Tuve una
novia fanática del fútbol. Aficionada a un equipo local, otro internacional y
al seleccionado nacional, nuestras actividades se organizaban a partir de los
calendarios FIFA, CONCACAF y UEFA. Además pertenecía ella misma a un equipo
amateur, que capitaneaba con gran entusiasmo. Para ella, el que yo asistiera a
sus partidos, era el detalle más romántico que podía obsequiarle, lo cual no me
dejó puntos de fuga. Hubo semanas en que sumé veinte horas de mi vida dedicadas
al fútbol, la mitad de una jornada laboral. Muchas salidas eran con sus amigas
y amigos que también portaban la marca de la pasión futbolera, así que los
planes consistían en ver partidos en algún bar y luego platicar varias horas
sobre el tema. Nuestras discusiones siempre incluían jerga futbolera por parte
de ella: “estás fuera de lugar”, “nuestro balón está dividido” o “te aplicaré
la pena máxima”. Llevaba con ella siempre una tarjeta amarilla y otra roja,
consideraba que así se evitaba dar explicaciones y que el código no se prestaba
a interpretaciones. En una ocasión tuve la ocurrencia de aplicar el mismo lenguaje
y replicó que por mi poca formación futbolística no estaba autorizado a
expresarme en esos términos. En otro momento salió a colación el futuro,
deseaba tener hijos conmigo, pero su sueño era que jugaran al fútbol, es más,
ya estaba pensando en que club inscribirles y los nombres en caso de que fueran
mujeres u hombres: Lionel, Cristiana, Stefano o Stefanía, Armando, Diego, Hugo,
Franz, Dinha, Edson o Edsonia y Zinedine, que podía aplicar a las dos opciones.
Yo que solía
ver solamente algunos partidos cada cuatro años cuando era el Mundial, me sentía
desorientado sobre tan intenso ímpetu. Una noche tuve un sueño extraño, me
encontraba encerrado en un espacio esférico, sin ninguna entrada de luz, súbitamente
la esfera empezó a girar a gran velocidad de un lado a otro, en momentos parecía
que volaba y sentía impactos constantes. Tardé varios minutos en descubrir que
estaba en el interior de un balón de fútbol en medio de un juego. Desperté
angustiado y al girarme hacia mi novia, la encontré dormida pero hablando, en
realidad narrando el partido que vimos la tarde previa.
Solicité
consulta con un psicoanalista lacaniano que me recomendaron, necesitaba ayuda
para delimitar el horizonte de mi amor. Tras narrarle la situación, me dijo: “Amar
es dar lo que no se tiene a quien no es”. Me levanté del diván y le pregunté: “¿Qué
significa eso, que aún con mi escasez de tiempo libre le dedico muchas horas al
fútbol que apasiona a mi novia, pero en realidad ella no es mi verdadero amor?”.
Respondió él: “Nos vemos la próxima sesión”.
Aturdido
por la frase, caminé sin poner atención, dirigí mis pasos a un parque, andaba
como si estuviera en un túnel. De súbito, algo me golpeó muy fuerte en la
cabeza, sólo alcancé a escuchar primero risas y luego expresiones de preocupación,
mientras caía al piso. Me logré despejar de la niebla que me invadía y me
encontré con sujetos vestidos de futbolistas con mirada expectante. Mi primer
pensamiento fue, morí y en el más allá también todo será fútbol. El golpe fue
con un balón, tras la primera reacción, pedí que me lo trajeran, ellos lo
hicieron y al tenerlo entre las manos sentí un amor como nunca antes por ese
esférico. Los jugadores me observaron con extrañeza y luego con susto cuando
les abracé agradeciéndoles el golpe. Lo que no sabían es que el Dios Redondo
había actuado a través de ellos para mostrarme la luz a la que estuve ciego por
tantos años.
Meses
después mi novia terminó la relación al considerar que lo mío ya era enfermizo,
una adicción incontrolable hacia el fútbol que me separaba de ella.
Así entendí
la frase que me dijo aquel día el psicoanalista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario