miércoles, 30 de abril de 2014

Ocupación: lector. Sexo: cuando no leo. Nacionalidad: multimedia.



Ahora que celebramos el día del niño entre mareas de bits,
comparto mi testimonio para  dar cuenta de que
más vale un libro en la mano que aplicaciones bajando,
es cierto que los juegos constituyen un nuevo tipo de narrativa
donde los niños se integran a la historia,
lo cual tiene su encanto, sin embargo, es otro proceso imaginativo,
 generalmente el final es ganar o perder,
esto es, la repetición del universo binario,
lo que no sucede en la literatura, incesante creadora de posibilidades.
Quizá es mi nostalgia de habitante frecuente
de las páginas de los libros la que no me permite
concebir una vida sin ellos.
 Aún así, considero que sean los medios que sean,
toda mi intención  se resume en la locución latina:
Sapere aude, atrévete a saber.


Una mañana de verano, hace mucho tiempo, llegó a las selvas de Totonacapan un muchacho llamado Tajín. Iba por el camino buscando bulla porque era un chamaco maldoso. No podía estar en paz con nadie. Si encontraba un hormiguero le saltaba encima; si venía una banda de monos los apedreaba; zarandeaba los árboles y les arrancaba ramas sin ninguna consideración.

Felipe Garrido, Tajín y los Siete Truenos

     Es una tarde cualquiera de 1982, tengo seis años, tomo ese gran libro rojo con una ilustración en la portada, en la que aparece un indígena totonaca mirando con profunda molestia a siete ancianos vestidos con botas, capas y sombreros; quienes suben por las nubes blandiendo sus espadas. Es el cuento escrito por Felipe Garrido, que lleva como título Tajín y los Siete Truenos, es el primer libro que he leído sin ayuda y quizá por eso lo leo una y otra vez, o quizá es por su inquietante historia donde se funde la leyenda totonaca con la explicación de los fenómenos climáticos.
Largas horas pasé en el largo sillón de la sala con la mirada puesta en la ventana, con las nubes como final de viaje, imaginando a los Siete Truenos en entusiasta danza sobre ellas, hasta provocar los relámpagos y truenos. Tajín me remitía a ciertos compañeros del colegio, quienes cada día parecía resultarles una nueva oportunidad para molestar, golpear o transgredir; me gustaba imaginarlos junto a Tajín al final de la historia, atrapados en el fondo del mar. Tengo frente a mí el cuento, sus tapas están algo gastadas, pero las páginas centrales se conservan con todo su esplendor. Aunque Felipe Garrido afirma que los libros infantiles están no solamente para que los niños los lean sino para que los rayen y dibujen al gusto, yo no puse ninguna marca en los libros que leí sino hasta mis lecturas universitarias, donde me convertí en un anotador salvaje.
     Hasta el mes de junio de 2003 tuve la costumbre de registrar en un cuaderno los libros que leía, esto me permite afirmar con evidencias que mi primera etapa lectora fue de cuentos y particularmente de historietas y cómics, de los que he de haber leído más de mil, me es fácil hacer el cálculo porque mi abuelo paterno nos los obsequiaba encuadernados en grupos de veinte y mis hermanos y yo llegamos a juntar más de cincuenta de estos libros, más las colecciones sueltas.
      Como buen niño católico, a los diez años leí Corazón de Edmundo de Amicis y posteriormente Juan Salvador Gaviota  de Richard Bach. Pero fue a los quince años en la asignatura de Literatura Hispanoamericana donde me lancé al océano de las letras castellanas: Azorín, Alas Clarín, Unamuno, Pérez Galdós, García Lorca, Nicolás Guillén, Gamboa, Yáñez, Rulfo, García Márquez y Vargas Llosa. También leí por primera vez a Shakespeare y a Kafka. Fue un despertar que posteriormente se intensificó con la asignatura de Filosofía donde leí los poemas de los presocráticos, los diálogos de Platón, Aristóteles, los padres de la Iglesia Católica, Maquiavelo, Descartes, así hasta llegar a El existencialismo es un humanismo  de Jean-Paul Sartre. A los dieciocho, leí Cien años de soledad y mi primer libro de Milan Kundera, también leí por primera vez a Freud, cuyas obras completas me compré en ese momento. También a mis dieciocho años llegaron los autores rusos, así como Giovanni Papini, Aldous Huxley y Hermann Hesse. A los 20 me nació una cierta pasión por la antropología, logré leer el gran tabique de La rama dorada de James Frazer, a Mircea Eliade, Malinowski y Levi-Strauss. A los 21 leí, entre muchos otros, la biografía de Lacan escrita por Élisabeth Roudinesco, mismo año en que leí El Quijote. A los 22 entraron en escena Michel Foucault, Victor Hugo y los sociólogos. Esto último se debió a la elaboración de mi tesis de licenciatura  que trató sobre los efectos de la globalización en los universitarios y coincidió con la toma de las instalaciones de la UNAM por parte de los estudiantes durante un año. En adelante el desfile de autores es extenso y desordenado, sólo en literatura: Revueltas, Vasconcelos, Saramago, Pérez-Reverte, Moliére, Stendhal, Kazantzakis, Borges, Italo Calvino, Rowling, Chéjov, Schnitzler, Abe, Stevenson, Mishima, Hoffmann, Schwob, Mann, Vian, Joyce, Beckett, Pasternak, Volpi, Melville, Nabokov, Conan Doyle, Balzac, Sicilia, Burgess, Aridjis, en fin, la lista incluye hasta algunos tropiezos como  El alquimista de Paulo Coelho.
     El recuento concluye en 2003, no porque haya dejado de leer, sino porque la vida me enseñó que mi lista tan cuidadosamente elaborada había llegado a un punto imposible, hasta ese momento registraba solamente los libros que había leído completos, esto dejaba fuera los artículos, la lectura de capítulos y  la lectura en internet. Para una investigación que elaboré en mi servicio social de la licenciatura sobre los tratamientos utilizados para intentar curar los síntomas psicóticos en México desde el periodo prehispánico hasta la actualidad, reuní dos anchas carpetas de documentos, que en suma podrían haber constituido cuatro o cinco libros. En mi computadora guardo cientos de textos electrónicos de diferentes categorías. Las formas de lectura han cambiado.
     Ya soy más selectivo con mis lecturas, anteriormente si iniciaba un libro aunque no me gustara lo leía hasta el final. Ahora si avanzo en las páginas y el texto no me aporta nada, lo dejo, sin importar el grado de progreso. ¿Cuánto podemos leer en una vida? Si calculamos un libro por semana durante 70 años suman 3640, es un parámetro realista, ya que con la edad se van perdiendo ciertas habilidades. En 2009, Louise Brown, una mujer escocesa que para ese momento tenía 91 años, había leído 25,000 libros en un periodo de 63 años, lo cual equivale a 397 libros por año, esto es, más de un libro por día. Este dato nos muestra que Miss Brown había dedicado sus días a leer, lo cual es posible en una población pequeña, con una buena biblioteca y una vida subsidiada. También hay que considerar la extensión de los libros, actualmente leo la novela en cinco partes de Roberto Bolaño, 2666, la cual tiene un total de 1119 páginas. Estoy por llegar a la 700 en la segunda semana de su lectura, cuando leí Pedro Páramo hace más de veinte años, lo hice en una tarde. Por lo mismo es relativa la cantidad de los libros. Como no tengo un mecenas, no creo poder alcanzar a Miss Brown, pero sumando todas las lecturas creo que en mi vejez superaré la cifra de los 3640, siempre y cuando no muera aplastado por el libro de Bolaño.
     Nuevamente miro el libro de Tajín y los Siete Truenos, no sé cual será el último libro que leeré en mi vida, pero este tomo que me acompaña desde hace 32 años es un recordatorio de que el libro que más me gusta es el estoy leyendo en el momento y que al terminarlo dejará ese lugar al siguiente.

domingo, 20 de abril de 2014

Ninfomanía, sobre el malestar de la mujer en el cine de Lars Von Trier


El encuentro con el Vals número 2 de Shostakovich es siempre sorpresivo y agradable, lo recuerdo en una escena de la película de Marleen Gorris basada en la novela de Vladimir Nabokov, La defensa de Luzhin; también encabeza la última película de Stanley Kubrick, ésta basada en una novela de Arthur Schnitzler, Ojos bien cerrados, en la cual el personaje representado por Nicole Kidman baila el vals con un hombre plenamente cosmopolita quien diserta sobre El arte de amar de Ovidio. En las dos, la música de Shostakovich funge como lo que es, un vals, una pieza para bailar en pareja. Sin embargo, en la película Ninfomanía, de Lars Von Trier, la impresión es mayor al sonar el vals, en su primera interpretación acompaña a una escena imaginada por uno de los personajes donde visualiza a la protagonista vestida de colegiala, dando una clase mientras toca sus genitales, y así nos ecualiza con el eje de la película, el de los placeres simultáneos pero no compartidos, el de los placeres solitarios, es un vals para una bailarina sola.
He visto al menos ocho largometrajes de Lars Von Trier, en la mayor parte de ellas ha llamado mi atención un tema recurrente, el malestar de la mujer, particularmente el malestar de la mujer frente al hombre. Sus últimas películas son más explícitas al respecto. Mi lectura de su filme Anticristo es que ubica a la mujer como el anticristo, es más, el cartel original de la película  hace con la última “t” de la palabra Antichrist el reconocido signo del espejo que alude a la mujer. En la tradición cristiana occidental, la mujer representó en muchas ocasiones al demonio, en su expresión de fuerza que separaba a los hombres de Dios. Un ejemplo vivo lo tuvimos en la otrora Nueva España con el Arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas, no sólo por su persecución de sor Juana Inés de la Cruz, sino por su constante agradecimiento a Dios por su alta miopía, la cual le permitía vivir sin ver a las mujeres. La protagonista de Anticristo tiene como tema de tesis las torturas vividas por las mujeres durante las persecuciones religiosas, específicamente en la Inquisición. Tras la muerte de su hijo cae en una profunda melancolía, de la cual su esposo, que es terapeuta cognitivo-conductual, intenta liberarla sin éxito. Este hombre que confía en el orden y su poder persuasivo como fuerzas curativas, va descubriendo que sus planteamientos y métodos se ven superados por el complejo malestar de su esposa. En un momento, se detecta que llegan a un punto de no retorno, uno de los dos tendrá que morir. Resulta interesante descubrir que la escena inicial de Anticristo se repite parcialmente en la película de Ninfomanía, es más, la música es la misma, Lascia ch’io pianga, el aria compuesta por Händel para la ópera Rinaldo. El hijo de la pareja, de aproximadamente dos años, se sale de la cuna y camina, en una hacia una ventana y en otra hacia un balcón, en la primera se lanza al vacío, en la segunda es detenido por el padre, en las dos el descuido tiene como origen un distractor sexual. La  repetición nos hace pensar en la recurrencia que tiene lo que Freud denomina La escena primaria, esto es, el recuerdo tergiversado por la memoria, de la percepción de la sexualidad entre los padres. ¿Un fantasma de Lars Von Trier? Difícil afirmarlo sin su palabra.
En Melancolía, el director nos lleva al círculo más profundo de la depresión femenina, que es muy diferente de la masculina, y con esto no me refiero a sexos, sino a variaciones de melancolía que pueden experimentar tanto mujeres como hombres. No he visto película que represente tan palmariamente la melancolía. Lars Von Trier, parte de un elemento narrativo que le da mayor fuerza a la historia, en medio del festejo de una boda, la novia experimenta una anhedonia que la hunde en la mayor indiferencia ante la supuesta alegría que debería despertarle su consagración social, desde una perspectiva tradicional. Nada puede hacer lo masculino por curar la melancolía femenina, el clamor es hacia la madre fría, frívola o fallecida; pero de cualquier manera ausente. La melancolía es la fuerza destructiva, el lado obscuro de la madre, junto a la cual está la luz de la creación, su poder generador. Cuando la penumbra devora la luz, la creación se desvanece.
Así llegamos a Ninfomanía, cuyo protagónico a cargo de  Charlotte Gainsbourg, da un sentido de continuidad con los largometrajes mencionados, puesto que aparece en los tres, no sólo eso, sino que el tema de los créditos de Ninfomanía es también cantado por ella, es la canción de Hey Joe, originalmente interpretada por Jimmy Hendrix:

Oye Joe,
¿Adónde vas con esa pistola en la mano?
Oye Joe,
Dije ¿A dónde vas con esa pistola en la mano?
Voy a dispararle a mi mujer.
Sabes, la atrapé metiéndose con otro hombre.
Y eso no está bien.

      A través de los dos volúmenes del filme que duran en conjunto 241 minutos, Joe, quien se autodenomina ninfómana, le narra a Seligman, quien se autodenomina asexual, la crónica de su vida sexual. El que escucha, aclara que su apellido de origen judío, significa “El que está feliz”, esto es, felizmente asexual, es uno en un millón, uno de los aproximadamente siete mil que viven en la actualidad. Todo inicia con una madre indiferente, jugadora compulsiva del juego de cartas llamado “Solitario” y un padre poéticamente afectivo, amante de los árboles, conocedor de los detalles de sus hojas. El padre, sosteniendo maternalmente a Joe, se va configurando en una especie de Tiresias, el hombre con mamas, capaz de aportar placer y alimento, de ahí su confusión como objeto de amor y objeto sexual. Acostada sobre un prado, Joe tiene su primer orgasmo a los doce años, no es producto de una estimulación directa, médicamente se explica como una variación de ataque epiléptico, pues además se acompaña de alucinaciones. Desde este momento se plantea el misterio que define las orientaciones sexuales: herencia, educación, identificación, socialización, o todas las anteriores. A los quince años pierde su virginidad con Jerome, en un acto puramente mecánico. A partir de ahí dos ideas impulsarán a Joe en su búsqueda de hombres, la de su poder sexual como mujer y la de llenar con penes todos sus vacíos. En una confrontación con un grupo de adictas al sexo, ella afirma ser diferente, no es adicta, es ninfómana, por lo cual no quiere más, sino quiere todo, lo suyo no es asunto de autoestima, es la persecución del clímax perpetuo, es una mística negativa que asciende a los cielos impulsada por orgasmos.  No existe “un hombre”, todos con quienes tiene relaciones sexuales conforman una sola historia, su búsqueda es la de “El Hombre”, aquél capaz de procurar todos los placeres, el héroe de los mil penes quien puede cubrir todos los vacíos.
     Para Joe, el amor es un estorbo, es la fuente del sentimentalismo y por tanto de culpa. Por eso, los hombres en lo individual no le aportan nada, el día que siente algo similar al amor, la visita la frigidez. Esta incapacidad de vinculación se extiende a su hijo, ha sido atrapada en las redes transgeneracionales, el juego de solitario de su madre lo ha heredado en forma de masturbación solitaria o acompañada, se cumple el dicho de Jacques Lacan, no existe la relación sexual.
      El malestar de la mujer frente al hombre, pareciera ser que mientras para éste el sexo puede ser solamente sexo, pues su búsqueda de lo trascendente la hace por vías menos sensitivas, más intelectualizadas, para la mujer la búsqueda de lo absoluto debe seguir la brújula del cuerpo, por tanto, el placer de la mujer en el sexo se vincula a la búsqueda de lo absoluto y cuando tiene experiencias que la acercan, lanza el ancla de su amor. En el caso de Joe, este encuentro paradójicamente comienza a vislumbrase en su diálogo con Seligman, el asexual que no pretende tener sexo con ella sino escucharla y simbolizar su sexualidad, por tanto, juega un rol de psicoterapeuta a través del filme, pero no cualquiera, sino de un analista junguiano quien retoma de su amplio bagaje cultural eruditas referencias míticas y estéticas, para darle nombre a lo que en Joe es puro goce, puro cuerpo físico. Seligman no la juzga, no la categoriza, no la moraliza, simplemente intenta encontrar en los actos de Joe una expresión de la más alta humanidad. Desde su partida deseante hasta el puerto masoquista, Seligman es la estrella polar que orienta el discurso de Joe. No hablaré del final, es una película tan bien hecha tanto narrativa como visualmente, que la conclusión es simplemente un cierre, no el instante en que todo cobra sentido.
      El filme ha inquietado intensamente, me parece que muchos críticos al verse superados en sus categorías teórico-estéticas, la han señalado como plena de clichés, sin hilo narrativo, sin fuerza en los personajes. Al igual que sucedió con la película de Spider de David Cronenberg, la de Ninfomanía  presenta el malestar de una manera tan directa y explícita que decepciona  a los buscadores de historias con mensaje, particularmente a los críticos que su educación narrativa tuvo como base el melodramatismo telenovelesco o esperan que el cine cumpla con criterios propios de las series norteamericanas para televisión o internet. La maravilla de Lars Von Trier es que sigue haciendo cine, sigue en el experimento y por tanto nos sigue sorprendiendo. Si quiero ver contenidos televisivos mejor evito las salas cinematográficas.
       Por otro lado, es notable el predominio machista de la industria cinematográfica y la crítica. Las mujeres que han visto y comentado la película, en su mayoría la califican como buena, aún con sus cuatro horas de duración. Lars Von Trier incomoda a los hombres al mostrar la predominancia de su automatismo sexual, nos rompe el mito de Don Juan para hacernos patente que  el gran secreto de las mujeres no es su estrategia y potencia sexual sino su discreción. Los hombres,  a quienes nos educaron para identificarnos con el rol del vehículo de placer de las mujeres, nos sorprendemos cuando descubrimos ese otro placer, cuantioso, que las mujeres encuentran al margen de nosotros. El año pasado, ganó la Palma de oro en el Festival de Cannes, la película de Abdellatif Kechiche, La vida de Adèle, una película también conformada con escenas sexuales muy explícitas que nos muestra el esclarecimiento de una adolescente con respecto a su homosexualidad. En el caso de esta historia, que podría ser motivo de otro escrito, el distanciamiento de las protagonistas se da por el temor de una de ellas, la que inicialmente tenía mayor experiencia, del intenso placer que le procura la otra.  Siendo pintora, al parecer su miedo es a quedar tan atrapada en el éxtasis sexual, esto es, que haya tanta luz, que no quede espacio para la obscuridad, la melancolía, la cual es vacío que inspira a la creación.
     Les dejo con la voz de Charlotte Gainsbourg, cantando Hey Joe:

sábado, 5 de abril de 2014

Psicopatología del endeudado

Me asomé a la ventana y vi venir al cartero, 
me entretuve pensando en una carta de amor,
más no,no,no...
Era la cuenta del refri y del televisor.

Me asomé a la ventana y vi venir a Romero,
me entretuve pensando en que venia a saludar,
más no, no, no…
Eran 6 meses de renta que tenia que pagar.

Me asomé a mis adentros, sólo vi viejos cuentos,
y una manera insólita de sobrevivir,
mire hacia todos lados, dije: ¿Dios, qué ha pasado?
Nada muchacho, sólo eres un asalariado.

Por la puerta entraron mi mujer y mis hijos,
preparó la alegría que nos va a acariciar,
más no,no,no…
La despensa y la escuela se tienen que pagar, pagar, pagar, pagar, pagar…
sin descansar,
pagar tus pasos, hasta tus sueños,
pagar tu tiempo y tu respirar,
pagar la vida con alto costo
y una moneda sin libertad.
Suben las cosas menos mi sueldo.
¿Qué es lo que se espera de este lugar?

Me fui para la iglesia a buscar un milagro,
rezándole a un retablo quise ver la cuestión,
más no,no,no…
lo que vi fue al diablo de la devaluación.


Rodrigo González (Rockdrigo), Balada del asalariado (Fragmento)


     En la entrañas de un edificio que se ubicaba en el número 8 de la calle Bruselas de la Colonia Juárez, murió Rodrigo González,  víctima del terremoto que sacudió la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985. Pionero del llamado rock mexicano,  llegó a ser el profeta del nopal, voz urbana del México de las devaluaciones de tres y cuatro cifras, nos legó obras como la citada en el epígrafe, Balada del asalariado, la cual no ha perdido vigencia gracias a los oficios de los encargados de las economías nacional y mundial. En la década de los ochenta del siglo XX era casi imposible pedir créditos en México, en el 2014 es imposible pagarlos, pero aún así los seguimos solicitando.
     No enfocaré el escrito en aquellas deudas que se adquieren para atender una crisis, sino a las que se acumulan en la búsqueda del mejoramiento del bienestar y el cumplimiento de sueños de grandeza. Me siento autorizado a tratar el tema, puesto que hace unos años sufrí de la  ideación de la grandeza futura, esto es, solicitar créditos bajo la premisa que la economía personal mejorará de tal manera que uno podrá pagar todo. Esta experiencia, de la que conservo algunas secuelas, me hizo ver que quien se endeuda se comporta similar a un ludópata, esto es, un adicto a los juegos de apuesta.
     Veamos algunos síntomas que propone la Asociación Americana de Psiquiatría para diagnosticar Ludopatía, debajo de cada uno escribiré con cursivas mi traducción a los síntomas de la compulsión al endeudamiento:
   Sentirse inquieto o irritable al tratar de jugar menos o dejar de jugar.
- Sentirse inquieto o irritable al tratar de endeudarse menos o dejar de endeudarse.
   Jugar para escapar de los problemas o de sentimientos de tristeza o ansiedad.
- Endeudarse gastando en cosas innecesarias que podrían disminuir los problemas, la tristeza y la ansiedad.
   Apostar mayores cantidades de dinero para intentar recuperar las pérdidas previas.
- Pedir nuevos préstamos o créditos para pagar préstamos o créditos previos.
   Perder el trabajo, una relación u oportunidades en sus estudios o en su carrera debido al juego.
- Perder relaciones, propiedades u objetos para pagar intereses o pagos inaplazables.
   Mentir sobre la cantidad de tiempo o dinero gastada en el juego.
- Mentir sobre los motivos de la solicitud de dinero y sobre las cantidades que se adeudan.
   Hacer muchos intentos infructuosos por jugar menos o dejar de jugar.
- Hacer muchos intentos infructuosos para endeudarse menos o cubrir las deudas.
   Necesidad de pedir dinero prestado debido a las pérdidas ocasionadas por el juego.
- Necesidad de pedir dinero prestado debido a las pérdidas en el pago de intereses o de nuevas deudas.
   Necesidad de apostar cantidades cada vez más grandes de dinero para sentir excitación.
- Endeudarse con cantidades cada vez más grandes con la idea grandiosa de un cambio positivo y radical en la economía personal
   Pasar mucho tiempo pensando en el juego, como recordar experiencias pasadas o formas de conseguir más dinero con que jugar.
-       Pasar mucho tiempo imaginando un futuro económico maravilloso en el cual se podrán pagar todas las deudas y adquirir nuevos compromisos económicos.

Agrego uno más:
- Preferir la ansiedad y la presión social asociada a las deudas, a modificar el estilo de vida y disminuir los gastos.

    Ahora revisemos algunas causas frecuentes de las recaídas en el endeudamiento:

  • La familia: Uno de los mayores apegos es al estatus social, por tanto, la tendencia es a desear conservar el que ya se  tiene o mejorarlo. La posibilidad de un descenso en el estatus suele ser uno de los mayores motivos de ansiedad y depresión, particularmente en las clases medias. De ahí que los miembros de una familia no dimensionen lo que los proveedores tengan que hacer para sostener su estatus, aunque esto implique endeudamientos para conservar una propiedad, un coche, escuelas costosas, vestimenta de marcas caras, rituales vacacionales, un ritmo de gastos cotidianos alto, entre muchos otros.
  • El orgullo y las fantasías narcisistas:  Una vez que alguien se ha asentado en un estilo de vida, teje a partir de ahí su red de relaciones y establece usos y costumbres. El principio de que no basta con ser sino hay que parecer, conlleva la socialización en espacios específicos, la decoración del cuerpo (con ropa, accesorios, cosméticos, aromas o cirugías), el consumo de ciertos productos o los viajes a ciertos lugares. Todo esto se constituye en prótesis narcisistas que  sostienen la imagen de si mismo y sus atribuciones positivas. Es por eso que el endeudado compulsivo se ve impulsado principalmente por el temor a ver difuminada esta imagen ideal y se alimenta de una imaginería que le lleva a representarse escenarios futuros donde todo se resolverá. Al igual que el ludópata, tiene la sensación de que tiene un don especial para la suerte o un talento atípico que le traerán no sólo las glorias sino el capital para sostener o mejorar su estilo de vida.
  • Los bancos: Basta con que uno se discipline y empiece a cubrir sus deudas con los bancos, para que éstos inicien una campaña de acoso. Desde mi experiencia, ya referida, he creado mecanismos mentales para dimensionar los intereses de un crédito, por tanto, por más que me envíen correspondencia con la cantidad que me podrían prestar en números gigantes y la tasa de interés en un pequeño mensaje, mi sistema inmunocrediticio libera todas sus defensas. A manera de ejemplo contaré una experiencia. Hace un tiempo, la universidad donde trabajo cambió de institución bancaria para el pago de los sueldos, en el umbral de las fiestas navideñas de ese año, me llamó una persona representante del banco, como había sucedido en otras ocasiones, hablaba con acento de otro país, así que ni siquiera supe desde donde llegó la llamada. La voz me informó que había ganado el privilegio de recibir un crédito el cual me ayudaría a vivir una temporada navideña de ensueño llena de regalos y festejos. Conocedor de que estas personas están entrenadas para registrar cualquier inflexión de voz o afectiva, así como todo silencio reflexivo, le respondí inmediatamente con el objetivo de terminar la llamada: “No celebro la navidad, ni doy ningún regalo”. Cómo si esperara una respuesta así, dijo sin chistar: “Bueno pero igual y tiene hijos y Santa Claus y los Reyes Magos agradecen siempre un apoyo”. A lo cual respondí: “En mi familia no se promueve ninguna de esas creencias”. Advierto que todo esto era solamente una estrategia para cerrar el capítulo, pero la voz parecía haber recibido una capacitación de primer nivel y cuando descubrió que había construido una muralla contra todo agregado positivo, cambió el tono y con voz más afligida me dijo: “Pero no pueden descartarse situaciones adversas, una enfermedad o incapacidad, o quizá una tragedia mayor”. Mi respuesta: “Agradezco la preocupación de su banco y de usted por mi salud y mi trascendencia, pero esté tranquila –era una mujer- tengo seguro de gastos médicos y en caso de que me muera ya no necesitaré el dinero”. No cedió: “¿Pero no ha pensado en su familia, en sus hijos?”. Respondí: “Reitero mi agradecimiento por su preocupación, pero ya les he transmitido a quienes podrían tomar alguna decisión en caso de que falleciera, que no es necesario contratar un velatorio o pagar una cremación, que me sentiré más tranquilo sabiendo que aportaré algo a la formación de mejores médicos para este país, por tanto, pueden donar mi cuerpo a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México”. Ella estaba a punto de agregar otro motivo para aceptar el crédito, pero como no creo en el más allá y lo único que le restaba era ofrecerme un crédito para pagar un lote celestial, simplemente le dije: “Gracias por su tiempo y preocupación” y colgué. En resumen, los bancos nos quieren endeudados: In our debts they trust.


El crédito puede ser un recurso benéfico siempre y cuando esté anclado a un ingreso correspondiente a los compromisos económicos que se adquieren. Sin embargo, las estrategias crediticias están diseñadas de tal manera que acarician lo más profundo de nuestro sistema aspiracional, la estructura y el lenguaje que les acompaña levantan en brazos a nuestro narcisismo hasta que decimos: “Yo quiero, yo puedo” y va el tarjetazo, como Lancelot desenvainando la espada.  Tenemos implantado el chip del progreso, por tanto, asumimos de que el futuro siempre será mejor y por tanto nos creemos capaces de enfrentar los pagos diferidos en los meses subsiguientes, sobre todo cuando son en las fechas cercanas a los fines de año, ya que por los rezagos de las fantasías infantiles, sentimos la certeza de que un simple tránsito de año transformará positivamente nuestra vida, nuestro entorno y nuestra economía.
No todo endeudamiento es patológico, pero quien haya vivido al menos un episodio de endeudamiento compulsivo, quizá tenga que explorar las raíces de dicho evento, pues en cualquier momento se puede repetir. También es importante distinguirlo de las conductas características de los episodios maniacos del trastorno bipolar donde es frecuente que las personas se impliquen en compras desproporcionadas.
Ya lo dijo mi querido Nietzsche en su Genealogía de la Moral, el concepto culpa procede del concepto “tener deuda”, probablemente aún con la tendencia de los habitantes de Occidente a distanciarnos de las religiones, no logramos liberarnos de la idea del “pecado original”, hemos permutado los pecados por las deudas y los confesionarios por los escritorios de los ejecutivos bancarios, hemos cambiado a los padres primigenios del judeocristianismo, Adán y Eva, por los adoptivos Dan y Deba. Esto explicaría porque muchas personas después de una compra grande a crédito no experimentan satisfacción sino aflicción y culpa.
Antes la gente se ponía borracheras de buró (consumir alcohol de manera solitaria en casa), ahora se emborracha por el Buró… de crédito
Termino con un retorno al epígrafe, un fragmento de la canción de Rockdrigo que puede convertirse en la plegaria del endeudado:

¿Dios, qué ha pasado? 
Nada muchacho, sólo eres un asalariado.