En cuanto se despertó y vio su cama,
supo que algo fue mal esa noche. Este pensamiento es habitual en quienes
duermen acompañados, pero no era su caso, no tenía a quien responsabilizar sino
a sí mismo, lo cual no era la mejor manera de iniciar un día. Primero lo visitó
el desasosiego, la escena le hizo rememorar sus peores vivencias entre las
sábanas, desde el encuentro con esa mancha misteriosa en un hotel de paso hasta
las remotas noches en vela tras haber visto la película de “El exorcista”
cuando era niño.
Recordó la forma de dormir de las
personas con las que había compartido la cama, la diversidad de los estilos le
trajo al rostro la sonrisa más espontánea que había tenido en mucho tiempo. Cómo
olvidar a “la estrella”, que invadía el centro del colchón y estiraba brazos y
piernas, dejándole tan sólo un recoveco en el que dormía con una mezcla de
cuidado y molestia. La “nunca-me-callo”, que hasta dormida seguía charlando. Su
recuerdo era ameno, siempre le han intrigado los misterios del sueño, así que
tener la oportunidad de investigar eventos como el sonambulismo o el habla
dormida le resulta entretenido. Con ella, sus intentos por indagar información
que le resultaba útil fueron infructuosos, así desacreditó los mitos de estos
comportamientos nocturnos, como el que afirma que dormidas, las personas
develan verdades. Qué decir de los sustos que le provocó “la muerta”, cuya cara
bonita hacia más siniestra la experiencia. Para dormir, ella se colocaba boca
arriba, cruzaba las manos sobre su pecho y así permanecía hasta despertar. La
primera noche que pasó a su lado, se despertó por la madrugada por una urgencia
fisiológica y súbitamente la encontró en esa posición de solemnidad funeraria,
el grito que salió de su vientre la despertó, tuvo que argumentar el efecto de
una terrible pesadilla pues nada seductor resultaba decirle que su visión le
recordó a su abuela en el ataúd.
Las sonrisas se volcaron en profunda
melancolía al momento que volvió a su memoria quien fue su gran amor, añoró ese
maravilloso fin de semana en que se propusieron emular a John Lennon & Yoko
Ono y no salieron de la cama durante casi 58 horas, salvo para los
requerimientos corporales. Hicieron de la cama su territorio, todo sucedía ahí,
era un lugar donde las posibilidades se multiplicaban a cada instante. Fue
acostados sobre el cubrecama que ella le dijo que ya no le amaba. Durante meses
lo conservó, se envolvió con él cada noche, sufrió con intensidad la mañana en
que ya no encontró el aroma de ella en ningún rincón de la cubierta, pero
también supo que era momento de terminar. Buscó el lugar ideal para hacer el
ritual de quema de cubrecama, junto con el cual lanzó al fuego fotos, ropa y
todas esas huellas que se van quedando en la rutina de convivencia.
Su cama esa mañana se transformó en horizonte de sentido, la escena que lo conmovió al despertar fue señal de que en realidad nunca duerme solo, basta con que cierre los ojos para que las sábanas sean invadidas por demonios, hadas, recuerdos y toda la fauna que se alimenta de las formaciones de su inconsciente. Aún así, la cama propia, como la habitación propia de Virginia Woolf, es un espacio de posibilidad y creación el cual se resiste a compartir.
Su cama esa mañana se transformó en horizonte de sentido, la escena que lo conmovió al despertar fue señal de que en realidad nunca duerme solo, basta con que cierre los ojos para que las sábanas sean invadidas por demonios, hadas, recuerdos y toda la fauna que se alimenta de las formaciones de su inconsciente. Aún así, la cama propia, como la habitación propia de Virginia Woolf, es un espacio de posibilidad y creación el cual se resiste a compartir.
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