Hay amaneceres en los cuales siento rebozar mi corazón de esperanza
y confianza por la humanidad y su devenir. Mi creencia en la bondad humana
eleva su señal como si fuera un dispositivo recibiendo una señal total de
Wi-Fi. Salgo a la calle y sonrío, tarareo esa vieja canción residuo de mis
memorias infantiles: “Viva la gente”. En esas mañanas hasta en el tráfico
encuentro señales de sentido existencial, lo percibo como una oportunidad para
la reflexión y el encuentro conmigo mismo, aplico todos aquellos recursos
definidos por el filósofo alemán Peter Sloterdijk como antropotécnicos, confío
en la posibilidad de transformación de la condición humana y la búsqueda del
bien común y la convivencialidad positiva. Así transcurren las horas, hasta que llega el mediodía y
durante la comida pongo en mi pantalla (ahora las pantallas son personales, así
que hay que enfatizar la conquista individual de este territorio), un capítulo
de la tercera temporada de la serie House
of Cards. De esta manera se diluye todo mi optimismo y todos los
sentimientos positivos experimentados me resultan sumamente sospechosos. En un
instante tengo la certeza de que la expectativa y búsqueda de la bondad humana
es el consuelo de todos aquellos quienes no detentamos el poder, esto me
hace recordar porque en la encrucijada de la especialización psicoterapéutica,
decidí orientarme por el psicoanálisis, la cruda visión del ser humano
propuesta por Sigmund Freud, es la más congruente con los hechos humanos,
mientras que la gran mayoría de las perspectivas “psi” se sustentan en ideas
sobre lo que “deberían” hacer los seres humanos. House of Cards también me hace recordar aquella interesante,
inquietante y polémica investigación, realizada por el psicólogo Philip
Zimbardo, que integró en su libro El
efecto Lucifer. En 1971 este autor creó una simulación de una cárcel en la
Universidad Stanford, asignó a los participantes voluntarios roles de presos y
custodios. Aún sabiendo todos que era una simulación, la situación se salió de
control y se creó un sistema de poder que inició prácticas de coacción y
tortura. La conclusión fue que bajo ciertas circunstancias, todos los seres
humanos somos susceptibles a ejercer la crueldad. Esto se agudiza cuando se
tienen atribuciones de poder, por tanto, el señalamiento no es hacia las malas
prácticas del poder, sino al poder mismo. Por tanto, si alguien quiere “ser
bueno”, aléjese del poder.
Francis Joseph (como el emperador austriaco) "Frank" Underwood, el ficticio presidente de Estados Unidos que
ascendió por la renuncia del presidente previo sin pasar por el escrutinio de
los votos, integra en su persona y su comportamiento un mosaico en el que se
dan cita Sun Tzu, Maquiavelo, Hobbes, Macbeth (con todo y su Lady), entre
otros. Ya en territorios shakesperianos cabe la referencia a Ricardo III, obra de la cual los
productores de esta serie retoman el recurso de que el protagonista monologue
con el público y le comparta sus pensamientos más obscuros, esto crea en el
espectador la sensación de estar compartiendo los secretos del poderoso, se
hace cómplice y eleva su autoestima al creer que está entendiendo los complejos
hilos que mueven la política de la gran potencia y de la política internacional;
es un invitado privilegiado en la Oficina Oval y hasta en la recámara misma del
presidente.
Resulta interesante hacer el cruce analítico entre diferentes series
que abordan el tema de los gobiernos y el poder: The Tudors, The Borgias, Vikings, Marco Polo o Game of Thrones. De todas ellas, incluyendo la que hoy nos ocupa,
concluyo que el poder es un sistema cerrado que se autogenera y autodinamiza,
este sistema coloca una barrera grande con el resto del entorno a tal punto que
decisiones que afectan a miles o millones (dependiendo la época), se toman en
una oficina o una sala como si fueran los dioses del Olimpo moviendo las piezas
del tablero humano. Todo funciona bajo el presupuesto de que el mal menor justifica el bien mayor, por tanto, la
persona desaparece y quedan solamente funciones que pueden ser fácilmente cubiertas
entre los mismos miembros del sistema cerrado. La vida y la muerte no son temas
ontológicos sino pragmáticos, el capital común es manipulado como si del juego
de Monopoly se tratara, con gran
ligereza y en beneficio del sistema mismo. Muchos más son los puntos que
podrían señalarse, pero lo que más me inquieta del tema del poder es la
siguiente interrogante: ¿Por qué los seres humanos tenemos la necesidad de
concentrar en una sola persona o en unas cuantas personas la administración de
nuestra vida común? En la actualidad podría pensarse que tras la caída de la
metafísica como organizador social en el siglo XIX, los Estados cubren las atribuciones otorgadas previamente a
los dioses, y por tanto, quienes encabezan esos Estados son los dioses mayores.
Pero ¿antes de esta época? Quizá nuestro cerebro sólo nos permite pensar el
Todo si tenemos como referente el Uno, esto es, necesitamos un referente único
para a partir de él intentar organizar la complejidad de nuestras comunidades,
como si pensáramos a modo de organigrama. También retorna el multicitado
cuestionamiento de Leibniz: “¿por qué hay algo en vez de nada?”. Claro que él
lo aplica a la naturaleza o al universo, pero puede plantearse con el poder:
¿por qué hay poder en vez de nada?
Con esto no pretendo hacer un manifiesto del “encapuchado”, estereotipo
del anarquista que ya se mundializó, en México creíamos que era un producto
nacional, pero el día de ayer en Frankfurt, durante la inauguración del Banco Central Europeo, hubo varios
encapuchados de varias nacionalidades protestando en los alrededores. No va por
ahí, a mí me gusta respirar libremente, sólo que ante tantas réplicas a través
de la historia hacia el poder, me pregunto ¿para qué? Y a esta pregunta agrego
otra: ¿por qué aún con esto, tantas personas aspiran al poder o pretenden
combatir al poder con poder? Frases como: “Voten por mí y yo acabaré con los
poderosos”, me llevan a la pregunta: ¿la persona que la enuncia se suicidará si
gana el puesto de poder para cumplir su promesa de campaña?
En realidad no le veo salida a este problema, lo que nos muestra sin
piedad la serie House of Cards es que
el poder se mueve pero no se agota y que cualquier confrontación con el poder
genera más poder. A la prensa se le denomina el cuarto poder (tras el
ejecutivo, el legislativo y el judicial), a los medios de comunicación el
quinto poder y a las redes sociales el sexto poder. Las variedades del poder ya
están por alcanzar al de las artes.
La
posición radical ante el poder es el silencio y no temer a la muerte, ni a la
propia ni a la de otros. Pero esto es complicado, por tanto, hay que buscar
alternativas menos efectivas pero más asequibles. Lo primero es alejarse del
poder, esto no quiere decir que las irradiaciones del poder no nos tocarán, es
más nos pueden enfermar y aniquilar, pero a mayor cercanía el riesgo es mayor,
como la radioactividad. Otro aspecto relevante es no reproducir en nuestro
grupo lo que denunciamos en los poderosos, como el sujeto que tras participar
en una marcha contra los abusos del gobierno llega a su casa exigiéndole a la
esposa que le sirva de cenar y le destape una cerveza, o somete a sus hijos a
un clima de terror. Esto se parece a quienes apoyan la lucha contra el
narcotráfico y se oponen a la legalización de las drogas, pero las consumen. Lo
otro es replantearnos nuestros conceptos, hay quienes señalan a los poderosos
pero promueven el “empoderamiento” de los vulnerables, esto coincide con lo que
mencionaba anteriormente, es querer confrontar el poder con poder. La debilidad
de este planteamiento es pensar que si esos vulnerables alcanzan el poder harán
las cosas mejor. Como lo plantea Tolkien en el El Hobbit y El Señor de los anillos, sólo un ser
excepcional puede resistir la seductora fuerza del poder, casi todos pensamos
que podemos ser el Bilbo o el Frodo de nuestra época, pero lo cierto
es que lo creemos porque en realidad no tenemos poder. En fin, considero que
nuestra mayor responsabilidad es con nuestro entorno inmediato, con las
personas con las que convivimos cotidianamente, con las acciones que
emprendemos en nuestra “parcela” existencial. Internet nos crea la ilusión de
que podemos incidir de manera global, lo cierto es que gran parte de las
producciones en la red son consultadas por un grupo muy pequeño o en casos muy
dramáticos por nadie, salvo el creador mismo. Basta con que los usuarios de
redes sociales reflexionen sobre cuantos comentarios, likes o reenvíos generan sus publicaciones. En general son muy
pocas y suelen ser por parte de las mismas personas.
House of Cards es una gran historia, a cada espectador
le despierta ideas y sentimientos muy particulares, como sujeto de análisis
Frank Underwood me parece apasionante, pero no me llega a entusiasmar su vida.
Esto puede sonar como el consuelo del ciudadano común, pero responderé como lo
hice a un amigo que hace muchos años me preguntó: “¿entonces que harías tú si
fueras político?”, mi respuesta fue: “Nada, porque jamás haré nada para ser
político”.
Liberadora esta aseveración de la presente entrada del blog: "La posición radical ante el poder es el silencio y no temer a la muerte, ni a la propia ni a la de otros".
ResponderEliminarPhilip K. Dick tiene una visión similar en lo tocante al poder del tirano (léase, político, "intimador" (bully), mafioso, dictador, etc.) en su charla "How to Build a Universe that Doesn't Fall Apart Two Days Later":
"The authentic human being is one of us who instinctively knows what he should not do, and, in addition, he will balk at doing it. He will refuse to do it, even if this brings down dread consequences to him and to those whom he loves. This, to me, is the ultimately heroic trait of ordinary people; they say no to the tyrant and they calmly take the consequences of this resistance. Their deeds may be small, and almost always unnoticed, unmarked by history. Their names are not remembered, nor did these authentic humans expect their names to be remembered. I see their authenticity in an odd way: not in their willingness to perform great heroic deeds but in their quiet refusals. In essence, they cannot be compelled to be what they are not."
Mi muy querido Ger:
Eliminar"Thet cannot be compelled to be what they are not"... Maravilloso. También quisiera retomar el contenido de tu mensaje de voz. Eres un lector y estudioso de la obra de Tolkien desde hace al menos treinta años, por tanto, tus comentarios a mi afirmación en el texto son de gran valor y es importante compartirlo. Bilbo y Frodo, los hobbits de las obras de Tolkien si son seducidos por el poder del anillo, si Golum no le hubiera arrancado el dedo a Frodo, quizá éste se lo hubiera puesto y se hubiera empoderado. El único que resiste a la fuerza del anillo es el fiel Sam, el otro hobbit. Es de una gran sabiduría lo que acotas en tu mensaje, lo que libera a Sam de la seducción del anillo, una vez que le ha puesto frente a sus ojos sus mayores deseos, es la afirmación y convicción de Sam por la vida simple. Quizá sea la mayor enseñanza de la saga de Tolkien y en la película no se da cuenta de ello de manera explícita. Muchas gracias, mis brazos se extienden miles de kilómetros para abrazarte.
poder o no poder... esa es la cuestión (actual... bueno desde focault... a quien tuve la dicha de conocer desde tu guía) en todas sus acepciones posibles. Gracias por sembrar rosas semanales en el jardín del transcurrir diario amigo.
ResponderEliminarMi querido Miguel:
EliminarAsí es, como diría Foucault, nadie escapa al panóptico del poder. Mirar permanentemente es el punto de partida del poder. Muchas gracias por la metáfora y un fuerte abrazo.