martes, 17 de diciembre de 2013

Desde el miedo


Hace unos días, recibí un mensaje de mi buen amigo Miguel Ángel Nogueda con una suma de reflexiones entre las que se encontraba una sobre la vida del águila. En el texto se plantea que un águila puede vivir hasta 70 años, pero a los 40 años debe cambiar su pico, sus garras y sus plumas. Para lograr esto debe resguardarse durante ciento cincuenta días en un nido en lo alto de alguna montaña. Una vez localizado su espacio, comienza a golpear su pico hasta arrancarlo, tras lo cual comienza a crecerle uno nuevo que le servirá para remover las uñas, al emanar las nuevas continúa con la extracción de las plumas. Una vez concluido el proceso el águila puede vivir otros treinta años, pero no seguir este ritual instintivo y doloroso significa la muerte prematura del águila.
     Me encuentro a dos años y medio de cumplir cuarenta años, como el águila siento la necesidad de renovar mi voz y mis defensas, un llamado profundo al cambio de piel para poder vivir los próximos años, sean el número que sean. Es fácil enunciar el deseo pero inevitablemente inicio mi vuelo hacia el nido en la montaña y el miedo de la visión me detiene regresándome a tierra. Me aferro a mis "yoes" con sus respectivos imaginarios: niño, adolescente, adulto joven, estudiante, profesionista, maestro, hijo, hermano, padre, amigo, lector, escribano, psicoanalista… Esto que reconozco como “yo” es el collage con el cual juega puzzle mi conciencia. En medio de este movimiento de piezas me atrapa la idea de que vivo la inversión del dicho de Arthur Rimbaud, Yo no es otro, Otro es yo. No es un desdoblamiento de personalidad, una escisión ni despersonalización, es un esclarecimiento sobre los compromisos creados por mi conciencia con la única intención de huir del miedo:

Otro es yo,
soy el trazo borroso de la mano invisible,
ente líquido escurriéndose en la alcantarilla de la novedad.

Mis pensamientos tienen copyright,
mis afectos se cotizan en la bolsa,
mis placeres causan impuestos,
mis fantasías son plagio involuntario,
mis instantes felices engrosan las estadísticas de la negación,
mi amor es un escupitajo bioquímico,
mi muerte es una afrenta a la ciencia,
mi soledad causa sospecha,
mi silencio causa sospecha,
mi reflexión causa sospecha,
mi defensa de la estética causa sospecha,
mi cuestionamiento a la sospecha causa sospecha.

Otro es yo,
sólo en el desapego hay liberación,
el resto es ficción.

     Lo cierto es que al experimentar miedo, me integro a una pléyade  humana demasiado humana. Hace algún tiempo encontré en la red los resultados de un proyecto de la Fundación Goodplanet, denominado  7 mil millones de Otros, cuya explicación dejo a la propia Fundación:

En 2003, luego de La Tierra vista desde el cielo, Yann Arthus-Bertrand junto a Sibylle d'Orgeval y Baptiste Rouget-Luchaire lanzó el proyecto "7 mil millones de Otros". 6.000 entrevistas fueron filmadas en 84 países por veinte realizadores que salieron al encuentro de Otros. Desde el pescador brasileño al boticario chino, del artista alemán al agricultor afgano, todos respondieron a las mismas preguntas sobre sus miedos, sus sueños, sus pruebas, sus esperanzas: ¿Qué aprendió de sus padres ? ¿Qué querría transmitir a sus hijos ? ¿Qué pruebas tuvo que atravesar? ¿Qué representa el amor para usted?... 
Cuarenta preguntas esenciales permiten descubrir tanto lo que nos separa como lo que nos une. Estos retratos de la humanidad de hoy son accesibles en este sitio internet. El corazón del proyecto, que es mostrar todo lo que nos une, nos une y nos diferencia, se encuentra en las películas, que incluyen los temas tratados durante estos miles de horas de entrevistas.

     En la página se pueden consultar los videos con los testimonios de todas las categorías de preguntas. A continuación hago referencia a varias de las respuestas dadas a la pregunta “¿Cuál es su mayor miedo?”:
   A la obscuridad.
   Al Diablo.
   A Dios.
   A que Dios no exista y estemos solos en el universo.
   Al despertar del volcán, sobreviví hace diez años a una erupción.
   A contradecirme.
   A que alguien hable mal de mí.
   A quedarme sola en el mundo.
   A encontrar a una mujer a la que quiera mucho y luego me deje.
   A que no me dejen casarme con quien quiero.
   A que mi hijo único se case con una mujer que me desagrade.
   A que me priven de mi libertad de pensamiento y acción.
   A mi marido cuando bebe, me da miedo que me pegue y me mate.
   A que le pase algo a mis hijos.
   A no poder tener hijos.
   A no tener éxito en la vida.
   A contraer SIDA.
   A la pobreza.
   A enfermar.
   Al mañana.
   A perder el trabajo.
   Al hambre.
   A la crisis financiera.
   A que la fuerza del hombre rompa el equilibrio de la naturaleza y la destruya.
   A que mis hijos no se ocupen de mí en un futuro.
   A la locura.
   A la demencia senil.
   A no poder suicidarme.
   A morir.
   A que me entierren viva.
   A morir sin haber hecho lo que quería de la vida.
   A perder a un hijo.
   A otro atentado.
   A la tortura.
   A la noche.
   A que obliguen a mis hijos a ir a la guerra y matar a otros.
   A caer prisionero.
   A no estar seguro en casa.
   A los recuerdos de la guerra.
   Al poder de las grandes potencias.
   A la maldad humana, a la crueldad.
   Al miedo mismo, si nos invade acaba con la esperanza.

Llamaron especialmente mi atención aquellas personas que afirman no tener miedo, algunas por un fuerte sentido de serenidad y otras por experiencias vividas tan intensas, que no dejaron lugar al miedo, como una madre que afirma que tras la muerte de su hijo ya no ha sentido miedo, puesto que ya vivió lo peor. Finalmente,  transcribo parte de un testimonio dado por un afro-europeo desde Banín, en la República Checa:

Al otro. El otro no es nunca un amigo. No es un amigo porque es capaz de lo inimaginable, de lo peor. Confías en él, te abandonas y te hace una mala jugada inimaginable. Me dan miedo los hombres. Los amo, pero también los temo.


    En resumen, vulnerabilidad, el miedo es la respuesta a la amenaza, pero si bien todos los testimonios son válidos como posibles riesgos, cada persona organiza una constelación particular de sus temores. Su lugar de residencia, su edad, su cultura, sus condiciones de vida, sus redes de apoyo o su historia, pueden ser variables en la delimitación de sus principales miedos. Al parecer, los seres humanos somos los únicos animales que nos anticipamos a la amenaza, sintiendo miedo antes de que ésta aparezca y esto es posible por la conciencia y su construcción del yo, creamos una imagen con la cual jugamos en diferentes escenarios como si fuera un videojuego, fantaseando con todos los riesgos que pueden aparecer a nuestro paso.
     El miedo es una expresión de nuestros apegos, de ahí que sea tan difícil dejarlo atrás, pues superarlo es salir de las dinámicas relacionales con las que hemos vivido. El miedo puede llevarnos al filo de un abismo donde sentimos que nos quedan solamente dos caminos: autodestruirnos o destruir a la otredad, sean personas, animales, plantas o el entorno en general. El miedo es la fuente del dolor psíquico y de la violencia. Por tanto, abandonar el miedo es una reconciliación con lo propio y lo otro.
     Mis alas se ahuecan, la montaña está frente a mí, aún viviendo en un país hiperviolento, plagado de temerosos dispuestos a terminar con todos los otros con tal de sobrevivir, donde tener un proyecto de vida es un acto de resistencia,  guardo un fulgor de esperanza, suficiente para llegar al nido para arrancarme las narrativas de mi conciencia y llegar a los 40 con un renovado sentido de vida, que Otro no sea yo, sino ser siendo con otros seres, sin miedo, sin violencia.

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