miércoles, 22 de abril de 2015

El dolor de Christine


Para Juhan. Silencio y memoria
en el adiós a su padre

Deseando que estuvieras aquí otra vez,
deseando que estuvieras cerca,
a veces parecía que estaba soñando
que tú estabas aquí.
Deseando poder escuchar tu voz de nuevo,
sabiendo que eso no era posible,
soñar contigo no me ayudará a cumplir
todo lo que soñaste que yo haría.

Andrew Lloyd Webber. Wishing you were somehow here again (The Phantom of the Opera)

     Christine está frente a la tumba de su padre, al ser huérfana temprana de madre, ese hombre se constituyó en el referente de su existencia, sensible a la terrible incertidumbre que provoca la ausencia materna, este padre le obsequia una sustituta que la acompañará en todo momento, la música. De esta manera el canto se convierte en una invocación a la madre y cuando su voz enamora al atormentado Fantasma de la Ópera, Christine puede unir imaginariamente a sus padres, El Fantasma (padre) ama a su voz (madre) y juntos la impulsan a crear su devenir. La de Christine es una historia triste, la suya es la orfandad más solitaria. El drama se desencadena cuando aparece el amante Raúl, el cual sólo podrá entrar en el corazón de Christine cuando huyan los fantasmas de sus padres. Pero la decisión no es simple, un padre imaginario se construye a la medida y nunca abandona, un amante real puede ser inconstante en sus afectos y puede irse, con el riesgo de ahondar la herida hasta lo insoportable.
     Frente al mausoleo del padre, el Fantasma toca con su voz la dolorosa huella del abandono de Christine:

Niña errante,
tan perdida, tan desamparada,
anhelando mi guía.

     La respuesta de Christine está impregnada de la confusión propia de lo que Freud denominó la transferencia, esas representaciones tempranas de los seres amados que proyectamos sorpresivamente en quienes no son:

Ángel o padre,
Amigo o fantasma.
¿Quién está mirando?

       El Fantasma le responde desde la transferencia:

Has vagado demasiado en invierno,
lejos de mi paternal mirada.

        Aparece Raúl y se acaba el juego de sombras, enfático convoca a  Christine al terreno árido de la realidad: “Él no es tu padre” y en ese momento para la joven la soledad es absoluta, por lo que se niega todavía a despedirse del Fantasma.  
       Christine oscila entre el pasado y el futuro, recrimina al Fantasma estar muerto pero no lo deja ir, por lo que es él quien tiene que llevarla al punto de no retorno:

Acabaste con mi paciencia, haz tu elección.

      Con Raúl amarrado a un lado, Christine se dirige al padre muerto:

Desdichada criatura de la obscuridad.
¿Qué tipo de vida has conocido?
Dios, dame valor para demostrarte que no estás solo.

       Y lo besa intensamente en los labios, Christine ha hecho su elección, prefiere permanecer en las tinieblas antes que lanzar a su padre definitivamente al Hades, no conocerá el amor romántico pero nunca más se sentirá sola. Pero es en ese momento donde el Fantasma la destierra de las catacumbas, con un grito que parece decir: Haz de vivir aunque esto signifique perderme en el olvido. Libera a Raúl y los expulsa. Sin Christine, el Fantasma pierde su ancla con la vida:

Sólo tú puedes hacer que mi canción alce el vuelo.
¡Ahora la música de la noche terminó!

        El Fantasma desaparece y tan sólo permanece una máscara, aquella que cubría las marcas de su rostro, las evidencias de su condición exánime. La máscara es encontrada por otra joven ¿quizá otra huérfana que traerá al Fantasma de nuevo a la vida?
      Para el psicoanalista Heinz Kohut, el padre es quien entrelaza nuestra grandiosidad narcisista con nuestros talentos y con ellos nos construye un lugar en el mundo. La madre nos da la certeza de que merecemos estar vivos, el padre nos entrega el orden del mundo, donde el ser no basta, pues está sometido al tiempo y el tiempo es siempre devenir. El padre nos muestra que somos, pero siempre estamos en camino a la transformación. Este proceso implica que en algún momento tenemos que despedirnos de nuestros padres, todos somos en algún punto Christine, nos encontramos en la encrucijada de guardar perpetua lealtad a nuestros padres, ser hijos por siempre o constituir el origen de una nueva historia. Nuestro amor será siempre una expresión del espacio libre dejado por los anhelos de nuestros padres.



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