miércoles, 25 de marzo de 2015

Consummatum est: Morir sin arrepentimientos


Por el amor que no tuvieron mis ancestros
y me heredaron como causa de deseo,
deseo de crear,
deseo de sanar,
deseo de vivir,
deseo de amar.

Desde el fondo de la tierra
más allá de la existencia,flotan almas solas,
todas crucificadas.
Hombres y mujeres lloran
por un amor que nunca tuvieron

Saúl Hernández (Caifanes), La llorona

                       
La muerte es fría, un cadáver expulsa todo calor rodeándose de un halo gélido, su rostro contraído es expresión radical de la ausencia de posibilidad, sus labios purpúreos susurran serena o angustiosamente: “lo hecho, hecho está”, la clausura de sus ojos cercena el lazo primordial de los vínculos. Respirar esta glacial brisa por meses borró de mí todo apego a los restos físicos humanos, nada de la persona permanece ahí, experimentar asfixia por la concentración de últimos alientos fue señal suficiente de que mi vocación no era el acompañamiento de moribundos, por lo que hace varios años dejé mi trabajo de apoyo psicológico en el área de terapia intensiva de un reconocido hospital. Como Caín, salí de ahí con una marca, la evidencia del arribo incierto de la muerte. Al paso del tiempo, esa experiencia me llevó a la convicción que cada día de mi vida debía concluirlo sin dejar pendientes existenciales, de esta manera cuando llegue la muerte podré decirle de frente aquella mítica frase atribuida por la tradición a los labios del Jesucristo crucificado: Consummatum est (Todo está cumplido).
Lograr lo anterior implica preguntarse cada noche si uno guarda algún arrepentimiento y si es así, cómo puede superarlo. En general, las personas vivimos aplazando los pendientes existenciales, lo cual explica la gran cantidad de enfermos terminales y moribundos que desean regresar en el tiempo para vivir de otra manera. En 2011, Broonie Ware, una enfermera experta en cuidados paliativos y enfermos terminales de origen australino, puso a la luz pública la sistematización de “confesiones honestas y francas de personas en sus lechos de muerte” recolectadas a través de los años entre sus pacientes. Regrets of the dying es el título de su libro cuyo contenido se diseminó por internet, las redes sociales y los medios de comunicación. Como ella misma menciona: "Encontré una lista grande de arrepentimientos, pero en el libro traté de centrarme en los cinco más comunes". Los cinco arrepentimientos son los siguientes:

1- Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera.
2- Ojalá no hubiera trabajado tanto.
3- Hubiera deseado tener el coraje de expresar lo que realmente sentía.
4- Habría querido volver a tener contacto con mis amigos.
5- Me hubiera gustado ser más feliz.

Como sucede con este tipo de contenidos, impactan intensamente pero de manera breve. En la actualidad, a las personas les gusta ser “movidas” por estas síntesis más no se detienen en una reflexión profunda sobre sus mensajes implícitos. 
La misma autora señala un aspecto muy interesante, los cinco arrepentimientos se refieren a lo no hecho, esto parece un asunto de época, el mayor “pecado” es no vivir, en otras etapas históricas el arrepentimiento solía asociarse a las acciones que comprometían el tránsito a un espacio de trascendencia, a lo hecho, particularmente a lo hecho mal y al daño a otros. ¿Por qué precisamente en la era con la mayor posibilidad de bienestar –al menos en países como Australia-  los mayores arrepentimientos se refieren a lo que no se hizo? Al parecer la idea de felicidad más que traer confort se está convirtiendo en una pesada carga imperativa: Sufro por que no soy feliz, me arrepiento por no ser feliz. Quizá sería conveniente revertir el orden de los arrepentimientos:

1. Quítese de la cabeza la idea de la felicidad.
2.  Si quiere ver a sus amigos, búsquelos, estamos en la era de las telecomunicaciones.
3. Diga lo que siente, esto se facilita si también tiene la apertura para escuchar lo que otros sienten.
4. El trabajo por sí mismo no es el problema, pero una pregunta básica es: ¿para qué trabajo? Al responder esta pregunta es probable que encuentre respuesta a otras preguntas como: ¿cuánto tengo que trabajar?, ¿hasta cuando trabajaré?, ¿dónde quiero trabajar?, etcétera.
5. El filósofo Edmund Husserl afirmaba que la base de la objetividad es la intersubjetividad.Esto puede sonar paradójico, pero, en resumen, lo que nos quería transmitir es que solamente contrastando nuestras percepciones con los demás podemos arribar a una perspectiva objetiva. En la actualidad aspiramos a ser nosotros mismos y no dejarnos influir por los demás. Fungiré como destructor de ilusiones narcisistas, eso no es posible, es más, la idea de querer ser “nosotros mismos” ya lleva incluida la idea del otro. Nuestra condición es intersubjetiva y de alguna manera siempre hacemos lo que alguien espera, nos arrepintamos o no de ello.

     El otro día escuché en un programa la afirmación contundente de una conductora: “El amor de tu vida, debes ser tú mismo”. Me pareció muy deprimente, la verdadera intensidad del amor, su gloria y su drama, es que hay otro, la propuesta de esta persona se acerca al delirio solipsista, un alarde de los placeres autoeróticos. Lo cual se acerca mucho a los arrepentimientos registrados por Ware, parecieran gritos desesperados: ¿Por qué no fui Yo? ¿por qué no me besé más a mi mismo? Es triste lo que diré, pero las enfermedades demenciales como el Alzheimer lo prueban, lo que denominamos “Yo” es pura memoria, se acaba la memoria y se acaba el “Yo”. Así que una vida dedicada sólo a coleccionar vivencias, puede concluir de manera catastrófica con el olvido de todo. Nuestro ser atraviesa la memoria, al “Yo”, las funciones mentales no son nuestro ser, aunque tengamos la tendencia a equipararlas. Son numerosas las ocasiones en que el ser muere mucho tiempo después que el “Yo”.
Hay quienes consideran la escritura como un medio para la trascendencia, mi perspectiva es inmanente, mi escritura es una invitación a la interlocución, es un acto intersubjetivo a través del cual pretendo llegar al dato objetivo más importante, saber que estoy aquí y que a diario co-creo con ustedes esto que llamamos vida.




jueves, 19 de marzo de 2015

House of Cards: La cura contra el optimismo

      Hay amaneceres en los cuales siento rebozar mi corazón de esperanza y confianza por la humanidad y su devenir. Mi creencia en la bondad humana eleva su señal como si fuera un dispositivo recibiendo una señal total de Wi-Fi. Salgo a la calle y sonrío, tarareo esa vieja canción residuo de mis memorias infantiles: “Viva la gente”. En esas mañanas hasta en el tráfico encuentro señales de sentido existencial, lo percibo como una oportunidad para la reflexión y el encuentro conmigo mismo, aplico todos aquellos recursos definidos por el filósofo alemán Peter Sloterdijk como antropotécnicos, confío en la posibilidad de transformación de la condición humana y la búsqueda del bien común y la convivencialidad positiva.  Así transcurren las horas, hasta que llega el mediodía y durante la comida pongo en mi pantalla (ahora las pantallas son personales, así que hay que enfatizar la conquista individual de este territorio), un capítulo de la tercera temporada de la serie House of Cards. De esta manera se diluye todo mi optimismo y todos los sentimientos positivos experimentados me resultan sumamente sospechosos. En un instante tengo la certeza de que la expectativa y búsqueda de la bondad humana es el consuelo de todos aquellos quienes no detentamos el poder, esto me hace recordar porque en la encrucijada de la especialización psicoterapéutica, decidí orientarme por el psicoanálisis, la cruda visión del ser humano propuesta por Sigmund Freud, es la más congruente con los hechos humanos, mientras que la gran mayoría de las perspectivas “psi” se sustentan en ideas sobre lo que “deberían” hacer los seres humanos. House of Cards también me hace recordar aquella interesante, inquietante y polémica investigación, realizada por el psicólogo Philip Zimbardo, que integró en su libro El efecto Lucifer. En 1971 este autor creó una simulación de una cárcel en la Universidad Stanford, asignó a los participantes voluntarios roles de presos y custodios. Aún sabiendo todos que era una simulación, la situación se salió de control y se creó un sistema de poder que inició prácticas de coacción y tortura. La conclusión fue que bajo ciertas circunstancias, todos los seres humanos somos susceptibles a ejercer la crueldad. Esto se agudiza cuando se tienen atribuciones de poder, por tanto, el señalamiento no es hacia las malas prácticas del poder, sino al poder mismo. Por tanto, si alguien quiere “ser bueno”, aléjese del poder.
       Francis Joseph (como el emperador austriaco) "Frank" Underwood, el ficticio presidente de Estados Unidos que ascendió por la renuncia del presidente previo sin pasar por el escrutinio de los votos, integra en su persona y su comportamiento un mosaico en el que se dan cita Sun Tzu, Maquiavelo, Hobbes, Macbeth (con todo y su Lady), entre otros. Ya en territorios shakesperianos cabe la referencia a Ricardo III, obra de la cual los productores de esta serie retoman el recurso de que el protagonista monologue con el público y le comparta sus pensamientos más obscuros, esto crea en el espectador la sensación de estar compartiendo los secretos del poderoso, se hace cómplice y eleva su autoestima al creer que está entendiendo los complejos hilos que mueven la política de la gran potencia y de la política internacional; es un invitado privilegiado en la Oficina Oval y hasta en la recámara misma del presidente.  
       Resulta interesante hacer el cruce analítico entre diferentes series que abordan el tema de los gobiernos y el poder: The Tudors, The Borgias, Vikings, Marco Polo o Game of Thrones. De todas ellas, incluyendo la que hoy nos ocupa, concluyo que el poder es un sistema cerrado que se autogenera y autodinamiza, este sistema coloca una barrera grande con el resto del entorno a tal punto que decisiones que afectan a miles o millones (dependiendo la época), se toman en una oficina o una sala como si fueran los dioses del Olimpo moviendo las piezas del tablero humano. Todo funciona bajo el presupuesto de que el mal menor  justifica el bien mayor, por tanto, la persona desaparece y quedan solamente funciones que pueden ser fácilmente cubiertas entre los mismos miembros del sistema cerrado. La vida y la muerte no son temas ontológicos sino pragmáticos, el capital común es manipulado como si del juego de Monopoly se tratara, con gran ligereza y en beneficio del sistema mismo. Muchos más son los puntos que podrían señalarse, pero lo que más me inquieta del tema del poder es la siguiente interrogante: ¿Por qué los seres humanos tenemos la necesidad de concentrar en una sola persona o en unas cuantas personas la administración de nuestra vida común? En la actualidad podría pensarse que tras la caída de la metafísica como organizador social en el siglo XIX,  los Estados cubren las atribuciones otorgadas previamente a los dioses, y por tanto, quienes encabezan esos Estados son los dioses mayores. Pero ¿antes de esta época? Quizá nuestro cerebro sólo nos permite pensar el Todo si tenemos como referente el Uno, esto es, necesitamos un referente único para a partir de él intentar organizar la complejidad de nuestras comunidades, como si pensáramos a modo de organigrama. También retorna el multicitado cuestionamiento de Leibniz: “¿por qué hay algo en vez de nada?”. Claro que él lo aplica a la naturaleza o al universo, pero puede plantearse con el poder: ¿por qué hay poder en vez de nada?  Con esto no pretendo hacer un manifiesto del “encapuchado”, estereotipo del anarquista que ya se mundializó, en México creíamos que era un producto nacional, pero el día de ayer en Frankfurt, durante la inauguración del Banco Central Europeo, hubo varios encapuchados de varias nacionalidades protestando en los alrededores. No va por ahí, a mí me gusta respirar libremente, sólo que ante tantas réplicas a través de la historia hacia el poder, me pregunto ¿para qué? Y a esta pregunta agrego otra: ¿por qué aún con esto, tantas personas aspiran al poder o pretenden combatir al poder con poder? Frases como: “Voten por mí y yo acabaré con los poderosos”, me llevan a la pregunta: ¿la persona que la enuncia se suicidará si gana el puesto de poder para cumplir su promesa de campaña?
        En realidad no le veo salida a este problema, lo que nos muestra sin piedad la serie House of Cards es que el poder se mueve pero no se agota y que cualquier confrontación con el poder genera más poder. A la prensa se le denomina el cuarto poder (tras el ejecutivo, el legislativo y el judicial), a los medios de comunicación el quinto poder y a las redes sociales el sexto poder. Las variedades del poder ya están por alcanzar al de las artes.
La posición radical ante el poder es el silencio y no temer a la muerte, ni a la propia ni a la de otros. Pero esto es complicado, por tanto, hay que buscar alternativas menos efectivas pero más asequibles. Lo primero es alejarse del poder, esto no quiere decir que las irradiaciones del poder no nos tocarán, es más nos pueden enfermar y aniquilar, pero a mayor cercanía el riesgo es mayor, como la radioactividad. Otro aspecto relevante es no reproducir en nuestro grupo lo que denunciamos en los poderosos, como el sujeto que tras participar en una marcha contra los abusos del gobierno llega a su casa exigiéndole a la esposa que le sirva de cenar y le destape una cerveza, o somete a sus hijos a un clima de terror. Esto se parece a quienes apoyan la lucha contra el narcotráfico y se oponen a la legalización de las drogas, pero las consumen. Lo otro es replantearnos nuestros conceptos, hay quienes señalan a los poderosos pero promueven el “empoderamiento” de los vulnerables, esto coincide con lo que mencionaba anteriormente, es querer confrontar el poder con poder. La debilidad de este planteamiento es pensar que si esos vulnerables alcanzan el poder harán las cosas mejor. Como lo plantea Tolkien en el El Hobbit  y El Señor de los anillos, sólo un ser excepcional puede resistir la seductora fuerza del poder, casi todos pensamos que podemos ser el Bilbo o el Frodo de nuestra época, pero lo cierto es que lo creemos porque en realidad no tenemos poder. En fin, considero que nuestra mayor responsabilidad es con nuestro entorno inmediato, con las personas con las que convivimos cotidianamente, con las acciones que emprendemos en nuestra “parcela” existencial. Internet nos crea la ilusión de que podemos incidir de manera global, lo cierto es que gran parte de las producciones en la red son consultadas por un grupo muy pequeño o en casos muy dramáticos por nadie, salvo el creador mismo. Basta con que los usuarios de redes sociales reflexionen sobre cuantos comentarios, likes o reenvíos generan sus publicaciones. En general son muy pocas y suelen ser por parte de las mismas personas.
House of Cards es una gran historia, a cada espectador le despierta ideas y sentimientos muy particulares, como sujeto de análisis Frank Underwood me parece apasionante, pero no me llega a entusiasmar su vida. Esto puede sonar como el consuelo del ciudadano común, pero responderé como lo hice a un amigo que hace muchos años me preguntó: “¿entonces que harías tú si fueras político?”, mi respuesta fue: “Nada, porque jamás haré nada para ser político”.
 



domingo, 8 de marzo de 2015

Hombres sin mujeres: la soledad de lo masculino según Murakami

Un buen día, de repente, te conviertes en un hombre sin mujer…Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte… Y una vez convertido en un hombre sin mujer, el color de la soledad va tiñendo hasta lo más hondo de tu cuerpo… Y en ocasiones perder a una mujer supone perderlas a todas.

Haruki Murakami, Hombres sin mujeres


Un psicótico, un delincuente (al menos eso parece), un asexual, un viudo, un don Juan, un discapacitado y un nostálgico. Siete personajes que podrían ser uno mismo en diferentes etapas de la vida, todos hombres, todos vinculados con una mujer a la que aman, todos influidos por ese “órgano independiente especialmente diseñado para mentir” con el que, según el Dr. Tokai (apellido que en castellano se presta para un buen albur), nacen todas las mujeres.
De nuevo Murakami, con cuya obra tengo una relación compleja, en momentos me parece muy banal, pero no puedo dejar de leerlo y al final descubro que acaba de abordar otro gran tema de nuestra época. En su último libro, el cual arribó a las librerías mexicanas apenas la semana pasada, Hombres sin mujeres,  el autor nos comparte siete relatos sobre hombres solos, lo cual no implica la falta de parejas sexuales sino de una compañera cómplice de un amor exclusivo. Lo que en momentos parecieran arrebatos sentimentalistas de Murakami, posteriormente develan un hecho casi inobjetable, la equidad de género ha conquistado el terreno de la infidelidad, con la peculiar diferencia de que mientras en los hombres es motivo de ostentación en las mujeres predomina las discrecionalidad. El tema no es nuevo en la literatura, los clásicos franceses y rusos ya dieron cuenta de ello, ahí están Madame Bovary  y Ana Karenina, lo que cambia es el abordaje, en las novelas decimonónicas se impone la perspectiva androcéntrica y la mujer infiel sufre un castigo, en las narraciones de Murakami sucede algo muy diferente, la infidelidad empodera a las mujeres, ante lo cual los hombres se quedan como dice Kino, uno de los personajes, tan sólo con “una herida y muy profunda”.  La masculinidad tradicional se ha resquebrajado, lo cual abre nuevos e interesantes horizontes de vinculación entre los géneros, sin embargo, en este momento de transición los hombres apenas estamos construyendo nuevos puntos de apoyo, de ahí que para muchos la pérdida de la mujer amada sea la pérdida total de sentido y una marca permanente de abandono.
Haré algunos comentarios a partir de algunas frases de los relatos de este libro.
·  Una vez que te metes en el papel, es complicado encontrar la ocasión oportuna para dejarlo. Quizá este sea el punto de quiebre de toda pareja, asumir un rol bajo la premisa de su perpetuidad, como si através del tiempo fuéramos los mismos. El argumento más recurrente de la infidelidad se sustenta en el hartazgo de “más de lo mismo”.  Esto tampoco implica que cada mañana se experimente una transformación, eso al paso de los días sería en sí mismo una rutina. Se trata de la espontaneidad y de actualizar el deseo, tiene sus riesgos, pero es menos tedioso.
·  No conseguía quitarme de la cabeza la imagen de mi mujer en brazos de otro hombre. Siempre reaparecía…. Yo creía que con el paso del tiempo acabaría desapareciendo. Pero no fue así. Al contrario, su presencia se volvió más intensa que antes. Necesitaba espantarlo. Y para eso tenía que eliminar esa especie de rabia que sentía en mí. El hombre celoso o al que le han sido infiel, suele quedar atrapado en el pensamiento rumiante. Trae una y otra vez la imagen dolorosa, sea testimonial o imaginada. Cuestionan su representación de si mismos; infravaloran sus habilidades sexuales y se  inhiben o buscan conductas compensatorias; rastrean información sobre “el otro” para encontrar sus fallas y predecir el fracaso de la nueva relación; esperan, como Flaubert o Tolstói  el castigo de la aún amada. El motor de todo esto es la ira, es la incapacidad de pensarse “engañado”, nos educan como machos alfa y no sabemos que hacer en la ubicación beta. La única manera de liberar estas imágenes, es dejar fluir el enojo y aprender para el futuro que el enamoramiento no es garantía de exclusividad, sino solamente de que se está enamorado, y esto, mientras no se demuestre lo contario.
· Existen una clase de personas que, debido a una excesiva despreocupación, a sus pocos desvelos, se ven obligadas a llevar una vida sorprendentemente artificiosa… Para poder ser fieles a sí mismas (por decirlo así) en el mundo torcido y complejo que las rodea, estas personas necesitan entregarse a una serie de operaciones de ajuste, aunque, por lo general, ellas mismas ni siquiera se dan cuenta de las penosas artimañas a las que tienen que recurrir para sobrevivir. Este fragmento se refiere al     Dr. Tokai, que cómo su apellido lo dice, al menos en castellano, lo suyo es tocar ahí, es cirujano plástico y don Juan. Es un personaje paradigmático, aquel que sabe que el enamoramiento es la perdición del amante ocasional, su secreto es una mezcla de sosiego, paciencia, diversificación, discreción y… dinero para financiar el misterio. Lo suyo son las mujeres casadas o que ya han encontrado al “amor de su vida”, aún así “alrededor de un tercio de las mujeres que contraían felizmente el sagrado matrimonio lo llamaban de nuevo por teléfono al cabo de unos años”. Lo anterior da cuenta de que quizá el matrimonio fiel sea una misión imposible para la tercera parte de la humanidad. Es probable que para muchas personas, hombres y mujeres, la única manera de sobrevivir un matrimonio sea a condición de poder escapar en ocasiones por la ventana de la infidelidad. Aún con la disciplina y artilugios del Dr. Tokai “un buen día, quién iba a imaginárselo, se enamoró perdidamente. Como un astuto zorro que por descuido cae en la trampa”, y así comenzó su caída, que es una historia que convulsiona el corazón pero que me reservo para dejárselos como aliciente para leer el libro.
·  No dejó la empresa porque se sintiera insatisfecho con su trabajo, sino por un imprevisto problema conyugal: se enteró de que el compañero de trabajo con quien mejor se llevaba mantenía relaciones con su esposa. En general, la infidelidad de los hombres es impulsada por sus genitales, la de las mujeres por su corazón, ya sea en su modalidad de amor, desamor o venganza. Muchas infidelidades de los hombres no tienen una historia sino sólo una circunstancia, es difícil encontrar una infidelidad de mujeres sin una narrativa.  De ahí que en el caso de Kino, que su esposa haya terminado en un romance con el que podría denominarse su mejor amigo, no es una historia extraordinaria. En primer lugar porque gran parte de nuestras amistades constituyen fragmentos compensatorios de nuestra personalidad y en ocasiones esas compensaciones resultan ser más interesantes que nosotros mismos.  Ante eso, lo único que queda decir es: “te quedas con la mejor parte de lo que no soy”.
·  Lo que quiero decir es que M era la chica de quien debí enamorarme cuando tenía catorce años. Pero en realidad fue mucho más tarde cuando me enamoré de ella y, para entonces, ella (por desgracia) ya no tenía catorce años.  Nos equivocamos en el momento de conocernos. Como quien confunde el día de una cita. La hora y el lugar eran correctos. Pero no la fecha.  Esta cita es maravillosa, profunda y, a mi parecer, cierta. Mi muy admirado Peter Blos, ese gran psicoanalista que logró entender la adolescencia con tal claridad que tras cinco décadas de la publicación  de su obra monumental Psicoanálisis de la adolescencia, buena parte de sus postulados siguen siendo vigentes, en particular su propuesta de etapas de la adolescencia. El buen Blos, planteó en aquel clásico que la adolescencia media, que podría circunscribirse al periodo entre los 15 y 18 años, es la única edad en la que realmente experimentamos el enamoramiento. Coincido con él, tras esa etapa vamos siempre tras la repetición de esa enajenación romántica con poco éxito y altas posibilidades de ridículo y frustración. Para sintonizarme, en estos momentos elijo de mi musiteca la canción “She’s a rainbow” de The Rolling Stones, cada vez que la escucho pienso “cómo me gustaría dedicarle a alguien esta canción”, pero de forma inmediata me parece completamente ridículo y siento profundamente no haberla escuchado durante mi adolescencia para poderla dedicar sin reparos. Murakami propone los catorce años, quizá siguiendo el cliché aristotélico de dividir la vida en periodos de siete años. En realidad la edad psicológica no necesariamente coincide con la cronológica, por lo que habría que hablar más bien de esa etapa con mucha hormona y poca conciencia del ser en el mundo.


Aún con el toque dramático que le da Murakami al tema, pues en cuestiones de amor él es de la vieja escuela, creo que esta temática nos aporta a los hombres un motivo de reflexión de primer orden. Desde los brazos maternos, pasamos de brazos en brazos de mujeres que nos “cuidan” y “regulan” nuestra dicotomía intelecto-emocional. Mi pregunta es ¿para qué? Si vamos a vincularnos hagámoslo desde otro lugar, de otra manera tan sólo reproduciremos ad absurdum una coreografía relacional que nos despoja imperceptible pero  continuamente de nuestro ser y nuestro tiempo. Mi enhorabuena a quienes deseen hacer de su vida una oda a la separación-individuación. Mi respeto a quienes perciban su vida como el gran bloque de mármol al que hay que dar forma día con día y del que nunca se conoce su resultado final.