Un
sueño me conmovió intensamente la otra noche, lo co-protagonicé con mi querido
amigo Carlos R., de quien daré más detalles líneas abajo. Era una vuelta a los
tiempos de la adolescencia, cuando ir de fiesta era un peregrinaje, un evento de
primer orden al cual nos dirigíamos como un clan tras la búsqueda de su dios
primigenio. En el sueño, había la noticia de una fiesta a la cual debíamos
llegar en un tiempo breve, la propuesta de Carlos fue ir en motocicleta (aunque
nunca le he visto manejar una), él como conductor y yo como acompañante.
Arrancamos a gran velocidad por uno de los típicos Ejes (calle con numerosos
carriles) de la Ciudad de México, al momento pensé: “No traemos casco”, pero
todo indicaba que llegaríamos rápido y no sería necesario. En medio de mi
pensamiento, me descubrí flotando lejos de la moto, en un instante se me reveló
el suceso, habíamos chocado y los dos éramos lanzados como flechas al vacío.
Caímos al pavimento y nuestros cuerpos se deslizaron a gran velocidad. Fueron segundos
eternos en los cuales tenía la certeza que había perdido todo control sobre mis
movimientos y mi devenir, lo más llamativo es que experimentaba una ansiedad
muy ligera mientras pensaba: “Voy hacia a la muerte y no puedo hacer nada”.
Veía delante de mí a Carlos, mientras intentaba girar sobre mi cuerpo, pues la
ropa se había desgarrado de un lado y deseaba cambiar para evitar el desgarre
de la siguiente capa que era mi piel. Visualizaba diferentes puntos de colisión
en los cuales reventaría mi cabeza. Nuestra velocidad disminuyó hasta
detenernos, seguíamos vivos aunque muy maltrechos, los brazos llagados y
heridas en cada rincón. Se hilvanaron otros sucesos en el sueño tras los cuales
desperté, revisé mi cuerpo detalladamente, me sentí como Lázaro emergiendo del sepulcro. Sólo fue un
sueño, pero inmediatamente supe que algo de mí acababa de morir.
¿Quién
es Carlos R.? Mi primer amigo de la adolescencia. Desde mi lectura original del
texto de Psicoanálisis de la adolescencia
del gran Peter Blos, encontré a Carlos entre sus líneas, cuando el autor
describe a ese mejor amigo de la adolescencia temprana, con el cual se crea una
amalgama narcisista. Con él aprendí a fumar, juntos nos embriagamos por primera
vez. Mientras yo me lancé a los arrebatos del amor, tejiendo historias rayanas
en los dramas decimonónicos, él operaba con discreción y serenidad, era el
amante sigiloso que llegaba cuando
todos nos habíamos ido. Compartimos viajes, amigos, todo tipo de celebraciones,
confidencias y mucha música. Actualmente lo veo con poca frecuencia pero
ocasionalmente lo convoco en mis remembranzas, como a todas esas mentes de mi
generación, citando a Allen Ginsberg, en compañía de quienes robé el fuego a
los dioses.
Con él
iba a morir en mi sueño, quizá por eso no estaba angustiado, más bien me pesaba
la tristeza, sentía que todo lo vivido eran solamente pródromos de la sincronía
de nuestra extinción, nos conocimos con el fin de acompañarnos en la muerte.
¿Qué
murió esa noche? De eso no puedo hablar, tan sólo mascullar. Perdí la
ingenuidad de lo cotidiano, cuando se roza la barca de Caronte, aún en un sueño, los días se derriten
como relojes dalíneanos, se sospecha de los minutos como emisarios de lo
inevitable. Solemos pensar que las etapas de la vida se cierran en bloque,
conforme avanzo en los años descubro que las etapas son como un tejido complejo
compuesto de infinidad de hilos, al paso del tiempo algunos se rompen, mientras
otros resisten, es por eso que podemos seguir hilos hasta nuestra infancia o adolescencia.
Esa noche se rompió uno de los hilos amarrados a mi edad de la punzada, de ahí
la tristeza, el desgarro y el dolor. Hasta el momento no logro hacer el
recuento de los daños.
Uno de
los obsequios de vida que recibí de Carlos fue la música de U2, particularmente
la canción de Pride (In the name of love),
eran tiempos en que soñaba con ser protagonista de un cambio mundial, acababa
de caer el sólido muro de Berlín, creía que se podía lograr lo imposible.
Teníamos un grupo musical, escribía poemas y comenzaba a entender la
complejidad del escenario internacional. Pensaba en el amor como una fuerza de
cambio, se fortaleció mi convicción por la no-violencia. Todo esto se consumó años
más tarde en mi decisión de estudiar Psicología, abandonando el plan de estudiar
Derecho, descubrí que mi camino de transformación era de la persona hacia la
sociedad. Se amarró un hilo, aquel que se rompió la noche de mi sueño.
Han
pasado 25 años del mítico 1989, perdimos lo mejor del socialismo y heredamos lo
peor del capitalismo, su pragmatismo. A diario se fumigan las casas, las
calles, las aulas, las oficinas, las redes sociales, esto es, lo habitable
física y virtualmente. Todo con el fin de erradicar la poiesis, la que los pragmáticos sienten como una gran amenaza. El mundo
se torna letárgico, prevalecen los reproductores sobre los productores,
es una era de insaciables repetidores e imitadores de los trending topics. Hay lamentos por la muerte de José Emilio Pacheco
y celebración por el centenario del nacimiento de Octavio Paz, pero pocos
pueden citarles, porque lo que realmente importa es conocer Los cuatro acuerdos o La paradoja.
En mi
sueño murió ese furor juvenil por el cambio, tan veloz que choca con la
realidad y lanza a la fricción del existencialismo burocrático. Probablemente
sea un paso en dirección de la sabiduría, es el esclarecimiento de que el
cambio y la transformación no son consecuencia de un propósito personal, sino
de una compleja madeja de elementos que se organiza en un momento específico de
manera inexplicable. Esto rompe la lógica pragmática del self made woman/man y la retórica de la autoayuda, la cual es buen
negocio porque es como el barniz de uñas, decora pero rápidamente se quiebra.
En medio
de la obsesión por las autopistas, donde el objetivo único es llegar (aunque no
se tenga claro para qué), me gusta andar por los caminos prolongados, como el Psicoanálisis, donde es
posible convivir con el paisaje, detenerse, respirar, contemplar, sabiendo que
toda llegada es solamente una escala.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
¡A su salud, Don Pedro Calderón
de la Barca!
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