El Espectro ofreció cumplirle tres deseos, ella pidió tener tres
vidas. La primera, la actual, como mujer. La segunda, como hombre. La tercera,
como el animal que amara más al momento de morir en su segunda vida. Él las
concedió con la sola consigna de que al final de su tiempo como animal, se
reunieran a platicar sobre sus tres vidas.
Vivió sesenta años más como mujer, ochenta y tres como hombre y
siete como mirlo. Cuando se agotó su bello canto y sus alas revoloteaban sin lograr
el vuelo, retornó el Espectro. El ave le narró su vida de mujer y su vida de
hombre, le dijo que sus alegrías eran similares, así como sus miedos y sus
anhelos. También coincidían en que mientras había sol estaban muy ocupados y
por las noches les visitaban la nostalgia y la melancolía. Por tanto, antes de
morir como hombre decidió renacer como mirlo, pájaro cuyo hermoso canto eleva
su tono al amanecer y al atardecer, los que fueron sus mejores momentos como
humano. Agregó que cada jornada nacemos y morimos, por eso es tan importante detenerse
en el amanecer para visualizar lo que será nuestra vida
mientras nos acompañe el sol y cuando se esté extinguiendo, al atardecer, reflexionar sobre
lo que podemos recuperar al siguiente amanecer y llorar por lo
irremediablemente perdido.
Mientras hablaba, comenzó el atardecer, el mirlo ocupó los restos se su fuerza para cantar su último canto, quizá el más bello jamás escuchado, pues en él resonaban todo el amor y el dolor de tres vidas. Concluido el canto, murió.
Mientras hablaba, comenzó el atardecer, el mirlo ocupó los restos se su fuerza para cantar su último canto, quizá el más bello jamás escuchado, pues en él resonaban todo el amor y el dolor de tres vidas. Concluido el canto, murió.
¡Muy buen cuento!
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