No hay
mejor momento para ir al supermercado que el domingo muy temprano, la poca
afluencia de clientes permite hacer las compras pausadamente rápido, da tiempo
de buscar en un corto lapso de tiempo. Si voy con mi hijo este horario duplica
su pertinencia, la incontable oferta le lleva a un despliegue de curiosidad y
posibilidades lúdicas que me obliga a estar en dos focos de atención de manera
simultánea, además le gusta ir parado frente a mí sobre el tubo trasero del
carrito, pareciera que estamos en camino de una gran faena, padre e hijo en
busca de la marca perdida. Con más visitantes esta misma actividad se convierte
en un evento arduo, el tráfico de carritos, las personas que se quedan
meditando largos minutos frente a un estante como esperando una revelación
divina, los que van en grupo y como marchistas cierran los pasillos, por si
algo faltara se suma la persona de limpieza haciendo su recorrido con la
máquina pulidora y al final la larga fila en la caja, en la que se cumple el
objetivo de los diseñadores de espacios de los supermercados al llenar de
dulces y objetos atractivos para niños el área de cajas, de tal manera que
cuando nos llega el turno de colocar las cosas en la banda, ya se agregaron varios
productos que no había contemplado, pero que tampoco puedo negar a mi hijo como
reconocimiento a su paciencia. En conclusión, es más rápido, menos estresante y
más económico hacer las compras el domingo por la mañana.
La
visita dominical al supermercado inspiró el segundo punto que mi hijo colocó en
esto que él denominó el fin de semana que acaba de concluir, su “Mini-agenda”,
el primer punto creo que no deja lugar a dudas, bañarse. Los puntos finales los
fue completando al retorno de nuestras compras. Tenía que guardar las cosas y
lavar cubiertos, vasos y vajilla; él con algo de impaciencia escribió en su
programación: “esperar a papá”, primero estuvo paseando alrededor, luego se
paró cerca de mí con la intención de ayudar, pero tengo la costumbre de lavar
con agua muy caliente por lo que le propuse acompañarme pero sin acercarse a la
caída del agua, tras varios minutos optó por recurrir a su “Mini-agenda” y
apuntar: “sentarse”, lo cual cumplió con gran rigor. Cuando salí de la cocina
lo encontré sentado en una silla del comedor muy derechito y rostro inmaculado,
eso sí, al verme perdió toda su compostura y me dijo: “¿Ya?”, le respondí
afirmativamente.
Conforme
lo veo crecer siento que estos instantes se desvanecen de manera inevitable, cuando lo observé en
la silla tan sosegado lo imaginé en unos años en plena adolescencia no sentado
en una silla, sino echado en un sillón imperturbable ante mi presencia, pero si
preguntando: “¿Ya?”; pero en otro tono, ya no como manifestando su
reproche-agrado por la conclusión de mis labores, sino en tono de “¿Ya vienes a
molestar?”. Es un hecho que los puntos de encuentro serán otros, en definitiva
el supermercado no será uno de ellos.
Pero
esa añoranza pasa pronto, desde que nació hemos podido crear nuestras propias coreografías
relacionales y siempre he sentido que el momento que estamos viviendo en el
presente es el mejor.
El
mismo domingo en la noche, mientras él veía con grandes carcajadas su colección
de videos de Bob Esponja, yo estaba a su lado escribiendo y escuchando una y otra vez la canción de Yellow del grupo Coldplay que la película Boyhood me trajo del pasado. Pero esa noche la primera frase me
resonó con gran fuerza: “Mira las estrellas. Mira como brillan por ti y todo lo
que haces”. Sólo que la descontextualicé del contenido total de la canción para
dedicársela a él, quien hace que cada momento tenga un brillo intenso, así que
escribí también una “Mini-agenda”:
•
Ver
con él Bob Esponja, para reír juntos.
•
Recordarle
que las estrellas brillan por él y todo lo que hace.
•
Abrazarlo
antes de dormir.
•
Dormir.
La
“Mini-agenda” elaborada por mi hijo me hace pensar que cada día podríamos
disfrutar de un encanto similar, al margen de la agenda laboral abrir un
apartado denominado “Mini-agenda”, que correspondería a una programación
introspectiva y afectiva de nuestra jornada.
La
universidad donde doy clases tiene unos jardines espléndidos, cada mañana me
doy el tiempo no sólo para observarlos sino para olerlos y sentir ese
maravilloso frío que corre entre sus árboles, saludo a las personas encargadas de la jardinería y de
limpieza y hago una visita casi litúrgica a la biblioteca donde saludo al buen
Juan Manuel, el bibliotecario del turno matutino que todos los días me recibe
con una sonrisa y una frase amable. Leo o trabajo un rato antes de iniciar las
clases. Previo a esto, varios días de la semana llevo a mi hijo a la escuela,
escuchamos de camino a Toño Esquinca y su propuesta musical, que no es mi mayor
placer, pero a él le gusta. Antes de llegar a la escuela nos estacionamos un
momento para platicar y seguir un ritual lúdico de ponerle en la cara
bloqueador solar. Ya en la universidad, camino al aula o al salir de ellas
disfruto de una breve plática con alguna o algún colega o docente de otra área,
también charlo con las personas encargadas del préstamo de equipo y salas de
video. Al llegar al consultorio saludo al vigilante del edificio y preparo un
aromático café de grano colombiano que me acompaña a mí y a los padres de mis
pacientes niños y adolescentes, durante la tarde. En fin, el día está
construido por una sucesión de instantes que en conjunto conforman mi “Mini-agenda” y sin los cuales la rutina
podría engullirme.
Aunque suelo estar ocupado, he procurado hacerlo a un ritmo slow life, esto es darle su tiempo a
cada etapa del día y a cada actividad, por ejemplo, considero un momento especial el tiempo de la comida, me gusta prepararme mis propios alimentos mientras
escucho documentales de youtube y comer viendo series de Netflix en mi
computadora, en este momento estoy en la segunda temporada de Breaking Bad. En muchas ocasiones para
esto cuento sólo con una hora, pero hace la diferencia en la conexión entre la
jornada de la mañana-mediodía y la tarde-noche.
Aún así hay días difíciles, pero lo que les da el sentido al final,
es la “Mini-agenda”, escribir mensajes a personas significativas y dedicar un
buen tiempo a la lectura antes de dormir. El encanto de lo cotidiano está en la
“Mini-agenda”, en la programada y en la espontánea, al concluir cada jornada en
el consultorio hago un recuento de las sesiones, tomo nota de los aspectos más
significativos y hago un ejercicio crítico de mis intervenciones. Considero
importante, dentro de lo posible,
no aplazar la elaboración de los aconteceres clínicos.
El encanto de lo cotidiano es hacer de un acto aparentemente
irrelevante, como la “Mini-agenda”, un motivo para una reflexión existencial.
Gracias totales, como decía el gran Gustavo Cerati, al niño que inspiró este
escrito.