Hace
veintiún años, durante mi viaje de graduación de preparatoria en las playas de
Ixtapa en el pacífico mexicano, tras largas horas de convivencia con amigos y
compañeros sufrí una sobredosis de testosterona y decidí caminar por la playa
para despejarme, iniciaba la noche y mi recorrido fue en medio del campo de batalla,
pues a ese viaje se unieron incontables escuelas del Distrito Federal. Salté
por encima de varios náufragos etilizados, evadí a parejas revolcándose en la
arena, caminé un rato con un solitario gay, nos despedimos tras aclarar que
surcábamos la playa con objetivos diferentes, anduve hasta encontrar un grupo
muy ameno al cual me acerqué para descubrir con beneplácito que pertenecían a
una pequeña preparatoria y que la persona que habían enviado a “cuidarlos” era
su maestro de filosofía, el cual para ese momento había bebido más alcohol que
un pirata retirado, tras unas horas de convivencia lo re-nombramos como “Heideverga”,
en reconocimiento a su forma tan libre de ser-en-el-mundo y su espléndida sand philosophy. Fue en esa playa, en
una noche que se transfiguró en amanecer, que la conocí, a una inteligente y
atormentada chica con la cual debatí durante horas mientras contemplábamos los
devaneos de su maestro y a sus amigos-compañeros haciendo cadenas humanas con
la aspiración de vencer la fuerza del mar. Como una cursi historia adolescente
nos besamos en el instante previo al amanecer y nos despedimos con la llegada
de la luz. Una pregunta nos guió esa madrugada tan cercana a nuestro ingreso a
la universidad, una inspirada en las enseñanzas del maestro Saúl Hernández
(Caifanes): ¿Qué harás antes de que te olviden? Marché de regreso al hotel
donde me hospedaba, en algún punto me detuve y me zambullí en el mar, es de los
pocos momentos en mi vida en que he tenido ese estremecimiento que sólo da la
certeza de sentido.
La
semana pasada mientras escuchaba la canción de The One de Elton John, dos frases me llevaron de regreso a esa
playa, a lado de los discípulos de “Heideverga” y a Ella:
Porque cada hombre en su tiempo es Caín,
hasta que camina a través de la playa y ve su futuro
en el agua,
un corazón perdido a su alcance.
Donde las estrellas chocan como tú y yo,
sin sombras que tapen el sol,
eres todo lo que siempre necesité,
cariño, tú eres la única.
Éramos dos corazones perdidos, arrastrábamos cada quien una cadena
de tribulaciones amorosas y la sincronicidad nos obsequió aquel encuentro. Ella
es única, no la volví a ver y por tanto quedó en mi memoria arropada con el
aura mágica de aquella noche. Desempolvado el recuerdo, brotó de nuevo la
pregunta: ¿Qué harás antes de que te olviden? Desde mi balcón en el piso 38 de
la vida, puedo visualizar que esa pequeña trascendencia alcanzará a lo mucho
tres generaciones, no más. Esas magníficas ensoñaciones junto a Ella se han
asentado a base de terremotos existenciales y un doloroso proceso de sosiego
del narcisismo. Esa madrugada Ella y yo re-inventamos el mundo, lo ajustamos a
nuestra medida, la cual era inmensa, Ella sería una gran filósofa y yo un psicoterapeuta
revolucionario, todo esto sazonado con las sabias y arrastradas palabras de
“Heideverga”. Como si viera mi vida desde la perspectiva de un drone
fotográfico, hoy descubro que los bordes se están re-acomodando, en lugar de desear
más, deseo menos, ya no pienso si me olvidarán pronto o no, pues ni siquiera estaré ahí para
saberlo. Me acerco poco a poco a lo que se denomina la simplicidad voluntaria.
Lucía
Vincent en la entrada de un blog del periódico El País, publicada el 27 de
enero de este año define la simplicidad voluntaria así:
Optar por la simplicidad
es apostar por una vida austera donde prima la autocontención y la
sencillez en los estilos de vida. A diferencia de la obligación de muchos a los
que hoy en día se les impide alcanzar unos niveles materiales de vida que
superen los umbrales de la pobreza en países como el nuestro, se distingue esta
elección de vida en que sus prácticas son escogidas conscientemente. Los
argumentos impulsores de esta modalidad –tanto a nivel individual como colectiva–
se enfocan, todos ellos, hacia una vida contenida frente al consumismo, la
acumulación dineraria y la adquisición de posesiones materiales que priman en
nuestra sociedad.
En la página de
la organización Selba nos proponen algunas guías de la simplicidad voluntaria,
retomo algunas que me resultan afines:
· Eliminar el exceso de posesiones y
actividades.
· Limitar el consumo de bienes materiales
a aquellos que realmente necesitamos, centrándonos en cosas que producen bajo
impacto en los recursos no renovables, que son durables, funcionales y
agradables estéticamente.
· Trabajar en algo satisfactorio y con
sentido, que nos permita expresar nuestras habilidades y talento único y
creativo, y que supone una contribución a la comunidad.
· Vivir de manera que se conserven los
recursos naturales, reciclando, preciclando (evitando compras que son un
despilfarro de dichos recursos) y compartiendo lo que tenemos.
· Invertir tiempo y energía en desarrollar
unas relaciones estrechas y enriquecedoras con la familia y con los amigos.
· Experimentar el placer de la belleza
natural, sentir la conexión entre la naturaleza y nuestro ser interno, la
fuerza del espíritu que se hace presente cuando estamos disfrutamos de la
naturaleza en silencio.
· Cuidar nuestro cuerpo con una
alimentación sana, rica en alimentos no procesados y hacer ejercicio
regularmente, caminando, yendo en bicicleta, corriendo o con otras actividades
que ayuden a aumentar nuestra conciencia del cuerpo y que no son competitivas.
· Ser más autosuficientes en nuestras
necesidades diarias, aprendiendo a reparar nuestras cosas o practicando el
intercambio de servicios con amigos y conocidos.
· Depender menos de la forma de transporte
"un coche por persona", y buscar métodos alternativos como andar, la
bicicleta y el transporte público.
Para
muchos la opción por la simplicidad voluntaria es síntoma de una generación
cansada, es probable, pero no hay que confundir cansancio con hastío. ¿De qué
estamos cansados? De haber comprado ideas bajo premisas imposibles: quien más
estudia gana más, quien más trabaja gana más, quien ahorra tiene un mejor
futuro, etcétera. En realidad, hagas lo que hagas, si un grupo de financieros
en una ubicación estratégica hace fraudes o toma decisiones con datos
inadecuados, te quedarás sin trabajo, sin dinero y con deudas y ansiedad; tengas
los estudios que tengas. La vorágine de gran parte de los entornos laborales,
hace que las personas dediquen su días a reducir daños, no a generar
beneficios. Por tanto, la promesa de bienestar se limitó a la repartición de
placebos tecnológicos para distraerse y sobrellevar los días a la espera de
tiempos mejores. Frente a esto la pregunta es: ¿para qué esperar si de antemano
sabemos que la situación tiene una alta probabilidad de que empeore pero no de que
mejore?
Si
pudiera volver a esa noche de playa le diría a Ella que tras veintiún años no
la he olvidado y que las horas vividas a su lado fueron una ceremonia de
tránsito, esa madrugada cambié mi piel, dejé los restos esparcidos en la arena
y me lancé a las aguas del mar para purificarme. Desde aquel momento he cambiado
varias veces de piel y ahora mismo estoy iniciando una nueva transición, no
tengo claro que resultará de todo esto, pero mañana no seré el mismo que está
escribiendo estas líneas. Así de simple.
como aquella metáfora del águila que se quita las garras y el pico para renovarse... me da gusto percibirte una vez más renaciendo de las cenizas de la existencia, que irónicamente son tantas más que en las que nos convertiremos cuando ésta acabe. A seguir desplegando alas mientras nos queden plumas, ¡gracias porque desde tu pluma (teclado) también promueves vuelos!
ResponderEliminarMi Querido Miguel:
ResponderEliminarLa maravillosa metáfora del águila me llegó por la vía de tu escritura, lo cual es un obsequio invaluable. En cuanto al asunto pluma-teclado, he pensado que será más fácil llamarle a mi computadora "Mi pluma", así podré afirmar sin problemas que escribo con mi pluma.
Un abrazo y buenos vuelos.