domingo, 20 de abril de 2014

Ninfomanía, sobre el malestar de la mujer en el cine de Lars Von Trier


El encuentro con el Vals número 2 de Shostakovich es siempre sorpresivo y agradable, lo recuerdo en una escena de la película de Marleen Gorris basada en la novela de Vladimir Nabokov, La defensa de Luzhin; también encabeza la última película de Stanley Kubrick, ésta basada en una novela de Arthur Schnitzler, Ojos bien cerrados, en la cual el personaje representado por Nicole Kidman baila el vals con un hombre plenamente cosmopolita quien diserta sobre El arte de amar de Ovidio. En las dos, la música de Shostakovich funge como lo que es, un vals, una pieza para bailar en pareja. Sin embargo, en la película Ninfomanía, de Lars Von Trier, la impresión es mayor al sonar el vals, en su primera interpretación acompaña a una escena imaginada por uno de los personajes donde visualiza a la protagonista vestida de colegiala, dando una clase mientras toca sus genitales, y así nos ecualiza con el eje de la película, el de los placeres simultáneos pero no compartidos, el de los placeres solitarios, es un vals para una bailarina sola.
He visto al menos ocho largometrajes de Lars Von Trier, en la mayor parte de ellas ha llamado mi atención un tema recurrente, el malestar de la mujer, particularmente el malestar de la mujer frente al hombre. Sus últimas películas son más explícitas al respecto. Mi lectura de su filme Anticristo es que ubica a la mujer como el anticristo, es más, el cartel original de la película  hace con la última “t” de la palabra Antichrist el reconocido signo del espejo que alude a la mujer. En la tradición cristiana occidental, la mujer representó en muchas ocasiones al demonio, en su expresión de fuerza que separaba a los hombres de Dios. Un ejemplo vivo lo tuvimos en la otrora Nueva España con el Arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas, no sólo por su persecución de sor Juana Inés de la Cruz, sino por su constante agradecimiento a Dios por su alta miopía, la cual le permitía vivir sin ver a las mujeres. La protagonista de Anticristo tiene como tema de tesis las torturas vividas por las mujeres durante las persecuciones religiosas, específicamente en la Inquisición. Tras la muerte de su hijo cae en una profunda melancolía, de la cual su esposo, que es terapeuta cognitivo-conductual, intenta liberarla sin éxito. Este hombre que confía en el orden y su poder persuasivo como fuerzas curativas, va descubriendo que sus planteamientos y métodos se ven superados por el complejo malestar de su esposa. En un momento, se detecta que llegan a un punto de no retorno, uno de los dos tendrá que morir. Resulta interesante descubrir que la escena inicial de Anticristo se repite parcialmente en la película de Ninfomanía, es más, la música es la misma, Lascia ch’io pianga, el aria compuesta por Händel para la ópera Rinaldo. El hijo de la pareja, de aproximadamente dos años, se sale de la cuna y camina, en una hacia una ventana y en otra hacia un balcón, en la primera se lanza al vacío, en la segunda es detenido por el padre, en las dos el descuido tiene como origen un distractor sexual. La  repetición nos hace pensar en la recurrencia que tiene lo que Freud denomina La escena primaria, esto es, el recuerdo tergiversado por la memoria, de la percepción de la sexualidad entre los padres. ¿Un fantasma de Lars Von Trier? Difícil afirmarlo sin su palabra.
En Melancolía, el director nos lleva al círculo más profundo de la depresión femenina, que es muy diferente de la masculina, y con esto no me refiero a sexos, sino a variaciones de melancolía que pueden experimentar tanto mujeres como hombres. No he visto película que represente tan palmariamente la melancolía. Lars Von Trier, parte de un elemento narrativo que le da mayor fuerza a la historia, en medio del festejo de una boda, la novia experimenta una anhedonia que la hunde en la mayor indiferencia ante la supuesta alegría que debería despertarle su consagración social, desde una perspectiva tradicional. Nada puede hacer lo masculino por curar la melancolía femenina, el clamor es hacia la madre fría, frívola o fallecida; pero de cualquier manera ausente. La melancolía es la fuerza destructiva, el lado obscuro de la madre, junto a la cual está la luz de la creación, su poder generador. Cuando la penumbra devora la luz, la creación se desvanece.
Así llegamos a Ninfomanía, cuyo protagónico a cargo de  Charlotte Gainsbourg, da un sentido de continuidad con los largometrajes mencionados, puesto que aparece en los tres, no sólo eso, sino que el tema de los créditos de Ninfomanía es también cantado por ella, es la canción de Hey Joe, originalmente interpretada por Jimmy Hendrix:

Oye Joe,
¿Adónde vas con esa pistola en la mano?
Oye Joe,
Dije ¿A dónde vas con esa pistola en la mano?
Voy a dispararle a mi mujer.
Sabes, la atrapé metiéndose con otro hombre.
Y eso no está bien.

      A través de los dos volúmenes del filme que duran en conjunto 241 minutos, Joe, quien se autodenomina ninfómana, le narra a Seligman, quien se autodenomina asexual, la crónica de su vida sexual. El que escucha, aclara que su apellido de origen judío, significa “El que está feliz”, esto es, felizmente asexual, es uno en un millón, uno de los aproximadamente siete mil que viven en la actualidad. Todo inicia con una madre indiferente, jugadora compulsiva del juego de cartas llamado “Solitario” y un padre poéticamente afectivo, amante de los árboles, conocedor de los detalles de sus hojas. El padre, sosteniendo maternalmente a Joe, se va configurando en una especie de Tiresias, el hombre con mamas, capaz de aportar placer y alimento, de ahí su confusión como objeto de amor y objeto sexual. Acostada sobre un prado, Joe tiene su primer orgasmo a los doce años, no es producto de una estimulación directa, médicamente se explica como una variación de ataque epiléptico, pues además se acompaña de alucinaciones. Desde este momento se plantea el misterio que define las orientaciones sexuales: herencia, educación, identificación, socialización, o todas las anteriores. A los quince años pierde su virginidad con Jerome, en un acto puramente mecánico. A partir de ahí dos ideas impulsarán a Joe en su búsqueda de hombres, la de su poder sexual como mujer y la de llenar con penes todos sus vacíos. En una confrontación con un grupo de adictas al sexo, ella afirma ser diferente, no es adicta, es ninfómana, por lo cual no quiere más, sino quiere todo, lo suyo no es asunto de autoestima, es la persecución del clímax perpetuo, es una mística negativa que asciende a los cielos impulsada por orgasmos.  No existe “un hombre”, todos con quienes tiene relaciones sexuales conforman una sola historia, su búsqueda es la de “El Hombre”, aquél capaz de procurar todos los placeres, el héroe de los mil penes quien puede cubrir todos los vacíos.
     Para Joe, el amor es un estorbo, es la fuente del sentimentalismo y por tanto de culpa. Por eso, los hombres en lo individual no le aportan nada, el día que siente algo similar al amor, la visita la frigidez. Esta incapacidad de vinculación se extiende a su hijo, ha sido atrapada en las redes transgeneracionales, el juego de solitario de su madre lo ha heredado en forma de masturbación solitaria o acompañada, se cumple el dicho de Jacques Lacan, no existe la relación sexual.
      El malestar de la mujer frente al hombre, pareciera ser que mientras para éste el sexo puede ser solamente sexo, pues su búsqueda de lo trascendente la hace por vías menos sensitivas, más intelectualizadas, para la mujer la búsqueda de lo absoluto debe seguir la brújula del cuerpo, por tanto, el placer de la mujer en el sexo se vincula a la búsqueda de lo absoluto y cuando tiene experiencias que la acercan, lanza el ancla de su amor. En el caso de Joe, este encuentro paradójicamente comienza a vislumbrase en su diálogo con Seligman, el asexual que no pretende tener sexo con ella sino escucharla y simbolizar su sexualidad, por tanto, juega un rol de psicoterapeuta a través del filme, pero no cualquiera, sino de un analista junguiano quien retoma de su amplio bagaje cultural eruditas referencias míticas y estéticas, para darle nombre a lo que en Joe es puro goce, puro cuerpo físico. Seligman no la juzga, no la categoriza, no la moraliza, simplemente intenta encontrar en los actos de Joe una expresión de la más alta humanidad. Desde su partida deseante hasta el puerto masoquista, Seligman es la estrella polar que orienta el discurso de Joe. No hablaré del final, es una película tan bien hecha tanto narrativa como visualmente, que la conclusión es simplemente un cierre, no el instante en que todo cobra sentido.
      El filme ha inquietado intensamente, me parece que muchos críticos al verse superados en sus categorías teórico-estéticas, la han señalado como plena de clichés, sin hilo narrativo, sin fuerza en los personajes. Al igual que sucedió con la película de Spider de David Cronenberg, la de Ninfomanía  presenta el malestar de una manera tan directa y explícita que decepciona  a los buscadores de historias con mensaje, particularmente a los críticos que su educación narrativa tuvo como base el melodramatismo telenovelesco o esperan que el cine cumpla con criterios propios de las series norteamericanas para televisión o internet. La maravilla de Lars Von Trier es que sigue haciendo cine, sigue en el experimento y por tanto nos sigue sorprendiendo. Si quiero ver contenidos televisivos mejor evito las salas cinematográficas.
       Por otro lado, es notable el predominio machista de la industria cinematográfica y la crítica. Las mujeres que han visto y comentado la película, en su mayoría la califican como buena, aún con sus cuatro horas de duración. Lars Von Trier incomoda a los hombres al mostrar la predominancia de su automatismo sexual, nos rompe el mito de Don Juan para hacernos patente que  el gran secreto de las mujeres no es su estrategia y potencia sexual sino su discreción. Los hombres,  a quienes nos educaron para identificarnos con el rol del vehículo de placer de las mujeres, nos sorprendemos cuando descubrimos ese otro placer, cuantioso, que las mujeres encuentran al margen de nosotros. El año pasado, ganó la Palma de oro en el Festival de Cannes, la película de Abdellatif Kechiche, La vida de Adèle, una película también conformada con escenas sexuales muy explícitas que nos muestra el esclarecimiento de una adolescente con respecto a su homosexualidad. En el caso de esta historia, que podría ser motivo de otro escrito, el distanciamiento de las protagonistas se da por el temor de una de ellas, la que inicialmente tenía mayor experiencia, del intenso placer que le procura la otra.  Siendo pintora, al parecer su miedo es a quedar tan atrapada en el éxtasis sexual, esto es, que haya tanta luz, que no quede espacio para la obscuridad, la melancolía, la cual es vacío que inspira a la creación.
     Les dejo con la voz de Charlotte Gainsbourg, cantando Hey Joe:

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