Para Ceci Gómez,
con todo cariño en su primera Navidad sin su papá.
Cuando
era niño creía en Dios, dos eran mis ruegos constantes, poder volar y que nadie
querido se muriera. Lo más cercano a volar lo viví hace tres años cuando me
lancé desde un avión junto con un experimentado paracaidista. Por muchos años
creí que mis peticiones habían sido escuchadas porque pasé los veinte años sin
que nadie significativo se muriera, sin embargo, la muerte de mi abuela paterna
abrió una puerta por la que no han cesado de salirse de la vida uno tras otro
de mis seres queridos. Llegué a la conclusión de que no había ningún ser
organizando todo lo existente, sino que somos entidades biológicas con
conciencia, la cual nos lleva a construir todo tipo de creencias para compensar
lo efímero de nuestro lugar en el universo. Esta certeza me atormentó por
varios años, durante los cuales tuve oscilaciones entre la fe y el agnosticismo.
Fue hasta el momento que murió mi muy querido abuelo materno, que tuve una cercanía
estrecha con un cuerpo sin vida, lo cual me develó la inexistencia del alma, al
tomar su mano tan fría supe que él ya no estaba y no estaría nunca más. Junto
con la creencia en el alma, se derruyeron todas mis creencias.
Caídas
las instituciones metafísicas, inició mi lucha con las instituciones sociales,
resultaron ser tan endebles como las otras, quizá porque se sustentan también
en creencias, en la esperanza de un porvenir pleno de luz. Nueva revelación,
todo es una invención, creamos escenografías y personajes, para llamarles
después realidad. Por primera vez visualicé el vacío a un paso de mí, nada
tenía sentido, todo era una ilusión. Apareció entonces el dolor con todo su
poder, así lo supe, el dolor es la única evidencia de nuestro ser en el mundo,
todo lo demás son intentos por paliarlo. Fue así que escribí una tesis sobre el
tema, mi planteamiento era muy específico: el surgimiento de la conciencia, es
la primera afirmación de: “esto me duele”.
De ahí
en adelante cada pérdida, cada malestar, lo acompaño con el pensamiento: “esto
me duele” y así sé que estoy vivo y reconozco lo que me resulta realmente
importante. Es una lógica escandalosa en la era de la Happy Face, pero parafraseando al buen Galileo: “sin embargo, me
mueve”. Sé del gran amor que le tengo a mi hijo, porque me duele profundamente,
cada vez que le escucho reír me estremece el saber que esa maravillosa risa se
perderá en el instante siguiente, conforme lo veo crecer extraño sus edades
previas, en cada ocasión que lo llevo a la escuela por la mañana tenemos un
juego ritual que sé en algún momento se desvanecerá. Para muchos esto puede
constituir una visión pesimista, para mi es la mayor ancla a la vida, vivo
cada momento como único, como irrepetible, como último. La felicidad puede ser
una especie de anestesia existencial, una pérdida del sentido trágico que tiene
toda vida, estar vivos sabiendo (o negando) permanentemente que moriremos.
Sin
creer ya en lo que le dio origen, la Navidad no cesa de dolerme, sus rituales
festivos generan un realce de lo que he perdido, personas a las que abrace y
con las cuales sonreí incontables ocasiones, la fantasía infantil a la espera
de regalos y de un mundo mejor, el sueño de un amor inagotable o la creencia en
una mágica transformación.
En este
momento las notas de O Holy Night cantada
por Celine Dion hacen vibrar mis tímpanos junto con todos mis circuitos
emocionales, la maravillosa voz y la música convocan a la nostalgia, un llanto
seco desborda mi memoria, soy de nuevo el niño ansioso por el dilatado avance
de los minutos en camino a la noche buena, impaciente en una misa eterna, rodeado
por el delicioso frío anunciando una bóveda celeste despejada con los pocos
destellos que nos permitían ver el reflejo y la contaminación de nuestra ciudad,
ropas de fiesta por doquier y una atmósfera de paz que no se extendería más
allá de la madrugada. Luego un largo recorrido hasta el lindero sur de la
metrópoli, en dirección a ese oasis separado del mundo que era de la casa de
mis tíos, donde convergía una legión de familiares. Abrazos, sonrisas, juegos,
comida y una tradición heredada de nuestros ancestros sinaloenses, Santa Claus
como invitado VIP; en realidad un tío disfrazado siempre con unos lentes al
estilo Jackie Kennedy para ocultar el área libre dejada por las barbas. Al fin,
el momento esperado, el ritual de los regalos, rostros infantiles fascinados,
rostros infantiles decepcionados, rostros infantiles envidiosos, Santa Claus no
siempre era democrático. Todo acababa con nuevos abrazos y la promesa de volver
al recalentado.
Pero como dijo el buen Bob Dylan, los tiempos están cambiando, no sólo se diluyeron la
inocencia y la ilusión, sino también la esperanza. Sin lugar a dudas el único
villancico posible en México este año será: Noche
sin paz, noche de horror, todo muere en derredor, entre los narcos pidiendo su
buz, viene anunciando la fosa común, brillan las balas del sur, brillan los
gestos de horror… Y esto me duele.
En
este escenario mi confianza se asienta en las personas, en cada voluntad que
opta por la no-violencia y en re-dirigir sus impulsos de sobrevivencia por una
vía más inteligente, la del bien común y la buena convivencia. Los
sentimentalismos me generan sospecha, son pasiones inútiles, sólo en el
entrecruzamiento entre la emoción y la razón encontraremos lo propiamente
humano. Me sumo así a las palabras del gran poeta inglés, Henry Howard:
La
buena vida es para mi…
sabiduría
y simplicidad,
saber
dormir sin ansiedad.
Ese es mi deseo para
todos en estas fiestas, una buena vida, sabia, simple y con ansiedades
moderadas. Pero como diría el canto mariachi, dependerá de Si nos dejan…
La vida es dolor, pero también bienestar. Sin el conocimiento de uno, el otro sería inasequible.
ResponderEliminarEs cierto, sin embargo, para el bienestar no hay una señal tan precisa, hay personas que tienen cubiertas todas sus necesidades, en ocasiones de manera excedente y sin embargo no experimentan bienestar, se sienten deprimidos, incompletos o frustrados. Sin embargo, el dolor es una manifestación que no deja lugar a dudas, hay diferentes maneras de afrontarlo, pero nadie duda cuando tiene un dolor.
ResponderEliminarYo aún creo en la Navidad y en la venida del niño Jesús, como una esperanza para toda la humanidad, a pesra de la actual cultura de la muerte existe también la cultura de la vida desesperanza. Un beso. Tichi.
ResponderEliminarTichi: Al paso de los años he moderado mis ideales, en la actualidad me sentiría reconfortado con una cultura de la confianza, aunque sigue siendo un ideal. Un abrazo
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