miércoles, 26 de agosto de 2015

Interactividad, Conectividad y Psicoterapia: El debate sobre las sesiones a distancia (Parte 1)

La gran pregunta es si podemos conservar los mismos conceptos para nuevas prácticas. Un estudiante contaba en una clase que su abuelo tenía “una sillita” desde su infancia, al paso del tiempo le fue cambiando piezas hasta llegar a sustituir completamente los materiales originales, sin embargo, él seguía nombrándola “mi sillita” y consideraba que era la misma de su niñez. ¿Nos podrá pasar lo mismo con la psicoterapia?

Juan Pablo Brand. Interactividad, Conectividad y Psicoterapia: El debate sobre las sesiones a distancia (Parte 1)

Como dijo el buen Dylan, "los tiempos están cambiando" y con ello los usos psicoterapéuticos. Ésta es la primera parte de una disertación sobre la pertinencia de la psicoterapia a través de dispositivos para comunicaciones a distancia. En tiempos de Freud, los primeros psicoanalistas hacían supervisión de casos con él a través de cartas y hubo algunos intercambios con fines terapéuticos, porque además, vari@s de ell@s eran sus pacientes. Posteriormente se integró el teléfono, el cual si ha sido usado ampliamente en la comunicación con los pacientes. Ahora contamos con una gran oferta de recursos para la comunicación a distancia. Así caben las preguntas: ¿Qué queda?, ¿Qué se va?, ¿Qué se gana?, ¿Qué se pierde?, en fin, el debate está abierto.
Lo pueden leer en Psic.mx:



martes, 18 de agosto de 2015

Cuento. Miguel y Don Beto

Para Miguel Nogueda, por su dolor.

A orillas de la ciudad hay una casa habitada por el tiempo, miles de años recorren con lentitud sus habitaciones y pasillos, algunas memorias se han fugado de la palabra pero permanecen cinceladas en esos rostros viejos con gesto infantil. Le llaman hogar de reposo quienes ven ancianos descansando sin percibir el vuelo de sus espíritus, inquietos colibríes atrapados en un cuerpo debilitado.
Por eso los residentes de esa casa sonríen cuando llega Miguel, quien cada mañana les obsequia alas nuevas, las cuales teje durante la noche con letras bombeadas por su corazón, por el cual corren dichos, estrofas y poemas, según el ritmo de sus latidos. Nadie sabe de dónde ha salido este guardián de los sueños blancos. Voces de ida y vuelta cuentan que por llevar el nombre del Arcángel guerrero, quizá ha bajado del cielo, se murmura que de bebé fue dejado a las puertas de la casa y ha crecido entre los viejos, hay quienes afirman que es un bohemio trasnochado que alguna noche cayó a las puertas de la residencia, hasta se dice que es practicante de las obscuras artes de la psicología.  Lo cierto es que a nadie le importa, en cuanto sale el sol, se abren los cien ojos en espera del taumaturgo de las palabras.
Miguel arriba siempre con un misterio guardado en su boca, los viejos se miran entre ellos y se preguntan: “¿A dónde nos llevará hoy Miguel?, ¿Al horizonte de su nueva canción?, ¿A las travesías de Pantaleón?, ¿Al poema de su último amor?”. Se estremecen de inquietud, Miguel nunca se repite, es como las nubes del cielo, regala en cada ocasión una visión diferente. Al fin aparece Miguel y la incógnita se va develando, como la textura de un buen vino.
Para Miguel todos son poetas, aún los que nada escriben, recorre cada habitación como jardinero en busca de una nueva flor, no siempre las encuentra, algunas veces se trata solamente de regar las que ya han nacido. Como también le hace al trovador, dispersa canciones. Así es como hizo dúo con el buen Don Beto, un caribeño amante de las mujeres y cantaor de boleros. Una de las primeras tardes de Miguel en la casa, él le regalo el mayor de sus secretos: “Ama como si lo fueras a hacer solamente una vez”. Así Miguel caminaba por esas lejanas calles, ensoñando con esa única vez. Las enseñanzas de Don Beto, le trajeron algunos sinsabores, los que endulzó siempre con un nuevo amor.
Esta mañana, una de sus miles en esa casa, Miguel llegó con sus labios conteniendo un nuevo misterio. Desde el umbral percibió una luz diferente, una insólita obscuridad atrapaba la sala de reunión. Respiró la tristeza apenas entró, cruzó las miradas inundadas de llanto, Don Beto agonizaba. Arrastrándose por el peso de su dolor, llegó a la cama del caribeño y entre labios se despidió de él cantando “Solamente una vez”, una sonrisa se dibujó en el rostro de Don Beto y así Miguel supo que el viejo estaría con él cada vez que le cantara de frente a una mujer. Y entonces también sonrió.


lunes, 10 de agosto de 2015

La clínica del talento con adolescentes

El talento salva vidas, salva historias, salva adolescencias. El concepto “talento”, ha sido muy tocado en las últimas décadas causándole una considerable erosión. Es por esto que delimitaré la definición del mismo con los aportes teóricos del psicoanalista Heinz Kohut. Lo explicaré de una manera que se reduzca la complejidad de los postulados originales.


Este escrito lo escribí para mi blog en Psic.mx, es el esbozo de un trabajo mayor, en el cual integraré mi experiencia clínica en el trabajo con adolescentes. La “clínica del talento”, es una propuesta original como concepto pero no es nueva en el trabajo psicoterapéutico con adolescentes. Desde los orígenes de la psicoterapia con adolescentes, el talento ha sido un tema central. La única diferencia es el énfasis.
Lo pueden leer en:


jueves, 6 de agosto de 2015

Hiroshima 70

A cuatro mil grados se consume Hiroshima,
la brújula de lo humano se ha extraviado,
las radiaciones extirpan la esperanza,
pieles cuelgan de cuerpos atrapados por la ignición,
cadáveres adoquinan las calles.

Una intensa luz es el atroz preámbulo,
después la explosión y el silencio,
miles de vidas devoradas por “Little boy”,
el resto es dolor, incredulidad y sed,
viven, sin saberlo, el exterminio magno,
la orgía de la crueldad.

Un denso olor surca la ciudad,
amasijo de uranio, combustión y carne,
encadenados al terror,
los sobrevivientes se encaminan al vacío,
miran, olfatean y escuchan,
buscan restos de vida.

Apenas ha nacido el sol y todo ha terminado,
ya no habrá sosiego en la especie humana,
han preñado las entrañas del genocidio
con la bestia de su aniquilación,
la lluvia negra es el anuncio del fin de su era.

lunes, 3 de agosto de 2015

Las pequeñas despedidas


Tras diez días de estar juntos, ayer por la mañana llevé a mi hijo con su mamá, sus vacaciones y la baja en la actividad de mi consultorio, nos permitieron compartir gran parte de esta última semana y media. La despedida constituyó un duelo sucinto, nos abrazamos, nos re-abrazamos, nos abrazamos de nuevo… Le dije que pronto nos veríamos, lo cual no le sirvió de nada a él y tampoco a mí, las promesas y las expectativas son placebos inútiles cuando sientes esa intensa compresión en el pecho, la cual sólo se libera con el paso del tiempo o escribiendo líneas como éstas.
Previendo los señalamientos moral-reduccionistas con respecto a los efectos nocivos de los divorcios, debo aclarar que en ningún momento del día sentí añoranza del pasado y mi hijo tampoco desea volver a los años previos, puesto que los cambios han traído personas a su vida a las cuales quiere profundamente y en otras circunstancias jamás las hubiera conocido. Aclarado el punto, continúo.
Esta congoja que sentimos es producto de la inevitabilidad de estas pequeñas despedidas, mucho se habla de las grandes despedidas, sobre todo en los procesos de muerte, sin embargo, cada día decimos adiós a las personas, a las vivencias, a las cosas y al tiempo mismo. Son dolores fulgurantes, lapsos de ensimismamiento, en los cuales deseamos el siguiente encuentro pero con la certeza de lo dejado en el camino.
Crecí en un conjunto cerrado de seis casas, las circunstancias llevaron a que nos congregáramos familias nucleares con amplias familias extensas, lo que hizo del patio del lugar un espacio de permanente encuentro. Teniendo aproximadamente veinte años, me di a la tarea de hacer una lista de los visitantes que habían circulado a través de los años, llegué al número seiscientos y desistí, porque cada nombre me traía otros nuevos. Quizá el total pudo haber alcanzado los ochocientos, tan sólo de familiares y amigos. Por otro lado, estudié en escuelas muy grandes, a manera de ejemplo, la generación de mi primer año de educación media superior estaba conformada por dieciséis grupos de aproximadamente cincuenta estudiantes cada uno. A lo anterior debo sumar a todas las personas conocidas en mis quince años de práctica psicoterapéutica y trece de docencia, así como otros grupos grandes de referencia a los que he pertenecido. Sin contar con una cifra exacta, calculo que mis vínculos de convivencia, sin considerar los encuentros únicos, han sumado hasta este momento aproximadamente 5,000 personas. Aún así, no me siento especialmente socializador, en comparación con personas que dedican buena parte de su tiempo a estos menesteres. En promedio he conocido 128 personas por cada año de mi vida. Si bien no tengo en estos momentos el impulso a realizar un conteo de las personas con las que actualmente conservo un vínculo directo, es posible que se acerque al 10% de ese total, esto es, 500 personas. La conclusión de toda esta numeralia es la afirmación de que de alguna manera me he despedido de 4,500 personas a través de mi vida. De muchas sin mayor impacto, pero de una buena cantidad con una dosis de malestar que va de ligera  a muy alta.
Lo impresionante de esto es la flexibilidad de nuestro psiquismo, el cual nos permite agregar y desagregar vínculos sin que nuestro equilibrio mental se desestabilice a cada momento. Simultáneamente, logramos lazos tan estrechos con ciertas personas, las cuales ocupan una buena parte de nuestros afectos y tiempo. Pienso en las horas que podría pasar con mi hijo y me parecen interminables,  claro que habría que preguntarle a él su opinión al respecto. Es con esta categoría de personas con las que las pequeñas despedidas tienen una sabor más agridulce. Siempre sentimos que fue un encuentro inconcluso, algo nos faltó decir o expresar, retuvimos muchas de nuestras emociones, dejamos pendientes. Esa sensación no necesariamente está sustentada en situaciones  fácticas, sino son manifestación de micro-duelos por la separación de esos seres, cuya presencia nos complementa y afianza nuestra fuerza de gravedad con la vida.
Pero también sucede con las cosas. Compartiré una vivencia, no pretendo hacer una denuncia de una herida añeja, sino solamente utilizar la experiencia como ejemplo del apego que podemos lograr con algunos objetos. Quizá mi juguete más querido de la niñez fue una réplica del Halcón Milenario, la nave que utiliza Han Solo en la saga de Star Wars. Mi cariño me llevó a jugar incesantemente con él, pero siempre con gran precaución. Esto permitió que al concluir esta etapa, la nave pareciera recién sacada de su caja. Sin embargo, llegó la adolescencia y el Halcón Milenario quedó resguardado varios años en una bodega bajo la escalera, o al menos eso creía. En una ocasión que tuve el deseo de verlo y tocarlo de nuevo, lo busqué por cada recoveco y no lo encontré, al preguntarle a mi madre, ella respondió que se lo había regalado a un niño cuya familia tenía dificultades económicas. La sensación se acercó a lo que acababa de vivir hacía poco en esa época, cuando terminé la relación con una novia y caminaba de regreso a mi casa. Algo muy querido me había sido arrebatado sin posibilidades de retorno. Reproché mucho tiempo a mi madre. Así como imaginaba a mi ex – novia besándose con otro, me representaba al niño jugando sonriente con mi Halcón Milenario. De ese momento a la actualidad me he vuelto más desapegado, tanto con las novias como con las cosas. Así es la vida.
No sucede lo mismo con la reflexión, la lectura, la escritura y el cine. Basta con tener un instante libre para dedicarlo a una de estas actividades. Cada día requiero al menos un breve acercamiento a cada una de ellas. Son como un jardín, el cual tengo que regar, podar y abonar constantemente. En cada ocasión en que concluyo un libro, un escrito o una película, mi vientre se contrae como si me encontrara frente a un ser querido irremediablemente perdido.
    Son las etapas de la vida sazonadas con la personalidad, en mi primera etapa buscaba entretenerme, luego fui tras la seguridad y posteriormente por la pertenencia. Pareciera que voy escalando la famosa pirámide de Maslow en ruta hacia la autorrealización, no sé si en estos momentos podría resumir así mis objetivos, tan sólo puedo afirmar que por mucho tiempo mi obsesión fue comprender, ahora voy entrelazando el entendimiento con la aceptación. Se dice que es de sabios cambiar, considero que hay más sabiduría en aceptar lo que no se puede cambiar, dejar atrás esas batallas de los psico-eficientistas, para concentrarse en aceptar los propios límites, los de los otros y a partir de ahí proponerse cambios no con el objetivo de ser mejor, sino de conectar lo más posible con este inexplicable fenómeno llamado vida.