la muerte, quien ha vivido
los placeres del erotismo está condenado al exilio, no podrá sentirse jamás cómodo
en los universos ordenados, inesperadamente lo atraparán los fantasmas de la
reminiscencia, su corazón retumbará como alarma antisísmica y tendrá que huir
para no morir.