Ciento
cuarenta segundos bastaron para enamorarme de ti, lapso entre tu espalda y las
esquinas de tus ojos, instante atrapado en mi memoria.
Ciento
cuarenta minutos bastaron para que te enamoraras de mí o quizá de esas palabras
que esparcí en tus oídos en sendero hacia tu corazón.
Ciento
cuarenta horas bastaron para construir las fantasías de amor eterno, ese futuro
saturado de romance y peripecias alrededor del mundo.
Ciento
cuarenta días bastaron para saber todo la una del otro, el uno de la otra, iniciarnos
en la escritura en plural de nuestra biografía.
Ciento
cuarenta semanas bastaron para compartir los días, las tardes, las noches y
abrazarnos en la celebración de nuestro territorio común.
Ciento
cuarenta meses bastaron para eclipsar a perpetuidad esa estrella que encendimos
antaño con la bravura de nuestras caricias y miradas.
Ciento
cuarenta años bastaron para que la Isis de Madame Blavatsky se cubriera de
nuevo con sus velos y se perdiera la magia entre nosotros.
Ciento
cuarenta siglos bastaron para romper los lazos representados con manos por
nuestros ancestros en las paredes de la cueva de Altamira.
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